Sucedió durante el descanso. Andaba yo aparentando normalidad, como si lo excepcional formase parte de mi rutina, con cara de este es mi plan de cada miércoles, disimulando mientras me atiborraba a canapés, que para ser honestos los del Palco VIP del Bernabéu son los mejores que probé en mi vida. Paseaba mi por entonces insultante juventud entre empresarios, famosillos de medio pelo, ex futbolistas y gente que va al fútbol a dejarse ver y a salir guapo en las fotos. Recuerdo que McManamman, así, a medio metro, me pareció altísimo. Y entonces le vi. Ahí estaba, dos mesitas más allá de la mía. El señor Noel Gallagher.
Claro joder, pensé. Igual que estoy yo aquí haciendo de anfitrión con mis influencers invitados por la empresa que me paga -la imagen corporativa se la fían a cualquiera-, empresa que casualmente es un conocido sponsor de la Champions, alguna otra marca, incluso puede que sea la misma que yo ahora mismo represento, habrá hecho lo propio con él y le habrá invitado a ver a su Manchester City a cambio de unas fotillos y un Thank You very much for this amazing experience en Instagram. El párrafo ha quedado un pelín largo pero juro que eso fue lo que pensé.
¿Pero qué quieres que hubiese hecho yo, a mis veintipocos, criatura? Pues lo que hubieses hecho tú también. Me acerqué y le pedí una foto con toda la educación que me han enseñado mis padres, que no es poca cosa; en mi familia siempre se ha tratado con admiración y mucho respeto al famoseo, especialmente al artista, no así al anónimo, que a ese le escupimos despreciando su irrelevante mediocridad. El caso es que aproveché esos veinte segunditos de contacto para comentarle algo del partido; que si hay que ver lo bien que ataca al espacio Gabriel Jesús o que a mí también me había sorprendido la ausencia de Kroos en el once. Ni me acuerdo de la gilipollez de enteradillo insufrible que debí soltarle. Me daba un poco igual siendo sincero. Yo lo que quería era mucho más simple, que aquella catedral andante de la mitología musical me ubicase, entre toda aquella panda de pijos y arribistas que iban a enseñarse a ese the place to be que es el VIP del Bernabéu, como uno de los pocos futboleros de verdad. Como él.
Y efectivamente, el tío me identificó como alguien medianamente normal, que no dejaba de ser una anomalía en ese ecosistema. Reconoció en mí un energúmeno no muy distinto a él, sólo que en esta ocasión ambos guardábamos las formas y, de acuerdo que los dos insultábamos al hijo de la grandísima puta del árbitro, pero lo hacíamos en bajito. El caso es que echamos unas palabritas sobre lo que había sido el primer tiempo. Yo. Con Noel Gallagher. En el descanso de un Real Madrid - Manchester City de octavos de final de la Champions League. De lo que es capaz el fútbol, querido, cágate.
Me despedí de él deseándole perder y volví al asiento. Aproveché, así como quien no quiere la cosa, para fijarme cómo mi nuevo mejor amigo se sentaba en la fila inmediatamente posterior a la mía, unos cuatro asientos a la derecha. Es decir, cada vez que atacaba el Madrid la portería del fondo sur, yo miraba de reojo un poquito por encima del hombro para creerme que sí, que estaba viendo el partido al lado del Gallagher cívico.
Nada más arrancar el segundo tiempo, Vinicius, todavía con el 28, le robó la cartera a Kyle Walker, entró en el área y le regaló el gol a un Isco decadente pero con pelazo, que creo que compensa.1-0. Para qué queríamos más. En ese momento de histeria colectiva que es siempre un gol en el Bernabéu en noche de Champions, que lo mismo le pegas un morreo al señor de la butaca de al lado que te descubres llevándote el índice a la boca en plan Raúl en el Camp Nou, sólo que aquí sin saber exactamente a quién hay que mandar callar, fue en ese momento, decía, cuando volvimos a cruzar miradas. Y no sé por qué, será por esa actitud descontrolada e infantil de los 30 segundos posteriores a un gol de tu equipo, lo cierto es que le celebré el gol en la cara. Yo de espaldas al césped y él sin saber dónde meterse. Opté por apretar el puño y los dientes, en un muy patriótico gesto que en el imaginario colectivo ha pasado a conocerse como un “Vamos, Rafa”.
Hasta aquí el relato de una noche hasta el momento perfecta. Lo que a continuación sucedió viene a recordarnos que, en tanto que humanos, no estamos diseñados para la felicidad perpetua, que la alegría es efímera y por eso tenemos no la posibilidad, sino el deber, de aferrarnos a ella con determinación suicida mientras la dicha dure. No existe el derecho a no disfrutar de los tiempos felices porque el revés llegará, y entonces ya será tarde y nunca te perdonarás haber renunciado voluntariamente a ser feliz.
Y así fue, en los últimos 10 minutos al City le dio tiempo a remontar, poniendo un 1-2 que dejaba casi sentenciada la eliminatoria. Cómo gritaba el hijo de puta de Noel con el gol de De Bruyne. Me dio por mirarle y el muy rencoroso, que entiendo que lo sea con su hermano pero desde luego no con un españolito de 25 años en el ejercicio de su actividad laboral, el muy rencoroso me la tenía jurada.
Primero se regodeó alargando el “yeah” con el que los ingleses, tan ridículos ellos, celebran los goles en vez de gritar gooool como hacemos en los países civilizados, marcando todas las oes del mundo. Que es como si aquí dijésemos sííííí cada vez que nuestro equipo marca. En fin, This is England.
Inevitablemente, sus ojos hubieron de encontrarse con los míos y aquello ya se convirtió en una cuestión personal entre él y yo. El cabrón se relamía con mi humillación, que para él ya simbolizaba la de todo el madridismo, con ese regodeo en su mirada de ahora vienes y me pides otra foto, fucking asshole. Y como se es rock and roll star hasta para celebrar los goles, el antes ídolo y ahora enemigo me extendió su dedo corazón, dedicándome de propina un modélico “fuck you” en un perfecto mancuniano, con el puño apretado y simulando masturbar un pene imaginario, cumpliendo con creces con el cliché de hooligan inglés, que yo ya no sabía si estábamos en Concha Espina o en Ellan Road. Daban ganas de aplaudir ante tan perfecta representación del carácter anglosajón.
Y yo pensando pero pedazo de retrasado mental, pero quién te creerás que eres, muerto de hambre. Celebra, celebra, que eres de un club que no existe, la maldad hecha equipo, desde el jeque ese para el que sólo sois un juguete del que un día se cansará hasta el perverso entrenador que tenéis, representación del mal en la tierra, aunque eso sí, muy bueno en lo suyo. El fútbol es así, implacable en la demolición de los mitos.
Además, ahora que ya no nos lee nadie, yo siempre supe que el bueno, el bueno de verdad, era Liam.