Este pasado fin de semana tenía planeado un viaje a Santander, pero como la vida es como es, el viaje se cayó. El viernes, el día que me iba, escribí en mi diario una entrada que decía lo siguiente: “Ocho de marzo. Hoy debería escribir desde Santander, pero estoy en Cádiz. No espero nada de este fin de semana. Que pase pronto, que llueva mucho y no pensar de más”. Desde el día en que supe que no me iba, las expectativas de mi fin de semana eran nulas. Necesitaba que fuesen unos días de transición. Que no doliese mucho. Que pasara rápido. Como aquel primer año del Madrid sin Cristiano o la muerte que todo el mundo desea. Fugaz e indolora.
Algo parecido me pasó el sábado cuando el Cádiz jugaba contra el Atlético de Madrid. Quería que lo malo pasara cuanto antes. Si la liga fuese un médico me gustaría haberle dicho aquello de “que sufra lo menos posible, doctor” para así hacerme a la idea de que llevábamos ciento noventa días sin ganar e íbamos a por más.
Ciento noventa días. Se dice pronto. Me hubiese gustado que cada uno de los quince mil aficionados que fueron el sábado al estadio se hubiese hecho una foto cada día que pasaba sin ganar su equipo. Como una especie de efecto supervivientes en el que los concursantes no se reconocen al verse en el espejo después de tanto tiempo. Me imagino a mujeres que se quedaron embarazadas en septiembre que ahora tienen una barriga considerable, a niños que empezaron mellados la liga y que ahora tienen dientes, señores mayores para los que seis meses pesan de más, y aun teniendo dolores, han seguido yendo cada domingo a su misa particular.
¿Cómo es posible? Soy capaz de saltarme la dieta, posponer la alarma o no ir al gimnasio, pero me cuesta mucho hacerme a la idea de no ir a un partido de mi equipo si tengo la posibilidad. No me da miedo decirlo, estuve a punto de no ir. Tenía un resfriado de narices y llovía. Quería agarrarme a esa excusa como un náufrago a una tabla en medio del mar. Pero al llegar a la casa de unos amigos para ver el partido uno de ellos dijo que había conseguido una entrada para ir al estadio, así que me fui con él. Nos colamos allí cinco tipos con el presentimiento de que ya tocaba, que algún día teníamos que ganar. Y pasó.
La felicidad que sentí en aquel momento la he sentido pocas veces. A lo mejor era alivio y no felicidad, pero lo celebramos como locos igualmente. Estábamos siendo muy felices, tanto que no nos dio tiempo ni a indagar en nuestra felicidad absoluta. Fluimos sin más.
Suelo escribir una pequeña columna del Cádiz cada jornada, pero este fin de semana, sin quererlo, he sido tan feliz que se me pasó por completo publicarla. Por eso acudo a “Las palabras justas” de Milena Busquets para resumir tanto el partido del Cádiz como mi finde en general, concretamente a la entrada del dieciocho de julio, que dice: “Demasiado feliz para escribir”.
No esperaba nada de este fin de semana. Y a lo mejor es una señal. Vivir sin más. Fluir. No esperar que pase nunca nada, pero estar vestido por si acaso.