Castilla el Horizonte

Tnto los conquistadores como los vaqueros del Oeste tenían la intuición de la infinitud de la Tierra.

Me desplazo esta semana a la costa brava para rendir pleitesía a Josep Pla. El primer paso es viajar en AVE a Barcelona. Hace una tarde limpia e indeterminada de finales de invierno, un clima intermedio a todas las cosas, en el que nadie situaría una novela o película.

Pero el aire en Madrid es cristalino, tonificante, da la sensación de poderse dividir en placas paralelas, como se separa la pizarra en las montañas y el hielo en las fábricas. Al instalarme en el asiento 13A del coche octavo, a la vanguardia de la flecha de renfe (y por suerte a babor), soy testigo del paisaje que ocasiona este clima. Un azul neutro y puro alberga esas nubes toy story que todo el mundo pinta pero casi nadie nunca ve. 

Al fondo preside la sierra de Madrid, dueña de una elevación estándar, la montaña que tenéis en mente, coronada con la modesta cantidad de nieve que también cabría esperar. Al volver de esta referencia, los ojos registran sobrecogidos parches ocres, arcillosos y al fin verdes, un verde resplandeciente producto de las últimas lluvias y del ánimo del observador. Encinas, tiritantes caducifolios y arbustos de distinta consideración completan el cuadro, del que preferimos desterrar las torres del tendido eléctrico.

Es un paisaje abrumador y para no sentir que estoy exagerando me pongo The Wild Hunt, de The Tallest Man on Earth. No en vano, el disco contiene una canción llamada King of Spain. Cuando acaba escucho Born to Run, de Bruce Springsteen. Dejamos atrás la sierra de Madrid y nos adentramos en un túnel entre colinas ya más serias, que anuncian Aragón.

Castilla es normal. Es recia, pintable, un decorado onírico que cabe imaginar. Esta es la similitud con los westerns y con el salvaje Oeste de las películas de la época dorada de Hollywood. Cúmulos (así se llaman las nubes toy story), algún cactus, pedruscos de Monument Valley y ocres y naranja hasta donde alcanza la vista. Igual que Guadalajara.

Cuando era niño y atravesaba Castilla aplastado contra la ventana del coche, procedente de Galicia, recuerdo preguntarme en bucle que a quién demonios pertenecía toda esa tierra y qué hacían con ella, además de tenerla1. Observaba dos diferencias fundamentales con el paisaje del noroeste: una, por todas partes se veía la tierra, la arenilla misma que la compone y, dos, no estaba todo absolutamente vallado, delimitando la propiedad de cada finca. 

Ahora me doy cuenta de la relación entre el paisaje y la idea de Tierra. En Castilla y en el Lejano Oeste2, la Tierra es una abstracción porque no hay lindes, es un tesoro reproducible a mano alzada al que, además, la vista nunca abarca por completo. La idea es precisamente la de infinitud y posibilidad, mientras que en el minifundio gallego uno tiene que imaginar forzosamente el detalle, lleno de identidad.

No sé si hay más relación entre los extremeños que se fueron América a buscar fortuna y gloria y los pioneros americanos, pero tanto los conquistadores como los vaqueros del Oeste tenían la intuición de la infinitud de la Tierra, Tierra arable y por supuesto galopable y llena de promesas, sin vallas ni vegetación que interrumpiese la vista de su imparable determinación. Sólo en este contexto se pueden entender las grandes historias de amistad, de amor y de honor que nos brindaron Ford, Hawks o Leone. En el Señor de los Anillos, Gandalf le habla a Pippin de la campiña inglesa como el paraíso perdido. La Comarca sería el hogar, el pasado, mientras que el Folde Oeste y la tierra de los hombres no es más que el futuro que hay que agarrar por las riendas de la imaginación.

Uno cae en la cuenta contemplando este paisaje. La Tierra solo es una metáfora, un transportador de significado. La Tierra es la promesa de un hogar, de un porvenir limpio y suficiente. Por eso, en castellano, al futuro también se le llama horizonte.

John Wayne, pensando en el futuro de sustancia

1 Con todas las polémicas sobre el acceso a la vivienda, creo que deberíamos volver a llamar a los grandes propietarios grandes tenedores. Así al menos se podrían hacer bromas gastronómicas con la situación.

2 Se da además la casualidad de que el medio oeste americano y el donut castellano son zonas únicas por su extremadamente baja densidad de población.

El famoso mapa de la densidad de población de España, también conocido como "ni que Coruña fuera Nueva York"
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Castilla el Horizonte

Tnto los conquistadores como los vaqueros del Oeste tenían la intuición de la infinitud de la Tierra.

Me desplazo esta semana a la costa brava para rendir pleitesía a Josep Pla. El primer paso es viajar en AVE a Barcelona. Hace una tarde limpia e indeterminada de finales de invierno, un clima intermedio a todas las cosas, en el que nadie situaría una novela o película.

Pero el aire en Madrid es cristalino, tonificante, da la sensación de poderse dividir en placas paralelas, como se separa la pizarra en las montañas y el hielo en las fábricas. Al instalarme en el asiento 13A del coche octavo, a la vanguardia de la flecha de renfe (y por suerte a babor), soy testigo del paisaje que ocasiona este clima. Un azul neutro y puro alberga esas nubes toy story que todo el mundo pinta pero casi nadie nunca ve. 

Al fondo preside la sierra de Madrid, dueña de una elevación estándar, la montaña que tenéis en mente, coronada con la modesta cantidad de nieve que también cabría esperar. Al volver de esta referencia, los ojos registran sobrecogidos parches ocres, arcillosos y al fin verdes, un verde resplandeciente producto de las últimas lluvias y del ánimo del observador. Encinas, tiritantes caducifolios y arbustos de distinta consideración completan el cuadro, del que preferimos desterrar las torres del tendido eléctrico.

Es un paisaje abrumador y para no sentir que estoy exagerando me pongo The Wild Hunt, de The Tallest Man on Earth. No en vano, el disco contiene una canción llamada King of Spain. Cuando acaba escucho Born to Run, de Bruce Springsteen. Dejamos atrás la sierra de Madrid y nos adentramos en un túnel entre colinas ya más serias, que anuncian Aragón.

Castilla es normal. Es recia, pintable, un decorado onírico que cabe imaginar. Esta es la similitud con los westerns y con el salvaje Oeste de las películas de la época dorada de Hollywood. Cúmulos (así se llaman las nubes toy story), algún cactus, pedruscos de Monument Valley y ocres y naranja hasta donde alcanza la vista. Igual que Guadalajara.

Cuando era niño y atravesaba Castilla aplastado contra la ventana del coche, procedente de Galicia, recuerdo preguntarme en bucle que a quién demonios pertenecía toda esa tierra y qué hacían con ella, además de tenerla1. Observaba dos diferencias fundamentales con el paisaje del noroeste: una, por todas partes se veía la tierra, la arenilla misma que la compone y, dos, no estaba todo absolutamente vallado, delimitando la propiedad de cada finca. 

Ahora me doy cuenta de la relación entre el paisaje y la idea de Tierra. En Castilla y en el Lejano Oeste2, la Tierra es una abstracción porque no hay lindes, es un tesoro reproducible a mano alzada al que, además, la vista nunca abarca por completo. La idea es precisamente la de infinitud y posibilidad, mientras que en el minifundio gallego uno tiene que imaginar forzosamente el detalle, lleno de identidad.

No sé si hay más relación entre los extremeños que se fueron América a buscar fortuna y gloria y los pioneros americanos, pero tanto los conquistadores como los vaqueros del Oeste tenían la intuición de la infinitud de la Tierra, Tierra arable y por supuesto galopable y llena de promesas, sin vallas ni vegetación que interrumpiese la vista de su imparable determinación. Sólo en este contexto se pueden entender las grandes historias de amistad, de amor y de honor que nos brindaron Ford, Hawks o Leone. En el Señor de los Anillos, Gandalf le habla a Pippin de la campiña inglesa como el paraíso perdido. La Comarca sería el hogar, el pasado, mientras que el Folde Oeste y la tierra de los hombres no es más que el futuro que hay que agarrar por las riendas de la imaginación.

Uno cae en la cuenta contemplando este paisaje. La Tierra solo es una metáfora, un transportador de significado. La Tierra es la promesa de un hogar, de un porvenir limpio y suficiente. Por eso, en castellano, al futuro también se le llama horizonte.

John Wayne, pensando en el futuro de sustancia

1 Con todas las polémicas sobre el acceso a la vivienda, creo que deberíamos volver a llamar a los grandes propietarios grandes tenedores. Así al menos se podrían hacer bromas gastronómicas con la situación.

2 Se da además la casualidad de que el medio oeste americano y el donut castellano son zonas únicas por su extremadamente baja densidad de población.

El famoso mapa de la densidad de población de España, también conocido como "ni que Coruña fuera Nueva York"
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