Enterrar el cadáver político de Sumar

La infame rueda de prensa del sábado pasado fue el obituario previo a un entierro que no puede tardar en sucederse: acompañados de dos de sus coordinadoras, que escuchaban y asentían con los brazos cruzados y el ceño muy fruncido, un UrtasunGPT repetía en bucle...

Se estudiará en el futuro como la peor gestión de una crisis el esfuerzo de Sumar por alargar lo máximo posible su inevitable disolución. El cadáver político más rápido de la historia, el manual de cómo hacerlo todo mal en el menor tiempo posible. La biografía de la coalición que buscaba levantarse como la “alternativa de la izquierda” estará plagada de un continuo interminable de fracasos sin precedentes, fruto de asumir la responsabilidad de unas acciones para las que, visto lo visto, no han tenido nunca una hoja de ruta y mucho menos intención de llevar a cabo.

Políticamente, las diferencias entre lo que fue el Podemos del Gobierno y lo que es el Sumar del Gobierno son pocas: el mismo estar en misa y repicando una y otra vez, el mismo venderse como la única opción “realmente de izquierdas” mientras aceptan todo lo que el PSOE manda y dicta, la misma ausencia de amenazas con romper un gobierno ante, según los principios indiscutibles que intentan vender, tantas líneas rojas pisadas. La diferencia entre estos dos proyectos es su origen: Sumar no nace de la voluntad popular que aupó a Podemos, no hubo una necesidad de “refundar la izquierda” que no naciese motivada por las diferencias entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias y el intento de la primera por asesinar políticamente al segundo. La creación de Sumar fue una forma de decir “la socialdemocracia sólo se arregla con más socialdemocracia”. Nadie pedía que las soluciones a los fallos que llevaron a Podemos a casi desaparecer pasaran por hacer exactamente lo mismo, porque quienes vieron los errores del partido en el que confiaron no iban a darle una segunda oportunidad a quien fue elegida a dedo por el que justamente cometió esos errores. Se podría escribir un ensayo entero sobre por qué Podemos ha sido lo peor que le ha pasado a una izquierda que pudiera presentarse como alternativa a esa socialdemocracia, no hay forma alguna de sostener que la frase “PSOE, PP, la misma mierda es” concluyese en más de un pacto de gobierno con el PSOE que más se ha ppizado desde su fundación, pero no se diría nada en él que no fuese conocido por cualquiera que siga la actualidad política con un mínimo de interés.

Lo curioso de Sumar no es que actúe como su predecesor mientras le recrimina haber actuado del mismo modo en el pasado, lo curioso de Sumar es que ha actuado desde su creación como el referente de una izquierda que no ha tenido su apoyo nunca. Sumar necesita fingir que hay quien lo defiende y comparte sus acciones, que es uno más en los movimientos sociales, y por eso hace cosas tan bochornosas como apuntarse a manifestaciones convocadas literalmente en su contra, como las que reclamaban el cese de envío de armas a Israel y la ruptura de sus relaciones, o, las más recientes, las que pedían la intervención del mercado del alquiler. En Sumar saben perfectamente cuál es su posición, son conscientes de que se han metido ellos solitos entre la espada y la pared y por eso intentan soplar y sorber a la vez: quieren formar parte del Gobierno pero sin asumir las consecuencias de ser el Gobierno, y, a base de hacerse un Good Bye, Lenin a sí mismos, son capaces de ser al mismo tiempo gobierno y oposición. Sumar puede ser lo que quiera cuando quiera: es la “única alternativa posible al PSOE” cuando consiguen sacarle a este media reforma, pero también es “el socio minoritario en una correlación de fuerzas imposible de ganar” cuando el PSOE los adelanta y arrastra por la derecha. Asumen las victorias del Gobierno como propias cuando son suyas o benefician su discurso, pero se desmarcan de él todo lo posible –hasta el punto de hablar como si no estuviesen gobernando– cuando lo aprobado no va en línea con lo que predican. ¿A quién le van a colar la pataleta contra el bono de 200 millones al alquiler si dos días después lo aprueban con su beneplácito en el Consejo de Ministros? ¿Quién se va a tragar cualquier reivindicación a favor de romper relaciones con Israel si se mantiene sin condiciones, aprobando cada una de sus medidas sin rechistar, a quien no tiene intención de romperlas? Resulta imposible de creer que Junts, un partido con 7 diputados, pudiese sacarle al PSOE nada más y nada menos que una ley de amnistía para Puigdemont y que Sumar sea incapaz de hacer otra cosa que ofrecerse a lamer la bota mientras se queja de lo mal que sabe.

Y es que el principal problema de Sumar (me refiero al problema que supone Sumar, no al problema que tiene Sumar) es ese acaparar espacios y asumir discursos que no son suyos y seguir vendiéndose como una alternativa –aunque sea algo tan surrealista como una alternativa a sí mismos– eclipsando a la alternativa real de organizaciones y asociaciones socialistas organizadas, que son quienes legítimamente pueden concentrar esos espacios y enarbolar esos discursos. Yolanda Díaz sabía perfectamente que quienes boicotearon su mitin en junio no eran, como ella dijo, “sus amigos del Frente Obrero”, sino militantes socialistas que denunciaban su uso oportunista de la causa palestina para ganar apoyos en las elecciones europeas.

Irónicamente, la muerte de Sumar ha ocurrido desde dentro. Un partido que ya estaba desgastado y que ahora mismo no lidera nadie –no lo lidera nadie que haya sido elegido para liderarlo, quiero decir; Sumar ahora mismo lo dirige una coordinadora colegiada formada por cuatro personas de las cuales sólo hemos escuchado a hablar a Elizabeth Duval–, está haciendo la que seguramente sea la peor gestión de una crisis que se recuerde. Las acusaciones de acoso sexual contra Íñigo Errejón, reconocidas por él mismo, ponen contra las cuerdas a un Sumar que no hace más que tirar balones fuera, pues resulta muy complicado creer a quien ante un caso así finge demencia y sale al paso con un «aquí nadie sabía nada esto nos pilla a todos por sorpresa». Oigan, que todos tenemos orejas que escuchan y ojos que ven y boca que habla. Lo que sí sabemos es que los hechos denunciados por Elisa Mouliaá ocurrieron en 2021 (dos años antes de la fundación de Sumar) y que la (ya ex) diputada de Más Madrid Loreto Arenillas interfirió para paralizar una denuncia pública contra Errejón en junio de 2023 (un mes antes de las elecciones generales del 23 de julio). Ante esto y la incapacidad de Sumar para responder sobre ello de forma coherente, uno sólo puede hacerse preguntas: si defienden que actuaron como tocaba, ¿por qué han esperado a que la prensa lo publicase para confirmar, desmentir o matizar según les conviniera? ¿Cómo se explica que haya tres versiones de la misma historia y se vayan echando el muerto unos a otros? ¿Es comprensible que una organización que defiende a capa y espada lo importante y necesario de creer a una posible víctima no lo hiciese con el comunicado publicado en junio de 2023, tal y como afirmó Tania Sánchez (también exdiputada de Más Madrid)? ¿Tan imprescindible era la figura de Íñigo Errejón en el núcleo irradiador de Sumar como para que fuese imposible descartar su participación en el proyecto? ¿Quién puede atribuir sin que se le caiga la cara de vergüenza el que se haya llegado a esta situación a la inconsciencia o a “un error”? ¿Con qué autoridad moral se ven en Sumar capacitados para seguir considerándose aliados –o directamente adalides– de las causas sociales que dicen defender? No hay cable suficiente para recoger que permita sacar a Sumar del pozo en el que poco a poco se han ido cayendo; una organización con poco más de un año de historia es incapaz de salir inmune de tantísimos accidentes. Que la confesión de Errejón les haya dejado con el culo al aire no es más que la consecuencia de sembrar vientos durante el tiempo que se les ha permitido hacerlo; imposible hacer otra cosa que cruzar los dedos para que la tempestad provoque el menor daño posible. Otra diferencia con Podemos es que estos han podido mantenerse –aunque sea en mínimos– tras la catástrofe que se autoinfligieron, gracias a una base de militantes que siguen confiando en sus siglas. En Sumar no tienen esa base sobre la que caerse muertos –los votantes de Sumar lo son de los partidos que en él se aglutinan y Movimiento Sumar todavía no se sabe bien qué es– y el gobierno de Pedro Sánchez es el único soporte vital que los mantiene con vida y que lo seguirá haciendo como máximo durante tres años más, si es que el propio Sánchez les permite seguir ejerciendo, pues tampoco al PSOE le beneficia esta situación más que como fuente inagotable de apoyos parlamentarios.

Sumar ya está muerto aunque desde dentro sigan zarandeando su cadáver como una marioneta en una carrera contrarreloj contra el hedor que emana. La infame rueda de prensa del sábado pasado fue el obituario previo a un entierro que no puede tardar en sucederse: acompañados de dos de sus coordinadoras, que escuchaban y asentían con los brazos cruzados y el ceño muy fruncido, un UrtasunGPT repetía en bucle de las mismas consignas y respondía con ellas a todas las preguntas: «Han fallado los mecanismos de detección» y «Si hubiésemos sabido de estas acusaciones antes, Errejón habría dejado el acta en ese momento», pero no se atrevía a confirmar desde cuándo se conocían esas acusaciones y aplazaba también pronunciarse sobre cualquier decisión relativa a nuevas dimisiones y el futuro de la organización; y su secretaria de feminismos, para sumarse al ridículo, anunciaba unas medidas casi de titular de El Mundo Today: un programa de formación en feminismo contra violencias machistas para sus miembros, que ya habían sido anunciado en marzo, pero, al parecer, todavía no implementado. Esta disonancia cognitiva entre lo dicho y lo hecho la resumió muy bien Darío en una sola frase:

Errejón está fuera, aunque no se le olvidará nunca y su nombre quedará para siempre pegado como una lapa al de la coalición; Yolanda Díaz, ausente en la rueda de prensa y delegando cualquier pregunta sobre Sumar a ser respondida por su ejecutiva, no tiene más apoyo que el que el PSOE está obligado a darle por la posición que ocupa en el Gobierno; y Elizabeth Duval no puede imaginar otra salida que no sea la del destierro a ninguna parte. No hay más nombres en sus filas capaces de asumir la misión de una refundación cuyo éxito no cuente con un 1% de probabilidades y un 99% de fe, mucho menos de competir electoralmente contra los líderes del resto de partidos (Urtasun cuenta con una carrera de diplomático de perfil bajo a la que seguro volverá cuando abandone el ministerio). Aceptar el fracaso, asumir la derrota y anunciar la disolución lo antes posible, los primeros pasos a tomar a los que deberían seguir la asunción individual de responsabilidades y, finalmente, el silencio y el olvido. Es necesario que dejen paso a una alternativa real a la que no pongan piedras en el camino, la clase trabajadora ya no confía en que la clase política –y mucho menos la que enarbola todo lo que no es– pueda ofrecerle algo mínimamente cercano a una vida decente. Mientras sigan ahí, mientras continúen con ese fingimiento de que lo que les pasa no va con ellos e intenten esconder todos los espejos que les pongan delante, seguirán protagonizando una de las decadencias morales más lamentables que esa supuesta izquierda haya presenciado nunca.

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Enterrar el cadáver político de Sumar

La infame rueda de prensa del sábado pasado fue el obituario previo a un entierro que no puede tardar en sucederse: acompañados de dos de sus coordinadoras, que escuchaban y asentían con los brazos cruzados y el ceño muy fruncido, un UrtasunGPT repetía en bucle...

Se estudiará en el futuro como la peor gestión de una crisis el esfuerzo de Sumar por alargar lo máximo posible su inevitable disolución. El cadáver político más rápido de la historia, el manual de cómo hacerlo todo mal en el menor tiempo posible. La biografía de la coalición que buscaba levantarse como la “alternativa de la izquierda” estará plagada de un continuo interminable de fracasos sin precedentes, fruto de asumir la responsabilidad de unas acciones para las que, visto lo visto, no han tenido nunca una hoja de ruta y mucho menos intención de llevar a cabo.

Políticamente, las diferencias entre lo que fue el Podemos del Gobierno y lo que es el Sumar del Gobierno son pocas: el mismo estar en misa y repicando una y otra vez, el mismo venderse como la única opción “realmente de izquierdas” mientras aceptan todo lo que el PSOE manda y dicta, la misma ausencia de amenazas con romper un gobierno ante, según los principios indiscutibles que intentan vender, tantas líneas rojas pisadas. La diferencia entre estos dos proyectos es su origen: Sumar no nace de la voluntad popular que aupó a Podemos, no hubo una necesidad de “refundar la izquierda” que no naciese motivada por las diferencias entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias y el intento de la primera por asesinar políticamente al segundo. La creación de Sumar fue una forma de decir “la socialdemocracia sólo se arregla con más socialdemocracia”. Nadie pedía que las soluciones a los fallos que llevaron a Podemos a casi desaparecer pasaran por hacer exactamente lo mismo, porque quienes vieron los errores del partido en el que confiaron no iban a darle una segunda oportunidad a quien fue elegida a dedo por el que justamente cometió esos errores. Se podría escribir un ensayo entero sobre por qué Podemos ha sido lo peor que le ha pasado a una izquierda que pudiera presentarse como alternativa a esa socialdemocracia, no hay forma alguna de sostener que la frase “PSOE, PP, la misma mierda es” concluyese en más de un pacto de gobierno con el PSOE que más se ha ppizado desde su fundación, pero no se diría nada en él que no fuese conocido por cualquiera que siga la actualidad política con un mínimo de interés.

Lo curioso de Sumar no es que actúe como su predecesor mientras le recrimina haber actuado del mismo modo en el pasado, lo curioso de Sumar es que ha actuado desde su creación como el referente de una izquierda que no ha tenido su apoyo nunca. Sumar necesita fingir que hay quien lo defiende y comparte sus acciones, que es uno más en los movimientos sociales, y por eso hace cosas tan bochornosas como apuntarse a manifestaciones convocadas literalmente en su contra, como las que reclamaban el cese de envío de armas a Israel y la ruptura de sus relaciones, o, las más recientes, las que pedían la intervención del mercado del alquiler. En Sumar saben perfectamente cuál es su posición, son conscientes de que se han metido ellos solitos entre la espada y la pared y por eso intentan soplar y sorber a la vez: quieren formar parte del Gobierno pero sin asumir las consecuencias de ser el Gobierno, y, a base de hacerse un Good Bye, Lenin a sí mismos, son capaces de ser al mismo tiempo gobierno y oposición. Sumar puede ser lo que quiera cuando quiera: es la “única alternativa posible al PSOE” cuando consiguen sacarle a este media reforma, pero también es “el socio minoritario en una correlación de fuerzas imposible de ganar” cuando el PSOE los adelanta y arrastra por la derecha. Asumen las victorias del Gobierno como propias cuando son suyas o benefician su discurso, pero se desmarcan de él todo lo posible –hasta el punto de hablar como si no estuviesen gobernando– cuando lo aprobado no va en línea con lo que predican. ¿A quién le van a colar la pataleta contra el bono de 200 millones al alquiler si dos días después lo aprueban con su beneplácito en el Consejo de Ministros? ¿Quién se va a tragar cualquier reivindicación a favor de romper relaciones con Israel si se mantiene sin condiciones, aprobando cada una de sus medidas sin rechistar, a quien no tiene intención de romperlas? Resulta imposible de creer que Junts, un partido con 7 diputados, pudiese sacarle al PSOE nada más y nada menos que una ley de amnistía para Puigdemont y que Sumar sea incapaz de hacer otra cosa que ofrecerse a lamer la bota mientras se queja de lo mal que sabe.

Y es que el principal problema de Sumar (me refiero al problema que supone Sumar, no al problema que tiene Sumar) es ese acaparar espacios y asumir discursos que no son suyos y seguir vendiéndose como una alternativa –aunque sea algo tan surrealista como una alternativa a sí mismos– eclipsando a la alternativa real de organizaciones y asociaciones socialistas organizadas, que son quienes legítimamente pueden concentrar esos espacios y enarbolar esos discursos. Yolanda Díaz sabía perfectamente que quienes boicotearon su mitin en junio no eran, como ella dijo, “sus amigos del Frente Obrero”, sino militantes socialistas que denunciaban su uso oportunista de la causa palestina para ganar apoyos en las elecciones europeas.

Irónicamente, la muerte de Sumar ha ocurrido desde dentro. Un partido que ya estaba desgastado y que ahora mismo no lidera nadie –no lo lidera nadie que haya sido elegido para liderarlo, quiero decir; Sumar ahora mismo lo dirige una coordinadora colegiada formada por cuatro personas de las cuales sólo hemos escuchado a hablar a Elizabeth Duval–, está haciendo la que seguramente sea la peor gestión de una crisis que se recuerde. Las acusaciones de acoso sexual contra Íñigo Errejón, reconocidas por él mismo, ponen contra las cuerdas a un Sumar que no hace más que tirar balones fuera, pues resulta muy complicado creer a quien ante un caso así finge demencia y sale al paso con un «aquí nadie sabía nada esto nos pilla a todos por sorpresa». Oigan, que todos tenemos orejas que escuchan y ojos que ven y boca que habla. Lo que sí sabemos es que los hechos denunciados por Elisa Mouliaá ocurrieron en 2021 (dos años antes de la fundación de Sumar) y que la (ya ex) diputada de Más Madrid Loreto Arenillas interfirió para paralizar una denuncia pública contra Errejón en junio de 2023 (un mes antes de las elecciones generales del 23 de julio). Ante esto y la incapacidad de Sumar para responder sobre ello de forma coherente, uno sólo puede hacerse preguntas: si defienden que actuaron como tocaba, ¿por qué han esperado a que la prensa lo publicase para confirmar, desmentir o matizar según les conviniera? ¿Cómo se explica que haya tres versiones de la misma historia y se vayan echando el muerto unos a otros? ¿Es comprensible que una organización que defiende a capa y espada lo importante y necesario de creer a una posible víctima no lo hiciese con el comunicado publicado en junio de 2023, tal y como afirmó Tania Sánchez (también exdiputada de Más Madrid)? ¿Tan imprescindible era la figura de Íñigo Errejón en el núcleo irradiador de Sumar como para que fuese imposible descartar su participación en el proyecto? ¿Quién puede atribuir sin que se le caiga la cara de vergüenza el que se haya llegado a esta situación a la inconsciencia o a “un error”? ¿Con qué autoridad moral se ven en Sumar capacitados para seguir considerándose aliados –o directamente adalides– de las causas sociales que dicen defender? No hay cable suficiente para recoger que permita sacar a Sumar del pozo en el que poco a poco se han ido cayendo; una organización con poco más de un año de historia es incapaz de salir inmune de tantísimos accidentes. Que la confesión de Errejón les haya dejado con el culo al aire no es más que la consecuencia de sembrar vientos durante el tiempo que se les ha permitido hacerlo; imposible hacer otra cosa que cruzar los dedos para que la tempestad provoque el menor daño posible. Otra diferencia con Podemos es que estos han podido mantenerse –aunque sea en mínimos– tras la catástrofe que se autoinfligieron, gracias a una base de militantes que siguen confiando en sus siglas. En Sumar no tienen esa base sobre la que caerse muertos –los votantes de Sumar lo son de los partidos que en él se aglutinan y Movimiento Sumar todavía no se sabe bien qué es– y el gobierno de Pedro Sánchez es el único soporte vital que los mantiene con vida y que lo seguirá haciendo como máximo durante tres años más, si es que el propio Sánchez les permite seguir ejerciendo, pues tampoco al PSOE le beneficia esta situación más que como fuente inagotable de apoyos parlamentarios.

Sumar ya está muerto aunque desde dentro sigan zarandeando su cadáver como una marioneta en una carrera contrarreloj contra el hedor que emana. La infame rueda de prensa del sábado pasado fue el obituario previo a un entierro que no puede tardar en sucederse: acompañados de dos de sus coordinadoras, que escuchaban y asentían con los brazos cruzados y el ceño muy fruncido, un UrtasunGPT repetía en bucle de las mismas consignas y respondía con ellas a todas las preguntas: «Han fallado los mecanismos de detección» y «Si hubiésemos sabido de estas acusaciones antes, Errejón habría dejado el acta en ese momento», pero no se atrevía a confirmar desde cuándo se conocían esas acusaciones y aplazaba también pronunciarse sobre cualquier decisión relativa a nuevas dimisiones y el futuro de la organización; y su secretaria de feminismos, para sumarse al ridículo, anunciaba unas medidas casi de titular de El Mundo Today: un programa de formación en feminismo contra violencias machistas para sus miembros, que ya habían sido anunciado en marzo, pero, al parecer, todavía no implementado. Esta disonancia cognitiva entre lo dicho y lo hecho la resumió muy bien Darío en una sola frase:

Errejón está fuera, aunque no se le olvidará nunca y su nombre quedará para siempre pegado como una lapa al de la coalición; Yolanda Díaz, ausente en la rueda de prensa y delegando cualquier pregunta sobre Sumar a ser respondida por su ejecutiva, no tiene más apoyo que el que el PSOE está obligado a darle por la posición que ocupa en el Gobierno; y Elizabeth Duval no puede imaginar otra salida que no sea la del destierro a ninguna parte. No hay más nombres en sus filas capaces de asumir la misión de una refundación cuyo éxito no cuente con un 1% de probabilidades y un 99% de fe, mucho menos de competir electoralmente contra los líderes del resto de partidos (Urtasun cuenta con una carrera de diplomático de perfil bajo a la que seguro volverá cuando abandone el ministerio). Aceptar el fracaso, asumir la derrota y anunciar la disolución lo antes posible, los primeros pasos a tomar a los que deberían seguir la asunción individual de responsabilidades y, finalmente, el silencio y el olvido. Es necesario que dejen paso a una alternativa real a la que no pongan piedras en el camino, la clase trabajadora ya no confía en que la clase política –y mucho menos la que enarbola todo lo que no es– pueda ofrecerle algo mínimamente cercano a una vida decente. Mientras sigan ahí, mientras continúen con ese fingimiento de que lo que les pasa no va con ellos e intenten esconder todos los espejos que les pongan delante, seguirán protagonizando una de las decadencias morales más lamentables que esa supuesta izquierda haya presenciado nunca.

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