Celebremos y brindemos

Por
Álvaro Boro
27/12/2024

La Navidad es la quinta estación: invierno, primavera, otoño, verano y Navidad.

Por mucho Grinch y hater que haya de la Navidad, que en estos tiempos de polarización y extremos saltan en cualquier cena o en unas copas a contar según ellos los horrores de estos tiempos y de estas fiestas -qué pesados, ya podían quedarse en su casa y no amargar-, está claro que es uno de los mejores periodos del año. Se reúnen las familias, los que viven lejos regresan al hogar, te juntas con los amigos, uno va de celebración en celebración y bebe y come porque es lo que toca, la gente copa las calles pese al frío y, a veces, la lluvia y la alegría, más real o más infundida, más fraternal o más etílica, llega a todos los rincones, hasta a los odiadores.

Las navidades no es que sean sólo unos días, una franja de tiempo, para celebrar, cebarnos, actuar como dipsómanos, gastar dinero y regalar. Y no voy a entrar en la turra católica de que lo importante es celebrar la llegada del niño Dios a la tierra y todo eso, menos aún cuando la Iglesia lo reivindica y celebra más con guitarritas y cancioncitas folclóricatecumenales, que tanto daño han hecho y hacen, en lugar de con El Mesías de Haendel. Pero este es un pastel en el que no voy a meterme, que bastante tuve ya con lo de la manzana troceada. La Navidad es la quinta estación: invierno, primavera, otoño, verano y Navidad. Una estación donde la ilusión rompe, todos estamos inquietos y esperamos con ímpetu que llegue.

La comida y la bebida son las protagonistas de estos encuentros tan esperados, de estas veladas tan especiales. En torno a una mesa tejemos nuestra red de afectos y cariño con familiares y amigos. Porque así somos, porque nuestra cultura y tradición nos ha enseñado a honrar y a compartir. Pocas cosas más tristes que alguien cenando sólo el día de Nochebuena. Y entiendo que haya a quienes estos momentos no les resulten fáciles, porque a esa mesa que antes era enorme y estaba llena le van faltando comensales, pero la renuncia a la Navidad es hacerlo frente a la vida, la felicidad y la esperanza, que, por desgracia, tantas veces es lo primero que se pierde.

Siempre que durante estas fiestas se hace un brindis, la cabeza se va a esa gente que no está. Aunque sea una décima de segundo, y puede pasar que el mejor de los tragos se amargue un poco por una lágrima que corre por nuestra mejilla. No pasa nada, estas faltas tan importantes en la vida de cada uno, siempre están presentes: en todo aquello bueno que nos pase y en todo lo malo. Hay ausencias que también son una presencia, que marcan y modifican el devenir de nuestros días. Lo que jamás se puede hacer, debemos luchar contra ello, es capitular frente a la tristeza y el desamparo; por nosotros y por todos aquellos que nos importaron tanto. Celebremos las fiestas y brindemos siempre.

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Las navidades no es que sean sólo unos días, una franja de tiempo, para celebrar, cebarnos, actuar como dipsómanos, gastar dinero y regalar. Y no voy a entrar en la turra católica de que lo importante es celebrar la llegada del niño Dios a la tierra y todo eso, menos aún cuando la Iglesia lo reivindica y celebra más con guitarritas y cancioncitas folclóricatecumenales, que tanto daño han hecho y hacen, en lugar de con El Mesías de Haendel. Pero este es un pastel en el que no voy a meterme, que bastante tuve ya con lo de la manzana troceada. La Navidad es la quinta estación: invierno, primavera, otoño, verano y Navidad. Una estación donde la ilusión rompe, todos estamos inquietos y esperamos con ímpetu que llegue.

La comida y la bebida son las protagonistas de estos encuentros tan esperados, de estas veladas tan especiales. En torno a una mesa tejemos nuestra red de afectos y cariño con familiares y amigos. Porque así somos, porque nuestra cultura y tradición nos ha enseñado a honrar y a compartir. Pocas cosas más tristes que alguien cenando sólo el día de Nochebuena. Y entiendo que haya a quienes estos momentos no les resulten fáciles, porque a esa mesa que antes era enorme y estaba llena le van faltando comensales, pero la renuncia a la Navidad es hacerlo frente a la vida, la felicidad y la esperanza, que, por desgracia, tantas veces es lo primero que se pierde.

Siempre que durante estas fiestas se hace un brindis, la cabeza se va a esa gente que no está. Aunque sea una décima de segundo, y puede pasar que el mejor de los tragos se amargue un poco por una lágrima que corre por nuestra mejilla. No pasa nada, estas faltas tan importantes en la vida de cada uno, siempre están presentes: en todo aquello bueno que nos pase y en todo lo malo. Hay ausencias que también son una presencia, que marcan y modifican el devenir de nuestros días. Lo que jamás se puede hacer, debemos luchar contra ello, es capitular frente a la tristeza y el desamparo; por nosotros y por todos aquellos que nos importaron tanto. Celebremos las fiestas y brindemos siempre.

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