La semana pasada fue la primera vez que vi Love actually en mi vida. Adoro las comedias románticas, pero me faltan muchísimas por ver. Soy un poco como los tipos que ponen en su biografía de tinder que adoran viajar e ir al cine y lo único que hacen es ver reels de instagram de alguien que viaja por él y la última vez que fue al cine estaba Bambi en la cartelera. ¿Me encantan las comedias románticas o sólo me gusta que la gente se enamore? Reconozco que esta vez lo que más gustó de la película no fue todo el amor que desprende sino la escena del bailecito de Hugh Grant en Downing Street.
Pongámonos en situación. En la película, Hugh Grant interpreta el papel de primer ministro británico. En una de sus escenas, tras un encuentro con el presidente de Estados Unidos del que sale muy bien parado con respecto a la opinión pública, el bueno de Hugh escucha la radio musical en el dormitorio mientras se desabrocha la corbata -algo cotidiano para la mayoría, muchos nos desvestimos escuchando la radio como acompañante más íntimo y leal- y de pronto, mientras suena la música, comienza a bailar a modo de celebración. El primer ministro recorre pasillos y escaleras bailando, no le importa nada, no hay nadie, está expresando su felicidad como le sale, al compás de la música que suena.
Internet, spotify concretamente, sabe nuestros gustos musicales muchísimo mejor que cualquier amigo. Nuestra intimidad, la de verdad, es única y exclusivamente nuestra y de nuestro algoritmo. Esa escena de Love actually la hemos tenido todos. Cara de seguridad, mirada penetrante en el espejo del baño con cara de ser los reyes del mambo y bailar alguna canción hortera como si fuese la última de nuestras vidas. Aquí somos todos muy de C tangana, pero también necesitamos un poco de ABBA en nuestras vidas o Mi gran noche de Raphael para venirnos arriba de vez en cuando. No puedo quitarme de la cabeza el día que el padre de un chico que iba a mi colegio me llevó en coche escuchando Love The Way You Lie de Rihanna y Eminem y tarareándola como si eso fuese lo típico que escuchan los padres de los demás.
Cuando veo cualquier video titulado “Detrás de las cámaras” hay veces que no me creo un pimiento de lo que aparece, mucho menos si ese video es un reportaje de campaña de cualquier político. Lo que dicen, la música que suena de fondo, todo me parece guionizado. Cuando pienso en la verdadera intimidad de cualquier alto cargo sólo puedo pensar en qué escuchan algunos líderes mundiales o nacionales. Me imagino a Trump en su día cantando Firework de Katy Perry, a Abascal escuchando a Ana Mena, a Felipe VI escuchando Mocedades por la Zarzuela o a Pedro Sánchez escuchando Melocos. Hay días en los que sueño con Mijail Gorbachov escuchando My way de Sinatra viendo cómo se derrumbaba la URSS delante de sus narices. Todas estas teorías son pura imaginación, pero cualquier persona, por mucho poder que tenga, tiene intimidad por mínima que sea, y esta debe ser respetada. Aunque me gustaría más que sus gustos musicales fueran los citados anteriormente.