Elogio a la cuchara

Por
Álvaro Boro
15/11/2024

Recoge la comida sin cortarla, rasgarla o partirla; siendo la pieza de la cubertería más amable y propicia a la paz.

Qué bello instrumento es la cuchara. Un utensilio del que nos servimos para alimentarnos, pero también para disfrutar, para experimentar, para aprender, para crecer y como pretexto para sentarnos alrededor de una mesa o frente a una barra con los nuestros. Una herramienta que nos permite llevar el jale a la boca con la misma delicadeza y el cariño con que nos cebaron allá en la niñez nuestras madres. La cuchara recoge la comida sin cortarla, rasgarla o partirla; siendo la pieza de la cubertería más amable y propicia a la paz. Si alguien blande un cuchillo o el tenedor frente a nosotros hemos de volvernos temerosos, porque con su filo o sus púas pueden llegar a dañarnos. Sin embargo, si es la cuchara la que levantan al frente, todos nos lo tomaremos como una invitación a la pitanza y a la francachela.

Los platos de cuchara, desde los cocidos y potajes hasta los postres, siempre nos transportan al hogar, al calor de la cocina con aquellos que nos quieren y queremos, a esa infancia que es la patria, forjada por el sabor y el mimo de la familia. Ese plato hondo humeante, a rebosar casi siempre, lleno de sabor, recuerdos y amor, que nos templa el cuerpo y el alma los días fríos. O esas sopas frías, al bochorno y el tedio del verano, que nos insuflan vida y frescor. La cuchara siempre al rescate del hombre perdido en sus banalidades, como esa tabla de salvación a la que el náufrago se agarra con ímpetu para confiarle su futuro.

Con el otoño, con sus marrones, amarillos, ocres y naranjas, el despertar del frío y las primeras nieves cubriendo las cumbres, a uno se le incrementa el deseo de comer caliente y con cuchara. La fabada, el pote asturiano, un cocido de garbanzos, esos maravillosos potes de castañas, tan raros y extraordinarios de encontrar, y los callos. Porque los callos en Asturias se comen con cuchara de postre y siempre deben cumplir la regla de las tres ‘p’: piquiñiños, picantinos y pegañosus.

Comer estos platos y otros muchos, llevarse la cuchara al morro, es comer el paisaje, la estación y la patria. Es deleitarse con sabores únicos y tan nuestros que forman parte de la educación sentimental de cada español.

Frente a la barbarie del día a día, frente a este mundo que parece no tener sentido, blandamos la cuchara y busquemos la paz y la felicidad.

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Gastronomía

Elogio a la cuchara

Recoge la comida sin cortarla, rasgarla o partirla; siendo la pieza de la cubertería más amable y propicia a la paz.

Por
Álvaro Boro
15/11/2024

Qué bello instrumento es la cuchara. Un utensilio del que nos servimos para alimentarnos, pero también para disfrutar, para experimentar, para aprender, para crecer y como pretexto para sentarnos alrededor de una mesa o frente a una barra con los nuestros. Una herramienta que nos permite llevar el jale a la boca con la misma delicadeza y el cariño con que nos cebaron allá en la niñez nuestras madres. La cuchara recoge la comida sin cortarla, rasgarla o partirla; siendo la pieza de la cubertería más amable y propicia a la paz. Si alguien blande un cuchillo o el tenedor frente a nosotros hemos de volvernos temerosos, porque con su filo o sus púas pueden llegar a dañarnos. Sin embargo, si es la cuchara la que levantan al frente, todos nos lo tomaremos como una invitación a la pitanza y a la francachela.

Los platos de cuchara, desde los cocidos y potajes hasta los postres, siempre nos transportan al hogar, al calor de la cocina con aquellos que nos quieren y queremos, a esa infancia que es la patria, forjada por el sabor y el mimo de la familia. Ese plato hondo humeante, a rebosar casi siempre, lleno de sabor, recuerdos y amor, que nos templa el cuerpo y el alma los días fríos. O esas sopas frías, al bochorno y el tedio del verano, que nos insuflan vida y frescor. La cuchara siempre al rescate del hombre perdido en sus banalidades, como esa tabla de salvación a la que el náufrago se agarra con ímpetu para confiarle su futuro.

Con el otoño, con sus marrones, amarillos, ocres y naranjas, el despertar del frío y las primeras nieves cubriendo las cumbres, a uno se le incrementa el deseo de comer caliente y con cuchara. La fabada, el pote asturiano, un cocido de garbanzos, esos maravillosos potes de castañas, tan raros y extraordinarios de encontrar, y los callos. Porque los callos en Asturias se comen con cuchara de postre y siempre deben cumplir la regla de las tres ‘p’: piquiñiños, picantinos y pegañosus.

Comer estos platos y otros muchos, llevarse la cuchara al morro, es comer el paisaje, la estación y la patria. Es deleitarse con sabores únicos y tan nuestros que forman parte de la educación sentimental de cada español.

Frente a la barbarie del día a día, frente a este mundo que parece no tener sentido, blandamos la cuchara y busquemos la paz y la felicidad.

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