La mañana del 6 de enero, cuando aún algunos dormían y otros ya hacía horas que habíamos abierto los regalos, Ignacio Peyró escribió esto en su Instagram: “De todas las mañanas del mundo no hay ninguna más bonita que la mañana de Reyes, ese breve plazo en que los padres reviven su infancia por contagio y dejamos que los niños sean niños y no los seres productivos a escala -deberes, deporte, clases de chino- que tantas veces queremos que sean (…) Reconozco que, para quienes vivimos fuera, la mañana de Reyes es la que más difícil se hace en todo el año: en días como estos, amarga mucho estar a miles de kilómetros de un roscón, o no salir a la calle a ver a la gente estrenar bufanda rumbo a un aperitivo triunfal”. Y entre el segundo desayuno de la mañana a golpe de roscón y la ducha magnánima antes del vermú no dejé de darle vueltas a ese texto. Una publicación que terminaba así: “Será que los Reyes Magos encarnan aquella verdad que solo se les revela a los más simples y a los más listos: que en esta vida, lo que cuenta es la ilusión”.
La ilusión que siempre se sostiene entre ideas y nubes, pero en mañanas como la de Reyes se afianza y se hace fuerte apoyándose en la tradición y el amor de los nuestros. El 6 de enero lo de menos son los regalos, pero uno tarda en darse cuenta de esto, y lo de más es mojar el roscón con los tuyos -siempre de hojaldre y almendra y no esas aberraciones de bizcocho con rellenos imposibles y pringosos- mientras en pijama se planifica el día y se trata de dar el mejor cierre posible a las navidades.
Une tanto el roscón que los hay que empiezan al jale a semanas del día mágico, y lo que muchos achacan a glotonería, voracidad o moda, yo creo que es más bien una forma de prolongar la ilusión y de tratar de fijar la felicidad. Hojaldre, almendra y café, lo sencillo elevándose por encima de todo y fijándose como un manjar excelso tanto por el producto como por la compañía.
Ya está, se han acabado los excesos, las copas, los turrones, los dulces, el champán… Salimos de esta vorágine fraternal que es esta estación navideña más contentos, más amigos, más familia, más nosotros; quizá mejores. Ahora que volvemos a la rutina del saludo en la esquina y el “con leche templado”, que el rodillo del 2025 nos engullirá con el pasar del calendario, recordaremos estos días plenos que guardamos en el fondo de nuestra memoria y así sobrevivir hasta la siguiente Navidad. Que el sabor del roscón nos endulce la espera.