Cuando uno no encuentra algo sobre lo que escribir, acaba escribiendo sobre escribir. Un recurso un poco mediocre. El proceso de hacer articulillos —columnas es más bonito, pero da pudor— suele ser así: te pasa algo, pongamos que ves a un niño dar un caramelo a un perro moribundo. Y de ahí sacas una conclusión que crees no solo que merece ser escrita, sino también y sobre todo, leída: que los niños son los únicos seres capaces de bondad, por ejemplo, que las pequeñas cosas son las que cuentan, que los perros y los caramelos deberían ser eternos o que el sistema público de pensiones es una estafa piramidal.
Hacía tiempo que no escribía en Sustrato porque no me había pasado nada de la intensidad del niño y el perro moribundo, lo que me había obligado también a replantearme qué es lo que me hace escribir. Hasta que hace unos días, ocurrió: en una calle estrecha del centro de Madrid, escuché justo detrás de mí una conversación sin ningún tipo de ironía sobre la hora perfecta para ir “al jazz” —primero pensé que hablaba del género musical, luego descubrí que es un selecto after— y me dije: “Joder, esta conversación les encantaría a los de Pantomima Full”. Segundos después, fui adelantado por las dos personas a las que había escuchado con tanta atención y resulta que el tipo que había dicho aquello tan pantomima full era uno de los miembros de Pantomima full.
Ahí estaba. Mi perro moribundo, justo cuando más lo necesitaba. Solo me faltaban una o dos citas que demostrasen que estoy leído, una conclusión lógica pero ingeniosa y, tachán, articulillo. Pero no salía. No era por falta de opciones. Podía alabar de alguna manera a Pantomima Full, algo simple como: qué mérito entrar así en el pensamiento colectivo y convertirse en un adjetivo. O señalar la virtud de las casualidades, o hacer un alegato sobre por qué es importante no llevar auriculares siempre en la calle. Pero en realidad el articulillo no iba tanto de Pantomima Full como del propio proceso creativo. Tenía que ser otra cosa.
Y entonces murió David Lynch. Twitter se llenó de homenajes preciosos y de recuerdos de ingeniosidades muy superiores a todo lo que podría escribir en una vida. Entre ellas, aquella vez que éste, dado por loco perdido hace mucho tiempo ya, fue al psicólogo y en la primera sesión preguntó si la terapia iba a condicionar su proceso creativo. Tras la respuesta afirmativa, se levantó y se fue.
El escritor chileno Benjamin Labatut cuenta en esta entrevista que ser escritor es ser exorcista, que uno tiene que tener familiaridad con sus demonios. Y cuando le preguntan cómo están los suyos responde rotundo: “Muy vivos. Obvio que sí”.
Uno alimenta sus demonios lo suficiente para crear algo, pero siempre existe el peligro de que, de alguna forma, acabe pareciéndose a ellos. O es que siempre lo fue. Ya sea en el jazz, a las ocho de la mañana; en una calle estrecha y fría del centro de Madrid; riéndose de lo que uno fue, convirtiéndose en de lo que uno se ríe o evitando que un psicólogo los espante con terapia cognitivo conductual, signifique lo que signifique eso.
Ya estaba, tenía una anécdota, dos citas y una conclusión. El círculo completo de Pantomima Full, David Lynch y Benjamín Labatut. Una historia de demonios, escritura, jazz y afters. Había llegado al final del metarticulillo. Pero lo había hecho sin la respuesta a la pregunta más importante: ¿Por qué me cuesta más escribir? “Es porque estás feliz, Pierrot”, me dijo un amigo el otro día.
Y creo, para despecho de mis demonios, que tiene razón.