Forma parte el Centro Comercial Alcalá Norte del fascinante gremio de los lugares no lugares, definidos como aquellos sitios cuya existencia no depende de aspectos tan banales como unas coordenadas, unos hierros y unos cimientos bien recios o un parking, sino que es la percepción de cada individuo lo que determina su existencia. Los no lugares son casi más estados mentales que meros espacios físicos. Sólo existen en la cabeza de uno, con suerte la conciencia del no lugar será compartida con otra persona, pero nada más. Lugares Schrödinger podríamos jugar a decir si fuésemos austríacos. Ahí están, los vemos, pero nadie podría asegurar fehacientemente que existan de verdad. Como Macondo. O como Suiza. Existen pero no existen. Lugares, a pesar de todo.
Real o no, nadie le puede cuestionar al centro comercial su utilidad como elemento vertebrador del este de Madrid, perfecto delimitador de nacimiento y muerte de los barrios de la zona. El Alcalá Norte es frontera entre norte y sur, entre este y oeste, indiscutible eje de coordenadas del distrito de Ciudad Lineal. La interminable calle Alcalá encuentra a su paso el perfecto límite para jalonar, según uno se aproxima desde el centro, el bullicioso y multicultural Pueblo Nuevo de, más allá, la tranquilidad residencial de Suanzes. De idéntico modo, de norte a sur en este caso, el centro comercial supone el límite oriental entre Arturo Soria y el castizo barrio de San Blas, que nace precisamente allí, en la todavía calle Hermanos García Noblejas.
En esa explanada cruce de caminos, de culturas y de rentas, frente a una colección de paradas de autobuses acompañadas como no podía de ser de otra manera de su correspondiente puesto de churros (algún día tendremos que hablar sobre los motivos que empujan a la churrería Kini a encontrar su hábitat natural alrededor de los grandes intercambiadores de la EMT), es ahí, decía, donde se levanta imponente el Centro Comercial Alcalá Norte, rosa de los vientos a este ladito de la capital. Un mamotreto estéticamente inenarrable, fruto de la combinación de baldosas color teja con una esquina acristalada que abarca más de la mitad de la fachada, coronado todo ello con una especie de obelisco brutalista de cuya parte superior emerge un triángulo tridimensional en forma de letrero en el que leemos Alcalánorte, así todo juntito, aclaración precisa no vaya a ser que un paisano se confunda ante tanto lujo y se crea que estamos en la calle Serrano.
Esta descripción no deja de ser un truco, una trampa, porque el Alcalá Norte en realidad no existe, como todos los no lugares. Es sólo un recuerdo en la desgastada memoria de los niños nacidos en los 90 y primeros 2000. Ni siquiera eso, más bien el recuerdo de un recuerdo, la idea exagerada y un pelín distorsionada que tenemos del lugar que nos vio organizar las primeras fiestas de cumpleaños sin la presencia de los padres, las primeras veces en el cine acompañados donde la película era lo de menos o la ilusión inigualable de ver a tu madre gastándose un dineral en unas Total 90 o unas Predator, en esa toma de decisión adolescente entre Nike o adidas que, aunque en el momento se ignore, forjará la personalidad adulta que vendrá después. Fue en esa época cuando muchos de nosotros empezamos a entender que era precisamente allí, en el Alcalá Norte, donde estaban las cosas buenas de una vida aún por estrenar; los amigos y las mujeres, los restaurantes las copas y el futuro.
Llevo toda mi vida yendo con progresiva y descendente frecuencia al Alcalá Norte, y ni siquiera podría afirmar que haya habido, de entre todas, una sola vez real. La última vez que paseé por su interior (si es que el verbo pasear se puede conjugar en un centro comercial) me dio una sensación onírica, como de decadencia con su justa y melancólica belleza, de que aquello nunca llegó a pasar del todo. Un poco como cuando en unas copas quieres contar el sueño de la noche anterior, que rebuscas en tu memoria para traer algo de interés a la mesa pero todo es confusión e imágenes inconexas. Son de esas pocas cosas que no ganan contadas, hay que conformarse con la gracia del momento.
Sin saber todavía si aquello fue real, el primer recuerdo que me viene es el de chavalines pululando con el chándal de la Conce (o del Perelló, o del Nuevo Equipo) en el Deportes Calderón o en los cines de la planta de arriba. Los no lugares son así. Vete a saber cómo los recuerda cada uno. Ejemplos de no lugares hay muchos. En Madrid mismamente tenemos el otro Calderón, el del Atleti. Cada vez que paso por Madrid Río me sigo refiriendo a la zona como el Calderón, a pesar de que ahora haya edificios. No son sitios, son experimentos sociales. El Toni 2 o las canciones dedicadas por quien una vez te quiso mucho también se encuentran en la lista.
La propia web del Centro Comercial Alcalá Norte lo define como un “excelente lugar donde pasar con nosotros unas experiencias agradables junto a tus familiares y amigos”. Y mi memoria me dice que sí, que aquello fue precisamente eso. Experiencias agradables, familiares y amigos. Con lo de lugar tiene más dudas.