Tuvieron que salir las madres a pedir que, por favor, se dejara de insultar a sus hijos. Lo que ha pasado estas semanas en redes sociales ha sido horripilante, más propio de adultos reaccionarios y fanáticos de un equipo de fútbol que de una generación que, en principio, aboga por ser más tolerante y defiende la salud mental, entre otras loables cosas.
El nivel de escrutinio al que cientos de personas someten a los concursantes de OT es, por ser suave, agotador. Cada gesto, cada sonrisa, cada palabra vale para defender la tesis absurda de los seguidores más obsesionados con analizar el comportamiento de unos chavales que no conocen, que viven a kilómetros de distancia de sus casas, que conviven con desconocidos en un plató de televisión y que no tienen oportunidad de defenderse. Vídeos manipulados con miles de retweets para convencer al resto de entusiastas de que tu ridícula teoría, esa que solo existe en tu cabeza, es la mejor de todas.
¡Cómo no va a ser mala persona Juanjo! Mira como se ha tocado el pelo sabiendo que en el mundo hay calvos que no pueden hacerlo. Qué desconsiderado.
Es un delirio colectivo.
Lo más preocupante es, más allá de la toxicidad del fandom, la deshumanización a la que someten a sus ídolos. El pequeño margen de actuación que, en nombre de la moralidad y el buenismo, le dejan a una persona que está siendo grabada 24 horas al día para ser humana. Ninguno de ellos puede permitirse el lujo de poner una mala cara, de decir un comentario con mala leche o de equivocarse. Se pierde la única magia del directo 24 horas —para quien le parezca que la tiene, que a mi ninguna— que es disfrutar de que la gente sea normal. ¿O es que tú, espectador y espectadora, eres siempre una buenísima persona?
Esta evaluación y fiscalización constantes contribuyen a un ambiente impulsivo e irascible, más aún de lo que normalmente se ve en las redes (en el que da verdadera vergüenza ajena meterse). No es nada nuevo, a estas alturas, pero algunas personas están tan, tan, tan convencidas de que sólo ellas tienen la razón… Me resulta bochornoso pensar que detrás de esa imagen de perfil con la cara de un concursante hay un adolescente soltando carcajadas o siseando odio por los dedos, convencido de que el fruncimiento de cejas que ha hecho X confirma su teorema: lo tenía todo planeado. “Narcisista, cruel, manipulador y víbora. Ahora sacaré un vídeo de hace tres años de este otro, que le odio, a ver si gana quien yo quiero”.
A todo esto contribuye la organización del programa, que flaco favor le hace a sus chicos participando en los debates enfermizos que mantienen los seguidores del programa, aunque sea con la intención de extinguir los rumores.
En general, creo que algo estamos haciendo mal. Pavor me da pensar en un futuro con esta gente tan hostil —que no todos son jóvenes, los hay bastante mayorcitos—. Pero tampoco es la primera vez que pasa. Ocurrió, por ejemplo, cuando no ganó quien queríamos en el Benidorm Fest y los fans del programa insultaron hasta al último ser humano del jurado. La gente no paró hasta que Chanel cerró bocas y quedó en tercera posición. Echo la vista atrás y pienso en si siempre hemos sido así. Podríamos hacer todos un esfuerzo de reflexión conjunta.
No soy excesivamente fan de OT ni lo he sido nunca, pero lo de estos chicos durante estas dos últimas semanas me ha dado mucha pena. Entiendo que la crispación es relativamente inherente a las redes sociales, y sé que todos hemos sido adolescentes con las emociones a flor de piel y sin el juicio suficiente para saber que igual nos estamos pasando. Pero hay actitudes que se pasan de castaño oscuro.
Debemos exigir una industria de la música y la televisión limpias de cualquier tipo de abuso: laboral, de poder, sexual. Pero este no es el caso. No podemos imponer que nuestra vara de medir, que las características que simplemente nos gustan como individuos y que buscamos en nuestros amigos o parejas, sea la misma para todos. Tampoco para nuestros artistas favoritos. Mucho menos para unos desconocidos. Si no te gusta, simplemente, no lo consumas. Quizás (ojalá) en algún momento nos cansemos de revisar todas ellas, tengamos una conversación abierta al respecto y dejemos de comportarnos como todo aquello que estamos criticando, que es lo que ocurre ahora mismo: exponiendo e insultando de manera mezquina, ruin y sobre todo hipócrita.