Alba Carrillo

Le preguntaron a Alba Carrillo por su ex marido, Feliciano López, tenista retirado y hoy director del Mutua Madrid Open. La celebrity se quedó agusto destripando al toledano durante dos minutos que son ya antología de la historia de los photocalls y del despecho bien llevado. “Nunca he entendido cómo una persona que no sabe gestionar su nevera puede gestionar La Caja Mágica… aquí te dan cualquier puesto y ale, a llevarlo con orgullo y con honor”, afirmaba Carrillo, dejando caer de una manera muy poco sutil la absoluta imbecilidad de Feliciano. Lo cual no deja de tener su ironía, pues recalcar lo gilipollas que es tu anterior pareja lleva implícito la asunción de la gilipollez propia. Enamorarse de una persona tonta siempre implica, irremediablemente, ser otra persona tonta.

Carrillo, tras la brava embestida, escarbó en la arena, cogió aire y aún tuvo fuerzas para regalarnos una bonus track impagable sobre los hábitos domésticos del tenista y de paso saludar a su actual mujer.  “Le mandabas a comprar pavo y no distinguía entre lomo y salchichón… tenía un toc importante con lo de doblar camisetas, es un ser humano maravilloso. Un beso Sandra, ¡suerte!”. 

Quizá ignore la buena de Alba que para la correcta gestión del torneo madrileño no se precisa de destacadas aptitudes empresariales ni mucho menos de un máster en embutido patrio, basta con tener la agenda de contactos del móvil bien trabajada y cuidarla un poquito. Es decir, escribir a lo más granado de la Villa y Corte dos o tres whatsapps al año con un protocolario Ey tío qué tal va todo a ver si nos vemos, tampoco nos vayamos a matar.     

Mi primera reacción al vídeo fue de carcajada. Pensé lo bien que me cae esta chica, lo divertidísimo que sería tenerla de amiga. Pasada la risotada inicial, fruto de la activación de ese mecanismo que genera en nuestro cerebro todo lo inesperado, pasado ese de ay qué ver qué graciosa pero qué burra la tía cómo se le ocurre soltar eso de un ex, ya hay que ser macarra, me dio por pensar que a lo mejor los equivocados estábamos siendo los demás. Quizá lo suyo en estos casos sea aparcar los modales y ser como ella, quizá España necesite más Albas Carrillos.

A los ex se les odia o no son ex. Basta ya de falsas elegancias y de “le tengo mucho cariño”. No señor, de un ex se habla mal. Las virtudes siempre en privado y los vicios en público, bien lo sabe Alba. De estas personas se habla mal y se habla a sus espaldas. Y los recados y las pullas, por la prensa. Si puede ser, en un canutazo de photocall a Europa Press o a la Agencia Efe y asegurarte así que lo vayan a replicar cuantos más medios mejor. Lo otro, lo de hablar de manías ajenas en persona, es de mala educación. Y muy incómodo además. 

Me gustó ver a Alba Carrillo relamiéndose con cada una de sus ocurrencias, haciéndose muchísima gracia a ella misma, sin filtro alguno. En esa parodia de lo inexpresivo, de lo profundamente subnormal que sigue siendo el hombre con el que un día estuvo casada, había más verdad y humanidad que en cualquier pretendida cordialidad post ruptura.

Yo no sé si quiero una novia como Alba pero desde luego sí una ex como ella, que me recuerde fiel a los hechos, como un absoluto imbécil. Que cuando lo dejemos me desee una vida llena de fatalidad y una alopecia severa más pronto que tarde, nada de eso de “que te vaya muy bien en la vida”. ¿Pero qué mierda de ruptura es esa? 

Quiero una ex como Alba Carrillo, sin impostada elegancia ni palabras bonitas, que no me guarde el más mínimo cariño y nunca le sea indiferente, que su ira le pueda a la pereza, que nunca afloje. Quiero que me odie con la misma vara de medir con la que me amó, de una manera irracional y visceral, siempre fuimos un poquito sicilianos pero nunca nórdicos. 

Porque yo también la recordaré así, anteponiendo todos sus defectos a sus virtudes, con un comportamiento enfermizamente tóxico e irracional. Ambos seremos unos macarras y unos resentidos en la memoria del otro pero nunca unos desconocidos, porque solo así podremos tener la falsa ilusión de algún día volver a estar juntos.

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