Desde la sátira de Molière hasta la épica de la comunidad LGBTQ+ en Nueva York, el teatro sigue planteando la gran pregunta: ¿quiénes somos realmente? Este año, el Teatre Lliure ha llevado a escena tres obras que, aunque parezcan de universos distintos, dialogan entre sí de manera sorprendente. El misantrop , Prosopopeya y L'herència exploran la identidad, el peso del legado y el papel de la ficción en la construcción de nuestra existencia.
La identidad: ¿Una esencia o una construcción?
En El misántropo, Alceste se enfrenta a la hipocresía social con una honestidad brutal, pero su intransigencia lo condena a la soledad. La obra plantea una inquietud universal: ¿hasta qué punto podemos ser fieles a nosotros mismos sin renunciar a la convivencia con los demás? En Prosopopeya , la cuestión de la identidad se eleva a un nivel casi filosófico: si la vida es una gran representación, ¿hay algo detrás del personaje que interpretamos cada día? Y en L'herència , la identidad se entrelaza con el colectivo. No somos solo quienes elegimos ser, sino también quienes hemos sido a través de los otros, de los que nos han precedido y de los que nos rodean.
Así, la pregunta no es solo quiénes somos , sino también quiénes nos permiten ser . ¿Es posible existir sin el reflejo de los demás?
Legado y transmisión: Lo que dejamos cuando ya no estamos
En cada una de estas obras, la herencia es un tema crucial. En L'herència, la memoria de la crisis del VIH/SIDA pesa sobre una generación que lucha por encontrar su lugar en un mundo que ha cambiado. El pasado no es solo un recuerdo, sino una responsabilidad. En Prosopopeya , el legado se remonta aún más atrás, al origen mismo del teatro: ¿cómo hemos aprendido a ser humanos a través de la narración? Mientras que en El misantrop , el dilema no es qué se transmite, sino si la verdad es un valor que realmente merece ser legado o si, por el contrario, hay que suavizarla para hacerla más soportable.
Cada generación hereda algo. Pero, ¿qué valores se perpetúan y cuáles deberíamos atrevernos a cambiar?
La ficción: ¿Necesaria para sobrevivir?
La gran ironía de El misántropo es que la verdad absoluta de Alceste no funciona en el mundo real. La mentira social es, de alguna manera, una forma de ficción que permite la convivencia. Prosopopeya da un paso más allá: ¿y si toda la realidad no es más que una construcción narrativa? Si el teatro es una representación de la vida, quizás la vida misma es una obra en continuo ensayo.
En L'herència , los personajes tienen que reescribir sus propias historias para poder seguir adelante. Porque la memoria, como el teatro, no es un archivo estático, sino un relato en constante transformación . Nos contamos versiones de lo que hemos sido, modificamos el guion, nos aferramos a algunas escenas y borramos otras.
Si la ficción nos permite sobrellevar la realidad, ¿hasta qué punto la necesitamos para existir?
Un espejo en tres actos
El teatro nos ofrece un espacio donde explorar sin miedo las contradicciones de la vida. El misántropo nos enfrenta a la fragilidad de la verdad. Prosopopeya nos recuerda que la identidad es, en sí misma, una narración. Y L'herència nos muestra que el pasado no se hereda pasivamente, sino que se transforma en cada generación.
En última instancia, quizás la clave no esté en elegir entre verdad o mentira, entre individualidad o colectividad, entre legado o ruptura. Quizás el secreto de la vida, como el del teatro, sea aprender a habitar todas sus capas sin dejar de interpretar nuestra mejor versión .