Enero está cargado de propósitos que la mayoría de veces no aguantan el mes entero, convicciones y creencias que cada uno trata de imponerse para remediar las desdichas de su devenir en la vida. Excusas que surgen tras la vorágine navideña, donde los sentimientos se desparraman tanto como la comida y el alcohol. “Año nuevo, vida nueva” no es más que la negación de uno mismo. Esos dejes, esas filias y fobias, las costumbres, la manera de presentarse uno en la vida, de caminar, de respirar, la ropa; todo esto, repetido en el tiempo, es lo que forma el estilo. Por eso no puede comprarse, nace de la persistencia y el empeño en ser de verdad.
Leí a Martín Caparrós, que estando enfermo sigue con la misma lucidez y es un ejemplo de todo: “Una obsesión de nuestros tiempos: buscar modos de hacer pero no hacer del todo, comer sin grasa, beber sin azúcar, follar sin carne, fumar sin tabaco. La cobardía triunfa. Alcanza con encontrarle una forma que pueda pasar por novedad: miren cómo hago lo que dicen que quiero. La cobardía triunfa en todos los frentes -y el e-cigarro es otra victoria mundial de uno de sus ejércitos más imperialistas, la ideología de la salud, la que nos convenció de que casi todo lo que nos entra en el cuerpo es peligroso, de que hay que atrincherarse en uno mismo, desconfiar de afuera: 300 de colesterol, 11 de septiembre, 15 de nicotina. E-cigarro, arrocito integral, muro de Ceuta”. Y tengo que ampliar al maestro, porque también se pretende beber sin beber.
Se ha puesto de moda eso que han llamado “Dry January” (enero seco o sobrio), que no es más que los remordimientos agolpados de todo un año de excesos golpeando en la cabeza tras la resaca de Nochevieja. La gente puede beber alcohol o no, de la piel para adentro cada uno es su único amo, pero que sea por convicción, por decisión propia. No teniendo que agarrarse a una excusa absurda, a un pretexto ridículo y paternalista. Siguiendo un engaño para poder tomar la determinación de no beber. No siendo dueños ni de su ‘sí’ ni de su ‘no’. Irse en lugar de quedarse.
Lo peor de todo, es que los hay que desde una presunta superioridad moral abstemia se atreven a juzgar y mirar altivos aquello que apenas hace tres semanas hacían. Valiéndose de cervezas sin alcohol o ginebras 0,0 para aplacar y dominar su voluntad, que no es otra que la de la francachela etílica y feliz.
Tiene razón en esto Caparrós, como casi en todo, que la cobardía triunfa. Llegará febrero, y todos los que vociferaban los beneficios y las alegrías de esos 31 días sin beber, volverán al bar como cobijo, a agarrarse a la barra como tabla de salvación, a brindar y a disfrutar del primer trago de una caña y de la penúltima copa.