Cualquier álbum de fotos

Estamos acostumbrados a no aburrirnos

Escribo esto desde el salón de mi casa. Harto de algoritmos que me llevan a ver vídeos sobre cómo puedo corregir el slice en mi swing de golfista frustrado, he decidido que mi descanso post comida no iba a ser pegado a la pantalla del móvil. Desde luego no es el sitio en el que más tiempo paso, pero he acabado aquí viendo álbumes de fotos. Estamos acostumbrados a no aburrirnos, a estar todo el día con el móvil, y aunque ver fotos también es matar el tiempo, al menos no tengo el dichoso aparatito en mis manos durante un rato. Mi padre es un gran aficionado a la fotografía y  siempre le recuerdo con una cámara de fotos en la mano. Cada instante de mi infancia y la de mis hermanos está recogido por mi padre y sus cámaras. Lo mejor de esa afición es que tenemos el salón repleto de álbumes que recogen la mayoría de viajes que hemos hecho. No puedo tocar el pasado con mis manos, pero cada vez que tengo uno de esos álbumes en mis manos es como si pudiese viajar en el tiempo. No estoy del todo seguro de muchas cosas que creo que me han pasado en algunos viajes, puede que mi memoria me juegue una mala pasada, pero sé que todo aquello que aparece en una foto es verdad. No soy capaz de saber en qué año hicimos una fiesta de Halloween en Villaluenga del Rosario, pero soy consciente por las imágenes de que en ese momento estaba siendo muy feliz.

Tras ver fotos mías en Disney o en los lagos de Covadonga, he llegado a la conclusión de que gracias a mi padre tengo la suerte de recordar muchos momentos en los que he sido muy feliz. Es gracioso ver mini Álvaros pululando por París llorando con un helado derretido en la mano o queriendo torear una vaca de forma fallida junto al Enol o el Ercina. Son cosas que recuerdo con gran nitidez, pero estoy seguro que sin la fotografía en mis manos sería imposible acordarme de algunos detalles. Podría describir con los ojos cerrados la casa de Roche en la que pasábamos los fines de semana cuando éramos pequeños, pero no recordaba el columpio que teníamos hasta que lo he visto en fotos. 

Aunque con la edad eres más consciente de las cosas, uno sigue necesitando ver fotos para ponerle cara a muchas cosas. Me acuerdo de los viajes a Londres con mis padres y con mis amigos, pero gracias a ese álbum familiar puedo recordar lo feas que eran aquellas zapatillas y lo mucho que me gustaban en 2013, mientras que con mis amigos puedo rememorar muchas cosas pero no qué zapatos llevaba puestos. Y la putada de eso es que hasta el día de hoy no me había planteado tener álbumes de fotos en mi futura casa. “Total, están todas en la nube” pensaba, ¿se puede ser más imbécil?

Ahora mismo no debería estar sentado escribiendo sino yendo a todas las tiendas de fotografía de la ciudad para imprimir mi galería de fotos del móvil -memes incluidos- y así poder detenerme en cada una de ellas en vez de deslizar de un lado a otro como si de una tarde viendo tinder se tratara. Porque la verdad está en lo tangible, en lo que puedes tocar. No te importa que te digan te quiero, sólo quieres que te cojan de la mano.

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Escribo esto desde el salón de mi casa. Harto de algoritmos que me llevan a ver vídeos sobre cómo puedo corregir el slice en mi swing de golfista frustrado, he decidido que mi descanso post comida no iba a ser pegado a la pantalla del móvil. Desde luego no es el sitio en el que más tiempo paso, pero he acabado aquí viendo álbumes de fotos. Estamos acostumbrados a no aburrirnos, a estar todo el día con el móvil, y aunque ver fotos también es matar el tiempo, al menos no tengo el dichoso aparatito en mis manos durante un rato. Mi padre es un gran aficionado a la fotografía y  siempre le recuerdo con una cámara de fotos en la mano. Cada instante de mi infancia y la de mis hermanos está recogido por mi padre y sus cámaras. Lo mejor de esa afición es que tenemos el salón repleto de álbumes que recogen la mayoría de viajes que hemos hecho. No puedo tocar el pasado con mis manos, pero cada vez que tengo uno de esos álbumes en mis manos es como si pudiese viajar en el tiempo. No estoy del todo seguro de muchas cosas que creo que me han pasado en algunos viajes, puede que mi memoria me juegue una mala pasada, pero sé que todo aquello que aparece en una foto es verdad. No soy capaz de saber en qué año hicimos una fiesta de Halloween en Villaluenga del Rosario, pero soy consciente por las imágenes de que en ese momento estaba siendo muy feliz.

Tras ver fotos mías en Disney o en los lagos de Covadonga, he llegado a la conclusión de que gracias a mi padre tengo la suerte de recordar muchos momentos en los que he sido muy feliz. Es gracioso ver mini Álvaros pululando por París llorando con un helado derretido en la mano o queriendo torear una vaca de forma fallida junto al Enol o el Ercina. Son cosas que recuerdo con gran nitidez, pero estoy seguro que sin la fotografía en mis manos sería imposible acordarme de algunos detalles. Podría describir con los ojos cerrados la casa de Roche en la que pasábamos los fines de semana cuando éramos pequeños, pero no recordaba el columpio que teníamos hasta que lo he visto en fotos. 

Aunque con la edad eres más consciente de las cosas, uno sigue necesitando ver fotos para ponerle cara a muchas cosas. Me acuerdo de los viajes a Londres con mis padres y con mis amigos, pero gracias a ese álbum familiar puedo recordar lo feas que eran aquellas zapatillas y lo mucho que me gustaban en 2013, mientras que con mis amigos puedo rememorar muchas cosas pero no qué zapatos llevaba puestos. Y la putada de eso es que hasta el día de hoy no me había planteado tener álbumes de fotos en mi futura casa. “Total, están todas en la nube” pensaba, ¿se puede ser más imbécil?

Ahora mismo no debería estar sentado escribiendo sino yendo a todas las tiendas de fotografía de la ciudad para imprimir mi galería de fotos del móvil -memes incluidos- y así poder detenerme en cada una de ellas en vez de deslizar de un lado a otro como si de una tarde viendo tinder se tratara. Porque la verdad está en lo tangible, en lo que puedes tocar. No te importa que te digan te quiero, sólo quieres que te cojan de la mano.

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