El efecto Monobloc

Existen infinidad de trucos para esquivar el síndrome del folio en blanco. Hemingway dejaba una frase a medias para tener un comienzo seguro al día siguiente, Umbral calentaba escribiendo columnas para pasar después a las novelas, Eduardo Mendoza ha escrito de pie varias de sus novelas. Uno de esos trucos consiste en describir lo que se tiene delante. No es que sea dado a descripciones exhaustivas que aburran al personal con detalles nimios, pero déjenme comenzar este artículo describiendo el lugar desde donde escribo. Estoy sentando en una silla blanca de plástico. Basta. No hace falta más. Con esas palabras es suficiente para imaginarla. Una silla blanca de plástico. No se necesitan más palabras. La silla blanca de plástico, un objeto universal y atemporal.

Vivimos rodeados de objetos que pasan desapercibidos por su cotidianidad. Los bolígrafos Bic, las gomas Milan, los relojes Casio, los Levi’s 501, las Rayban Wayfarer, las sillas blancas de plástico. Profeso un respeto reverencial a todos estos objetos y a sus diseñadores. Me imagino a un tipo —casi siempre a un alemán, a un inglés o a un norteamericano— sosteniendo el prototipo de uno de esos objetos y pensando: "pues no me ha quedado tan mal". Y, efectivamente, no le quedó tan mal; en unos años cualquiera pensará en un bolígrafo, en una goma, o en una silla de plástico y se le vendrá ese diseño a la cabeza. Tal vez Platón no se refería a eso con el mundo de las ideas, pero casi.

Todos estos objetos cuentan, en general, con el respeto del público y de los estudiosos. Todos menos uno: la silla blanca de plástico. En 2018 estas sillas fueron prohibidas en los espacios públicos de Basilea por considerarlas un atentado contra el paisaje. Busco opiniones en internet y me sorprende leer frases como: "el emblema de un mundo chabacano y vulgar". ¿Por qué tanto hate hacia esta silla?

La silla blanca de plástico se llama en realidad Monobloc. Su nombre se debe a su método de fabricación: se crea a partir de un único bloque de plástico inyectado. El diseño original se ha asociado a Douglas Colborne Simpson, un arquitecto canadiense, pero su producción no comenzó hasta 1967 de la mano de la empresa alemana Grosfillex —compruebo la silla en la que estoy sentado y descubro que se trata de una Grosfillex; sorpresa, mi culo reposa en una og—.

Cuando pienso en sillas de verano me vienen a la cabeza dos diseños: las sillas de descanso de los jardines de Luxemburgo en París y las sillas azules del paseo de los Ingleses en Niza. Estos modelos se parecen en lo fundamental: son ligeras y son apilables; dos atributos que comparten con la silla Monobloc. ¿Por qué las dos primeras son símbolos de refinamiento y de buen gusto mientras que la silla Monobloc es símbolo de lo vulgar y lo chabacano? El desprecio hacia este objeto no deja de ser una muestra más de un fenómeno común: lo mainstream no mola, perdemos el interés hacia todo lo que tenga éxito comercial. Sucede con música, películas, libros y, en este caso, con sillas. A falta de un nombre —como el efecto Mandela, el efecto Streisand, el efecto halo u otros tantos— podríamos bautizarlo como el efecto Monobloc.

Las sillas de descanso de los jardines de Luxemburgo

Hablar de mainstream es hablar de la silla Monobloc, la silla más vendida de la historia. Este modelo es un símbolo de la globalización, de la economía de masas. Desde hace meses, circulan por redes videos de un hombre capaz de reconocer imágenes de cualquier punto del planeta en segundos. Aquí va el reto: pongan a ese hombre una imagen de una silla Monobloc, a ver si es capaz de situarla en el mapa. Es imposible, son universales.

Existen sillas más bonitas que la Monobloc, pero si nos faltaran ¿dónde se harían las tertulias de pueblo?, ¿dónde jugaríamos a las cartas las noches de verano?, ¿dónde nos sentaríamos con el bañador mojado?, ¿dónde descansarían los socorristas? Lo verdaderamente vulgar y chabacano es mirar a lo cotidiano con desprecio, pasar por la vida sin preguntarse por lo que nos rodea, dejar de sorprenderse por lo mundano.

PD: Las sillas Monobloc pertenecen también a otro grupo de objetos: aquellos que están en la mayoría de hogares y que nadie recuerda cómo llegaron allí. Se desconoce desde hace cuánto nos acompañan y quien se encargó de traerlos. Los pequeños maniquíes articulados de madera, los libros de Agatha Christie, las gafas de bucear, las gorras de merchandising, … Pero eso es otro tema, quizás otro artículo.

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