1. Escribe una carta.
Efectivamente, el papel aguanta epítetos, exageraciones y triples desde el medio campo, veleidades que en otro soporte coquetearían con el más estrepitoso de los ridículos. La palabra escrita, del mismo modo que resulta óptima para especular con ideas y posiciones morales, equivale a un asesinato a sangre fría en el amor. O si no mirad de lo que era capaz Pardo Bazán al escribirse con Galdós:
Ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí está una buitra esperando por su pájaro bobo, por su mochuelo (…)
2. Utiliza la segunda persona.
Aunque te dirijas a un país entero, usa la segunda persona. Así se crea una falsa ilusión de complicidad, de intimidad. Y es en la intimidad donde uno escucha a un amigo, donde no se traiciona al otro.
3. Pide perdón.
Empezar un poco humilladete, arqueado y felino, instalará a tu lector en una sensación de falsa magnanimidad que le pondrá en disposición de tragar con cualquier embuste posterior:
Le agradezco, por tanto, que tome un poco de su tiempo para leer estas líneas.
4. Da explicaciones redundantes para enfatizar tus opiniones.
Es claro que detener el ritmo de la prosa, para volver sobre lo que uno acaba de decir, da sensación de autoridad. Para pasar del punto 3 a este punto 4 en un santiamén -y así tener al lector otra vez a tu merced-, nada como ser redundante y autoritario. La técnica se conoce también como el “mira, te comento”:
Como ya sabrá, y si no le informo, un juzgado de Madrid ha abierto diligencias previas contra mi mujer
5. Las comparaciones son tus amigas.
Emplear la equivalencia entre dos ideas o valores inconexos otorga a las frases relumbrón, las viste de una falsa estructura, una ilusión de arquitectura que engomina la prosa como si de la cabeza de Mario Conde se tratara:
para esclarecer unos hechos tan escandalosos en apariencia, como inexistentes.
(...)
En este atropello tan grave como burdo1
6. Despista al enemigo colocando mal las comas.
Dejar caer las comas en las frases, como salt bae hace con la sal, provocará que el lector llegue sin aliento al final de oración, rindiendo pleitesía a cualquier confusa idea que se ensaye. Ver ejemplo anterior, o este otro:
Se trata de una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales
7. No escatimes en adverbios.
Los adverbios dan entereza, empaque, donaire. Dirigen a los verbos a donde tienen que ir, esto es, al ego del que escribe:
La denuncia fue archivada doblemente por dicho organismo, cuyos funcionarios fueron descalificados posteriormente por la dirigencia del PP y de Vox. Seguidamente (...)
8. Frases hechas, frases escritas.
El saber popular, sublimado en locuciones para nada horteras ni cacatuéscas. Los envidiosos dirán que es mejor plantear imágenes e ideas originales:
En resumen, se trata de una operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire
(...)
que se extiende a lo largo y ancho de las principales democracias occidentales
9. Una cita literaria al año no hace daño.
Haz gala de tu biblioteca y memoria citando a alguna autoridad de las letras (a estas alturas eclipsada por tu epistolar exhibición):
han puesto en marcha lo que el gran escritor italiano, Umberto Eco, llamó “la máquina del fango”.
10. Repite palabras sin cesar.
No tengas miedo de afianzar conceptos incluso en el mismo párrafo, para que al lector -ser disperso y escurridizo por antonomasia- sea permeado por tus preclaras ideas:
Fango (x4), la derecha y la ultraderecha (x3)
11. Haz malabares con el complemento directo.
Igual que al poner las comas, hacerle un regate al cerebro del lector sobre el objeto de los verbos que utilices es una estrategia ganadora. Por ejemplo, no digas que vives el arrojamiento o esparcimiento de fango, di que vives el fango mismo:
que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también.
12. Epítetos, epítetos y esguinces gramaticales.
Al igual que ocurría con el punto 5, una figura retórica que puede serte útil es el epíteto, garantía de verdad y de buenas intenciones y -para nada- utilizada para presumir de lo que se carece. Combinado con el consejo número 7, el adverbial, y con el 4, la paradita enfática, entonces se cincela una frase irresistible para cualquier lector de corazón puro. Aunque por el camino desafíes a la RAE2:
Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer
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1 No puedo evitar imaginarme a dos científicos en el lugar del accidente, con sus batas e informes, certificando que sí, que en efecto en dicho arrollamiento se han alcanzado las mismas cotas de lo grave y lo burdo
2 Vaya por delante que no tengo ni idea de lingüística (ni de casi nada). Pero como esta ya célebre construcción adverbio+participio me sonaba muy mal, acudí a la RAE. Lo que la nueva gramática dice es que el cóctel ni funciona ni es recomendable, aunque si es admisible. Mi sospecha es que se trata de un anglicismo, dado que es típico del inglés añadir un adverbio al participio (well known, properly dressed). Pero claro, en español, estar in love es precisamente un participio, algo que ya ha pasado o que ya está hecho y se antoja irremediable. Y por eso, por lo que explica la RAE, suena tan artificial o pomposo. Sobre esto (y sobre lo peligroso que es estar enamorado y, aún peor, justificar tus acciones por ello) sospecho que tendría mucho que decir Javier Marías, qepd.