Esto no es una crónica de un festival. Es una nota necrológica de la tristeza.
Tras 3 años con la mosca detrás de la oreja queriendo ir al festival conocido como Canela Party, todo apuntaba a que un año más me lo iba a perder. Y todo falló el disparo. A falta de pocos días para su inicio, me junté con un grupo de amigos por coyuntura divina, pillé un abono y el pasado miércoles arrancaba el coche rumbo a Torremolinos.
Mis ganas de rock eran un vehículo imparable contra el muro inamovible de la mala suerte. Entrando en la provincia de Málaga – concretamente en Villanueva del Trabuco – perdí potencia en el coche por un fallo del inyector y cómo llegué a Torremolinos quedará entre Dios, yo y los dos asustados pasajeros del Blablacar que llevaba.
¿Qué es esta movida gordísima del Canela?
EL LUGAR
Estar 4 días de festival en Torremolinos en pleno agosto suena a castigo, como si te dicen de ir a Torrevieja. El calor – y la puta humedad – pueden llegar a ser duros, sobre todo si vas dando volteretas con Prison Affair y Snõõper hasta que se pone el sol. El Canela Party va de miércoles a sábado, siendo el primero de los días free-to-play con invitación. Hay dos escenarios: el Fistro y el Jarl, en honor al local Chiquito de la Calzada. Entre ellos no hay solapes de artistas - cc: Gabi Ruiz - y por su disposición casi en esquina puedes quedarte literalmente quieto y ver todas las actuaciones perfectamente. Si pudieses quedarte literalmente quieto con lo que suena, claro.
El tamaño es lo primero que te golpea por su perfección. Alberga a unas 5000 personas. Puedes cruzar el recinto andando en 5 minutos. Salvo que tampoco puedes porque verás a 200 caras conocidas por el camino y estarás saludando a gente de Twitter musiquitas durante la siguiente hora.
Las barras abastecen sin esperas, con precios muy razonables y suficiente disponibilidad de Nestea Maracuyá, sin duda la bebida estrella de esta edición. Por si fuese poco, al lado de la salida del recinto está la Peña Flamenca de Torremolinos, que te pone la misma música que sonará en el Canela ese día con unas bravas riquísimas bajo el manto del aire acondicionado.
LA MÚSICA
Sorprende decirlo, pero el Canela triunfa porque es un festival cuyo foco es eso, la música. El cartel de este año era impresionante, con más de una veintena de artistas que quería y pude ver por una fracción del precio que cuestan el PS y sucedáneos.
Para mí, las estrellas de la jornada inaugural fueron los de La Plata y su cantante dirigiéndose al público como un maestro de parvulario a sus niños. La ternura por bandera.
El jueves los más hombres lloramos a partir de la segunda canción de Big Thief y quizá paramos en algún momento. Luego Standstill me sorprendió, ya que había leído mucha crítica al directo que llevaban tras su vuelta, pero bailé hasta llevar 25000 pasos y subir al podio mundial de Stompers una vez más. Servidor llevaba la exclusiva camiseta de Sustrato (pronto por aquí) y repartí pegatinas a toda persona que nos reconocía. Cerró Margarita Quebrada y anda que no tenía ganas de volar con mis fellow valencianos.
Viernes el pavo de Protomartyr me volvió a dejar claro que no hay derecho a que alguien que luce tan chiquito-ish haga trascender a miles de personas a la vez con una mano en la cadera. Absurdo. Más tarde, el pavo de Model/Actriz dejó preñado a un tercio de los asistentes y yo casi pierdo el mechero de la suerte. Dame Área acabó con Silvia dando una lección de presencia y entramos en trance musical. No he estado tan cansado en mi vida.
Y llegó el sábado. La fiesta de disfraces dentro de la fiesta del Canela. Apenas dormí por la ilusión. Las actuaciones del día eran un sueño febril del melómano más enfermo de todos los tiempos. Todo me gustaba. No puedo describir las actuaciones del día porque el sombrero de falso periodista musical evidentemente se me ha volado y solo soy alguien que ama la música en directo. Me volví loco entre Prison Affair y Snõõper, me reí hasta doler con The Lemon Twinks Twigs, me dejé la voz en Triángulo y me destruí con la electrónica radical mostoleña.
LA GENTE
Esto es lo mejor de todo. No hay nada parecido en el mundo como el ambiente de estos días. Desde mis amigos, a la gente con la que me cruzaba, hasta el personal del recinto y artistas. No vi malas caras, ni discusiones. No existía la tensión. Un grupo violentamente heterogéneo de gente unida por amor a la música. Una movida realmente gordísima. Hubo un tío que me preguntó si estaba bien sólo porque vio que no bailaba – estaba agotadísimo pensando en mi coche – y hubo otro tío distinto al que le tiré una copa y solo pidió un abrazo a cambio. Seguro que llevaba mullet, bigote y tatuajes. Perdí la noción del tiempo, perdí a mis amigos y gané en todo lo demás. Repartí medallas, pegatinas, abrazos, besos, empujones, raquetazos, globos, fotos, alegría y toda la energía que me quedaba para el año entre el Fistro y el Jarl. Murió la tristeza, ganó la música. Nos vemos en 2025.