Errejón (no tenía otra opción)

En lugar de pedir perdón, o de negar los hechos, se inventa una tercera vía: era el sistema no era yo.

Es un renacimiento del español. Una nueva edad de oro de la palabra escrita. Todo gracias a políticos un poco narcisistas y un mucho desconectados de la realidad, tan seguros del filo cortante de su pluma que —pocas dudas caben al leer sus textos— se juegan su futuro político y su juicio moral escribiendo lo primero que se les pasa por sus aforadas cabezas. 

Si hace unos meses dimos buena cuenta de los cursis ditirambos de Pedro Sánchez, habíamos de ocuparnos, por clamor popular, de ensayar al menos un par de brochazos gordos sobre el Gernika de la vergüenza ajena que se acaba de mandar el diputado portavoz Íñigo Errejón.

Tl;dr: en lugar de pedir perdón, o de negar los hechos, IE se inventa una tercera vía: era el sistema no era yo.

Comienza con una peripatética advertencia: «he ido pensando en que tenía que tomar algunas decisiones importantes». Iñi, un politólogo que piensa en marcha. 

Prosigue con una deliciosa concatenación de dos adverbios (prácticamente-políticamente) en una frase de 12 palabras —rebasando el 15% que indica la OMS como límite superior del castigo adverbial—, para acto seguido dropear la original imagen «es mi forma de estar en el mundo» (quiere decir militando en política, que no adverbiando).

Después de un pelín de paja sobre sus logros asamblearios, afirma que la política que tanto ama «ha desgastado mi salud física, a [sic] mi salud mental y a [sic] mi estructura afectiva y emocional»1. Es decir, que nos va avisando de que está malito y de que pobre Él. 

Viene lo bueno: «En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros». Como emancipar es una palabra fetiche en toda la izquierda, tan manoseada, acudimos a la RAE: «Liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia». Ahá. Podemos hacer entonces una traducción al español nocilla: Íñigo, con el cerebro frito de manuales de politólogos anfetamínicos, nos dice que perdió el norte porque su tarea política era tan esencial, tan urgente, era él tan el übermensch de los nuevos afectos, que no podía permitirse pensar en la minucia de aplicar aquello que predicaba, ni echar una mano a los vecinos, ni tratar con decoro a sus parejas sexuales. Vamos, que se veía obligado a sudar de todo el mundo porque era lo más eficaz para la Historia y la Revolución2. Puede que fuera un indeseable, sí, pero era un indeseable con perspectiva Hegeliana.



«He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona». En cristiano, llegar al límite de la contradicción significa que te han pillado (qué contratiempo). «Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano» Chapó. La dicotomía, por si no os había quedado clara, es que para triunfar en la revolución sita en la carrera de San Jerónimo no queda otra que ser Patrick Bateman en el resto del Reino de España. Él no quería, pero…le fue pillando el gusto a Phil Collins y a las tarjetas de visita… Acaba «No se le puede pedir a la gente que vote distinto de cómo se comporta en su vida cotidiana». Es decir, que él cree que es imposible vivir la política (es decir, para él la vida, su forma de estar en el mundo) sin contradicción. 

El resto es que se pira para cuidarse y que está muy orgulloso de los aciertos [sic].

Igual que Francis Fukuyama anunció el fin de la historia, Íñigo anuncia el fin de la agencia humana. No es posible luchar contra el perverso capitalismo sin convertirse en privado en una bola de demolición y carajillos. Igual que Slavoj Zizek aventuraba que es más fácil imaginarse el final del mundo que el final del capitalismo, Errejón nos dice que es más fácil imaginarse la disolución del Congreso que a un político no admitiendo que la ha cagado y asumiendo sus consecuencias.

Lo inaudito es que IE, intelectual, sea tan patán de no pedir a nadie una segunda opinión sobre la maniobra de —no solo no pedir perdón a todas aquellas personas que haya podido dañar— sino, en un último acto reflejo de odioso empollón, intentar convencernos3 de que, por mero diseño del sistema, no es posible intentar cambiar la sociedad mientras se intenta ser una buena persona y se mantienen relaciones sentimentales más o menos responsables. De que no se puede imaginar el sexo —algo más antiguo que el fuego— fuera del malvado capital.

–--

1 (Pregunta: ¿la estructura afectiva y emocional, os la imagináis más como un andamio o más como una pirámide? 

2 ¿Es esto la política? Dimitir del presente y la acción directa (ser buen tipo) para centrarse en burocracias y gilipolleces y núcleos irradiadores icalefacciones?

3 Hay otra opción y es que se crea tan listo que piense que no vamos a entender lo que quiere decir. Un robo a cara descubierta. Un Bilbo Bolsón en su fiesta de cumpleaños, vamos.

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Errejón (no tenía otra opción)

En lugar de pedir perdón, o de negar los hechos, se inventa una tercera vía: era el sistema no era yo.

Es un renacimiento del español. Una nueva edad de oro de la palabra escrita. Todo gracias a políticos un poco narcisistas y un mucho desconectados de la realidad, tan seguros del filo cortante de su pluma que —pocas dudas caben al leer sus textos— se juegan su futuro político y su juicio moral escribiendo lo primero que se les pasa por sus aforadas cabezas. 

Si hace unos meses dimos buena cuenta de los cursis ditirambos de Pedro Sánchez, habíamos de ocuparnos, por clamor popular, de ensayar al menos un par de brochazos gordos sobre el Gernika de la vergüenza ajena que se acaba de mandar el diputado portavoz Íñigo Errejón.

Tl;dr: en lugar de pedir perdón, o de negar los hechos, IE se inventa una tercera vía: era el sistema no era yo.

Comienza con una peripatética advertencia: «he ido pensando en que tenía que tomar algunas decisiones importantes». Iñi, un politólogo que piensa en marcha. 

Prosigue con una deliciosa concatenación de dos adverbios (prácticamente-políticamente) en una frase de 12 palabras —rebasando el 15% que indica la OMS como límite superior del castigo adverbial—, para acto seguido dropear la original imagen «es mi forma de estar en el mundo» (quiere decir militando en política, que no adverbiando).

Después de un pelín de paja sobre sus logros asamblearios, afirma que la política que tanto ama «ha desgastado mi salud física, a [sic] mi salud mental y a [sic] mi estructura afectiva y emocional»1. Es decir, que nos va avisando de que está malito y de que pobre Él. 

Viene lo bueno: «En la primera línea política y mediática se subsiste y se es más eficaz, al menos así ha sido mi caso, con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros». Como emancipar es una palabra fetiche en toda la izquierda, tan manoseada, acudimos a la RAE: «Liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia». Ahá. Podemos hacer entonces una traducción al español nocilla: Íñigo, con el cerebro frito de manuales de politólogos anfetamínicos, nos dice que perdió el norte porque su tarea política era tan esencial, tan urgente, era él tan el übermensch de los nuevos afectos, que no podía permitirse pensar en la minucia de aplicar aquello que predicaba, ni echar una mano a los vecinos, ni tratar con decoro a sus parejas sexuales. Vamos, que se veía obligado a sudar de todo el mundo porque era lo más eficaz para la Historia y la Revolución2. Puede que fuera un indeseable, sí, pero era un indeseable con perspectiva Hegeliana.



«He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona». En cristiano, llegar al límite de la contradicción significa que te han pillado (qué contratiempo). «Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano» Chapó. La dicotomía, por si no os había quedado clara, es que para triunfar en la revolución sita en la carrera de San Jerónimo no queda otra que ser Patrick Bateman en el resto del Reino de España. Él no quería, pero…le fue pillando el gusto a Phil Collins y a las tarjetas de visita… Acaba «No se le puede pedir a la gente que vote distinto de cómo se comporta en su vida cotidiana». Es decir, que él cree que es imposible vivir la política (es decir, para él la vida, su forma de estar en el mundo) sin contradicción. 

El resto es que se pira para cuidarse y que está muy orgulloso de los aciertos [sic].

Igual que Francis Fukuyama anunció el fin de la historia, Íñigo anuncia el fin de la agencia humana. No es posible luchar contra el perverso capitalismo sin convertirse en privado en una bola de demolición y carajillos. Igual que Slavoj Zizek aventuraba que es más fácil imaginarse el final del mundo que el final del capitalismo, Errejón nos dice que es más fácil imaginarse la disolución del Congreso que a un político no admitiendo que la ha cagado y asumiendo sus consecuencias.

Lo inaudito es que IE, intelectual, sea tan patán de no pedir a nadie una segunda opinión sobre la maniobra de —no solo no pedir perdón a todas aquellas personas que haya podido dañar— sino, en un último acto reflejo de odioso empollón, intentar convencernos3 de que, por mero diseño del sistema, no es posible intentar cambiar la sociedad mientras se intenta ser una buena persona y se mantienen relaciones sentimentales más o menos responsables. De que no se puede imaginar el sexo —algo más antiguo que el fuego— fuera del malvado capital.

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1 (Pregunta: ¿la estructura afectiva y emocional, os la imagináis más como un andamio o más como una pirámide? 

2 ¿Es esto la política? Dimitir del presente y la acción directa (ser buen tipo) para centrarse en burocracias y gilipolleces y núcleos irradiadores icalefacciones?

3 Hay otra opción y es que se crea tan listo que piense que no vamos a entender lo que quiere decir. Un robo a cara descubierta. Un Bilbo Bolsón en su fiesta de cumpleaños, vamos.

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