Los besos a oscuras, más si son detrás de una columna y con música de fondo, tienen algo de fugaz y furtivo. Una oda al sentido del gusto y del tacto. Lo prohibido genera sensación de inmortalidad, y el morreo en sí tiene esa parte salvaje e instintiva que hace de cualquier pareja besándose en una discoteca una escena colosal, el mejor documental que haya podido grabar National Geographic jamás. Ser animales nocturnos nos enseña que la noche no miente, es la gente la quien lo hace constantemente. Así que deja de echarle la culpa a las cervezas de más o a ese chupito que no deberías haberte tomado. La responsabilidad es de uno -salvo cuando me pasa a mí-. Y tampoco hay que darles más importancia de la que tienen esas madrugadas en las que tu cuerpo parece otro y se libera. Ya lo dijo Dinio, la noche nos confunde. Qué le vamos a hacer.
La tarde del lunes 30, último día de septiembre, los periódicos locales de la ciudad se hacían eco de la noticia del momento, ha cerrado el Babylonia, mítica discoteca de la ciudad. No lo decretará el Ayuntamiento, pero espero que la noche gaditana se ponga de luto durante unos días. Todos perrearemos a media asta y habrá un minuto de silencio por cada roncola que se pida alguien con unas letras chinas tatuadas en el brazo en cualquier local nocturno del paseo marítimo.
Porque el Babylonia era algo más que el sitio al que iba todo el mundo. Qué magia desprendía ese lugar y cómo lo voy a echar de menos. Aquel sitio era distinto, lo mismo te encontrabas al jefe de tu amigo que a un delantero del Cádiz dando tumbos a horas intempestivas. Aquello, como cualquier discoteca de ciudad de provincia que se precie, era un juzgado de guardia. Nada más entrar, había cuatro personas que te analizaban de arriba a abajo. Una especie de autopsia fiestera que lograba detectar tu grupo sanguíneo, en qué colegio habías estudiado y cuándo fue la última vez que lloraste. Y tú, como un conejo en una autopista, caminabas medio paralizado hacia donde estaban tus amigos para poder sentirte al fin parte de algo esa noche en la que le dijiste a tu madre que ibas de chill.
Pasan los años y todo se desvanece. Todo es recuerdo. Y esas ojeras con las que te levantas por la mañana son, en parte, culpa de esas noches de insomnio vulgar en las que tu garganta se desgañitaba cuando cantabas esos versos que para ti eran la caña y que te hacían flotar. Y eras joven y todo te daba igual. Y aquella persona con la que tonteabas era tu ilusión. Ahora las discotecas a las que salías de joven cierran, los comercios de toda la vida serán airbnbs en pocos meses. Y esa ciudad, tú ciudad, que la conocías de una manera, va cambiando sin apenas darte cuenta. Y puedes culpar al capitalismo, a la turistificación o a Putin, pero tal vez sea fruto del ritmo salvaje que adquiere la vida a partir de los veinticinco. Porque creemos que somos nosotros los que cambiamos, pero en realidad lo hace todo a nuestro alrededor a pasos agigantados. Y ese ruido, esos chupitos de tequila fresa y el garrafón de aquel garito donde solíamos bailar, se van diluyendo poco a poco. Desaparecen como los hielos de la última copa de la noche que siempre te sobraba. Esa que se meneaba al son de unos pasos guiados por el chunda chunda que desaparecerían en aquel suelo pegajoso custodiado por unas lámparas dignas de haber sido compradas en el lugar más sórdido que uno pueda imaginarse en cualquier polígono industrial del panorama nacional.
Joder, qué hortera era aquel maldito lugar y qué felices fuimos ahí dentro. Cuántos recuerdos es capaz de sostener nuestra memoria a cambio de nada. ¿Cómo es posible que no me acuerde de lo que comí ayer pero sí de cada vez que cerramos esa baraja por dentro? Algún día, cuando ese local se convierta en un gastrobar con vajilla extravagante en el que haya torrijas con helado de vainilla todo el año, su hamburguesa tenga un diploma a la mejor de España y la tarta de queso sea la especialidad de la casa, pasaré con mi hijo a hombros y lo miraré triste pero a la vez contento. Como ese amor de adolescencia que no llegó a nada pero te enseñó gran parte de lo que sabes hoy acerca de las relaciones. Y sonreiré vagamente recordando el sitio en el que cada noche fuimos los mejores.