Lost my shape,
Trying to act casual
Talking Heads, Remain in Light
A veces se me ocurren categorías con las que intentar asir la realidad y procedo, de manera enfermiza y con aspiraciones completistas, a verlo todo en dicotomías. En blanco y negro. Me ocurrió otra vez hace unos meses, al repensar la frase de Talking Heads de más arriba. Es como si, una vez superadas ciertas circunstancias básicas de supervivencia, para nuestra vida, la de los europeos decrecentistas de 2024, sólo se nos ofrecieran dos posibilidades de acción, dos categorías éticas para gobernar nuestras decisiones: la disciplina o la espontaneidad. A veces, por suerte, consigo reconciliar estos extremos.
Como en todo interrogante ético, hay más chicha conforme de más libertad se disponga y menos restricciones operen. Por tanto, este mal o dilema es más intenso o más evidente cuando uno está en torno a los 30, es decir, con algo de dinero disponible (libertad para consumir, que es la única libertad que tenemos) y antes - quien lo haga - , de adquirir compromisos familiares (disciplina sobrevenida u obligatoria). Es más, se podría llegar a postular que este acto, el de construir una unidad de convivencia, es una de las soluciones tradicionales al problema de la libertad o a nuestro dilema DoE. Está claro que este artículo no es más que una historiada “crisis de los 30”. Pero vayamos por partes.
Para cada decisión que se toma, podemos decir que la felicidad1 resultante es la diferencia entre la realidad y las expectativas creadas, multiplicada por el placer obtenido del hecho. La vida, la acción ética, se conforma por la suma de estas decisiones. Así, tenemos que:
F=(R-E)*P
Las expectativas, también conocidas como deseo, pueden desde luego joderlo todo. Muy altas, y todo tiende a la decepción (sentimiento horrible). Muy bajas, y uno es un triste permanente. Su gestión puede que sea la clave del entuerto o del jardín en el que me estoy metiendo.
Por otro lado, el placer (o la intensidad) multiplica la felicidad de cada acción. Esto quiso ser refutado por chorradas new age como la película “Amelie” o gurús-nutricionistas varios, pero lo cierto es que es objetivamente más deseable nadar en pelotas en el mar caribe que en una charca kazaja. Es importante mencionar que el placer multiplica a la resta entre expectativas y realidad, es decir, que si uno se compra un yate y descubre que es igual de desgraciado y calvo que antes (resultante realidad-expectativas<0), la hostia es proporcional al tamaño del barco2. De igual modo, uno puede pasar una buena tarde en el lago kazajo, pero dicho chapuzón raramente le cambiará la semana.
La otra característica fundamental del placer es que está relacionado con la sorpresa y con la novedad, por eso se alcanzan más altas cotas de goce en los actos espontáneos. Como contrapartida, uno tiene que estar dispuesto a encontrarse con experiencias desagradables, como bien decía Anthony Bourdain, célebre espontáneo.
Podemos definir seis tipos de decisiones, según se acerquen más a la disciplina o a la espontaneidad:
R media, E media, P medio. Uno controla día a día lo que le pasa, sin grandes fastos pero con progreso constante. Placer medio, el que tiene que ver con la rutina y el amor propio.
R variable, E variable. P media-alta. Has venido a jugar, no siempre saldrá bien, te gusta la sorpresa y fluir cual río de mercurio.
Con todo, durante la historia se han ensayado múltiples estrategias para discernir las dosis óptimas de disciplina y espontaneidad. El objetivo de todas, a estas alturas del artículo, ya sostengo que es el de encontrarse en la parte alta del gráfico de arriba. La parte equilibrada.
Las más tradicionales tienen que ver con la configuración de una familia, la persecución de una carrera laboral exitosa o el establecimiento de metas deportivas de dificultad creciente. Estas maniobras tienen la ventaja de establecer férreas estructuras de disciplina, muy predecibles, mientras otorgan al usuario ventanas de espontaneidad en las que experimentar y verse sorprendido por el placer. El peligro aquí es evidente: dejar que la disciplina invada el ocio y lo planifique. En estos casos, el usuario suele convertirse en un auténtico muermo sin otro tema de conversación que sus propios objetivos (mala educación).
Recíprocamente, encontramos la figura del bon vivant o persona epicúrea en general; aquella que prioriza el goce espontáneo en su plan vital. Es importante señalar la doctrina del propio Epicuro y no dejarse engañar por el maltrato a su legado. Como todos los sabios griegos, postuló que el placer se encuentra en la moderación o al menos, en el control del caos, valga la contradicción. El peligro de esta estrategia radica, como hemos mencionado antes, en convertirse en un sujeto de altas expectativas centradas en los placeres propios, obviando a los demás. Para ello, lo ideal es planear el marco del ocio (reservar cenas), establecer los mínimos de civismo y urbanidad (bajar la basura). Y vivir de cara a los demás, haciendo compatible lo espontáneo y lo duradero (familia, amigos, aficiones).
Dicho todo esto, no tengo ni idea de cómo contestar al mensaje que me acaba de llegar al móvil ni de que voy a hacer este fin de semana.
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1 Alguien prudente no usaría la palabra felicidad sino más bien satisfacción, pero bueno, utilizo la F word por claridad expositiva.
2 Teoría estrictamente personal: el efecto Epstein o eyes wide shut o por qué los muchimillonarios hacen algunas de las cosas que hacen. Barrunto que es por sentirse extremadamente desgraciados.
3Lo cierto es que la famosa escena "everyday give yourself a present" se me ha revelado como el ethos de Lynch y casi que la tesis de este artículo.