Contra el futuro

Me gusta preguntar a la gente que todavía no conozco bien si prefieren el mes de junio o de septiembre, es decir, el principio o el final de las fiestas.

El joven Pierre LL escribió el otro día un artículo brillante, limpio, también ingenuo. Lo tituló “Contra el presente”. En él, pulía algunos brillantes argumentos: expectativa, emoción, vivir ilusionado. Yo en cambio creo que animar a soñar con el futuro es uno de los peores consejos que se le pueden dar a nadie.

Vivir con ilusión equivale a fiarlo todo a lo que está por venir. De este modo, es inevitable dimitir poco a poco del presente y empezar a creer en el pensamiento mágico, a negar la causalidad de las cosas - como bien confiesa Pierre al proclamarse comprador del euromillones. La lotería no es más que fingir todos a la vez que la suerte existe1. Entiendo que ayuda a vivir con ilusión pero, mientras piensas esa ilusión en la cocina de casa o en la oficina, quizá te estés perdiendo un poco de vermut y brindis al sol, un inesperado paseo en bici que te haga sentir de manera inmediata como nos imaginamos que se siente un millonario. La ilusión realmente existente es la que uno puede empezar a construir ahora mismo, mientras toca de oído. 

 

Rechazo pues el ejemplo de la lotería, que Pierre hábilmente cuela junto a uno más opinable, el del amor. Es cierto que los comienzos de una relación están muy bien (no son los únicos), pero discrepo de los motivos. Hacerse castillos en el aire sobre nombres de perros o bricolaje en el garaje es la manera más rápida de caer en el desencanto y luego en el rencor, rencor especialmente dañino que uno proyecta contra el otro, pero que en realidad es contra uno mismo y sus expectativas pasadas. El motivo por lo que los principios son tan agradables tiene más que ver con el presente inmediato, ir descubriendo a tientas, como cuando uno entra en una discoteca nueva que dispone de varias salas o, de hecho, ve una película buena, deseando ser sorprendido.

No obstante, como casi siempre, sospecho que en el fondo intentamos racionalizar lo que no se debe a otro motivo que al carácter y naturaleza de cada uno. Las cosas nos parecen buenas porque las deseamos, y no al revés. A propósito de esto, me gusta preguntar a la gente que todavía no conozco bien si prefieren el mes de junio o de septiembre, es decir, el principio o el final de las fiestas. Así diagnostico rápidamente. Yo soy de los segundos: no me gusta la presión de la expectativa del verano, la obligación de dejarme ver y pasarlo bien2. En cambio, me resulta más natural disfrutar de algo cuando sé con certeza que tiene un límite y que se va acabar, cuando los días se hacen más cortos, se producen los últimos y más sentidos bailes, con la certeza de que no habrá un mañana y de que somos todos irrepetibles en el tiempo y en el espacio. 

Creo que los de esta clase, en el fondo, operamos con una nostalgia de acción rápida, y nos hacen falta tan solo unos instantes (segundos, a veces) para registrar el futuro recuerdo de una escena en nuestro cerebro y empezar a disfrutarla en el acto. Nos gusta lo decadente, el final de las cosas, la recapitulación de Don Fabrizio en el Gatopardo. Si de verdad partes de que las cartas están dadas y nuestra mano es horrible, si te crees a Cioran, anida en uno la más refrescante de las determinaciones: intervenir en la realidad, observar los frutos. Esto agudiza los sentidos y se parece bastante a escribir. A pensar cual va a ser la siguiente frase. La siguiente palabra. Ahora.

Ahora bien, a los de nuestra estirpe nos obsesiona el carácter de los soñadores, nuestra otra mitad. De esto me doy cuenta pensando en las “Noches de Cabiria”, de Federico Fellini, que no es más que una carta de amor de un septembrista a un junista; de un escéptico observador a una incombustible soñadora. Quizá solo se puedan contar así las historias, de un lado a otro del terreno de juego. Desde luego producen siempre los finales más memorables; los mejores nombres para perros.

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1 ”Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles.”

2 Bendito Wimbledon, bendito tour de Francia, no es casual su ubicación en el calendario.

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Contra el futuro

Me gusta preguntar a la gente que todavía no conozco bien si prefieren el mes de junio o de septiembre, es decir, el principio o el final de las fiestas.

El joven Pierre LL escribió el otro día un artículo brillante, limpio, también ingenuo. Lo tituló “Contra el presente”. En él, pulía algunos brillantes argumentos: expectativa, emoción, vivir ilusionado. Yo en cambio creo que animar a soñar con el futuro es uno de los peores consejos que se le pueden dar a nadie.

Vivir con ilusión equivale a fiarlo todo a lo que está por venir. De este modo, es inevitable dimitir poco a poco del presente y empezar a creer en el pensamiento mágico, a negar la causalidad de las cosas - como bien confiesa Pierre al proclamarse comprador del euromillones. La lotería no es más que fingir todos a la vez que la suerte existe1. Entiendo que ayuda a vivir con ilusión pero, mientras piensas esa ilusión en la cocina de casa o en la oficina, quizá te estés perdiendo un poco de vermut y brindis al sol, un inesperado paseo en bici que te haga sentir de manera inmediata como nos imaginamos que se siente un millonario. La ilusión realmente existente es la que uno puede empezar a construir ahora mismo, mientras toca de oído. 

 

Rechazo pues el ejemplo de la lotería, que Pierre hábilmente cuela junto a uno más opinable, el del amor. Es cierto que los comienzos de una relación están muy bien (no son los únicos), pero discrepo de los motivos. Hacerse castillos en el aire sobre nombres de perros o bricolaje en el garaje es la manera más rápida de caer en el desencanto y luego en el rencor, rencor especialmente dañino que uno proyecta contra el otro, pero que en realidad es contra uno mismo y sus expectativas pasadas. El motivo por lo que los principios son tan agradables tiene más que ver con el presente inmediato, ir descubriendo a tientas, como cuando uno entra en una discoteca nueva que dispone de varias salas o, de hecho, ve una película buena, deseando ser sorprendido.

No obstante, como casi siempre, sospecho que en el fondo intentamos racionalizar lo que no se debe a otro motivo que al carácter y naturaleza de cada uno. Las cosas nos parecen buenas porque las deseamos, y no al revés. A propósito de esto, me gusta preguntar a la gente que todavía no conozco bien si prefieren el mes de junio o de septiembre, es decir, el principio o el final de las fiestas. Así diagnostico rápidamente. Yo soy de los segundos: no me gusta la presión de la expectativa del verano, la obligación de dejarme ver y pasarlo bien2. En cambio, me resulta más natural disfrutar de algo cuando sé con certeza que tiene un límite y que se va acabar, cuando los días se hacen más cortos, se producen los últimos y más sentidos bailes, con la certeza de que no habrá un mañana y de que somos todos irrepetibles en el tiempo y en el espacio. 

Creo que los de esta clase, en el fondo, operamos con una nostalgia de acción rápida, y nos hacen falta tan solo unos instantes (segundos, a veces) para registrar el futuro recuerdo de una escena en nuestro cerebro y empezar a disfrutarla en el acto. Nos gusta lo decadente, el final de las cosas, la recapitulación de Don Fabrizio en el Gatopardo. Si de verdad partes de que las cartas están dadas y nuestra mano es horrible, si te crees a Cioran, anida en uno la más refrescante de las determinaciones: intervenir en la realidad, observar los frutos. Esto agudiza los sentidos y se parece bastante a escribir. A pensar cual va a ser la siguiente frase. La siguiente palabra. Ahora.

Ahora bien, a los de nuestra estirpe nos obsesiona el carácter de los soñadores, nuestra otra mitad. De esto me doy cuenta pensando en las “Noches de Cabiria”, de Federico Fellini, que no es más que una carta de amor de un septembrista a un junista; de un escéptico observador a una incombustible soñadora. Quizá solo se puedan contar así las historias, de un lado a otro del terreno de juego. Desde luego producen siempre los finales más memorables; los mejores nombres para perros.

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1 ”Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles.”

2 Bendito Wimbledon, bendito tour de Francia, no es casual su ubicación en el calendario.

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