Siempre me ha fascinado ese trance en el que entran los toreros cuando tienen los trastos en la mano. Por eso el hecho de que alguien salga de ese momento por un pensamiento intrusivo es algo extraordinario. Mucho más si es por culpa del amor. Contaba Curro Romero en una entrevista que mientras toreaba pensaba mucho en Carmen, su mujer. Que era algo extraño porque teniendo delante un bicho de quinientos kilos no podía permitirse el lujo de tener la cabeza en otro sitio, pero con su Carmen todo era distinto, y el amor es así de caprichoso.
Podríamos decir que está en el aire, como lo canta John Paul Young, pero realmente el amor está en todas partes. Está en el autobús cuando ella, joven e inocente, le da la mano a él, tímido e ilusionado, para decirle de esta manera -su manera- que le quiere. En la señora que reza antes de dormir pidiéndole a Dios que cuide de su marido, que tiene muchas ganas de verle. El amor se expande por todos los escenarios sociales posibles. Uno lo puede ver en el patio de un colegio, en cualquier banquito con vistas al mar o al parque, donde una pareja de ancianos contempla el horizonte sabiendo que cada vez queda menos, pero que al lado de la persona adecuada eso importa más bien poco. O nada.
También vive dentro del chico que se pone a bailar con su novia junto a la Torre Eiffel como si nada. Como si el mundo exterior no existiese. Porque en ese baile, en esa mirada, en esa sonrisa, solo hay un chico frente a una chica mostrándole al mundo lo mucho que se quieren. Da igual que esa pareja sea famosa. Que ella sea una de las mayores divas en la actualidad. Callum Turner y Dua Lipa encarnan en ese vídeo de quince segundos que circula por redes que el amor más sencillo es también el más profundo.
Estamos hechos de olvido pero también de recuerdos. Por lo que, si hemos querido en algún momento a alguien, seguramente recordemos aquel oasis de felicidad a través de lugares en los que lo fuimos. En cada foto que ves y con la que resuena en tu cabeza aquello de “Mira, esto le habría encantado”. Algo parecido a ese estuve aquí y me acordé de nosotros. Y puede que algún día seamos mayores, vayamos de camino a comprar el pan y sonriamos como idiotas recordando aquella esquina en la que fuimos felices en algún momento. La inmortalidad de un recuerdo que te hace rememorar que hubo una época en la que no pensabas en lo malo porque a su lado todo era más fácil. Más bonito. Más todo. Por eso el amor está en todas partes, sobre todo en nuestra memoria.
Puede que el amor sea estar parado en un semáforo y no querer cruzar. Desear con todas tus fuerzas que nunca se ponga en verde y que pase todo: el día, la noche, hasta los coches, menos nosotros.