De entre todas las consecuencias de la tragedia ocasionada por la devastadora gota fría en Valencia, me llama especialmente la atención la noción de la ausencia del Estado en los pueblos de la Horta Sud. Es entendible que los afectados clamen: ¿dónde está el Estado, ese Estado supuestamente omnipotente, tan eficaz y preciso friéndome a impuestos al céntimo, ahora que lo necesitamos de verdad, ahora que tenemos que achicar mierda en cientos de calles?
Hay algo religioso en la desesperación de los vecinos y voluntarios. Durante la primera semana sobre todo se escenificó una decepción total, un abandono limítrofe con la desencanto espiritual. Un perfecto desengaño sobre el lodo, sublimado en el lanzamiento de mierda a los Reyes; aquel palazo buscando la espalda de Sánchez.
Las catástrofes (o cisnes negros), por definición infrecuentes y extremas, son las que ponen realmente a prueba el diseño de cualquier organización: «Cuando baja la marea, se ve quien nadaba en cueros», creo que decía Warren Buffet. Lo que se ha visto en Valencia es un sistema tan obeso que es incapaz de levantarse del sofá aunque le llegue el lodo a las rodillas, no nadando, quizá sí tumbado en pelotas, puede que viendo a señores comiendo smash burgers en tiktok.
Si asumimos que el Estado tiene medios, se trata por tanto un problema de la distribución de esos medios, y la ineficiencia operativa de cualquier sistema se debe al exceso de burocracia. Cabe decir, por tanto, que la nefasta y lenta respuesta a la catástrofe fue un problema burocrático. Ninguna organización que añade capas de mando, middle managers, asesores, comités (ni, os adelanto, Comunidades Autónomas, Diputaciones, Confederaciones) incrementa su eficiencia. Al contrario, cuanto más aumenta su tamaño, más lenta se hace cualquier reacción. Es más, está demostrado (y basta con tener ojos) que en cualquier organización acaban triunfando los trepas despachiles, los que trabajan por la organización en sí y no por el objetivo final que esta dice perseguir. ¿Entonces, por qué engordamos al Estado, por qué pagamos impuestos? Una respuesta podría ser la necesidad de delegar funciones sólo eficientes con escala (FSEE).
De entre estas funciones sólo eficientes con la escala cabe citar la construcción de infraestructuras, que atraviesa diferentes territorios y necesita de maquinaria carísima; ciertos servicios de sanidad, que por definición son capilares y específicos (comprar máquinas caras e infrecuentes, tratar enfermedades raras); iniciativas científicas de toda clase o, por supuesto, la constitución y el mantenimiento de las fuerzas armadas y su temprana puesta a disposición cuando ocurren calamidades.
Lo que se me ocurre que tienen en común estas y otras iniciativas estatales es que requieren planificación central experta, largo plazo y grandes cantidades de capital de dudoso retorno. Además, cuanto mayor el territorio, más brillan: si disponemos de 50 orugas transformers despejadoras de lodo, cuanto más grande sea el país más a menudo (por desgracia) se usarán las gigantes máquinas tragabarro, aumentando la cobertura a la ciudadanía mientras se reduce su coste marginal. Todo esto suponiendo que tenemos políticos capaces de levantarse de la sobremesa para hacer dos llamadas y mover dichas máquinas.
Ni siquiera el más convencido liberal o minarquista es capaz de explicar cómo el mercado solucionaría estos problemas, —o al menos, el asunto militar— sin que dé un miedo atroz o desprenda un escalofriante vibe Elon Musk futurista. Por eso, se podría argumentar que dichos casos son la frontera última racional de la existencia del Estado: el mercado es capaz de fabricar y distribuir bienes peliagudos tales como ropa o alimento, sí (por otro lado, artículos de primera necesidad que a nadie serio se le ocurre nacionalizar), pero estas FSEE son otro cantar logístico y hasta moral1.
Creo que por esto mismo ha sido tan grave la incomparecencia estatal en Valencia. Dejando de lado la pelea política sobre la no-alarma del día 29, la tardanza (percibida y real) de la FSEE por antonomasia— los cuerpos de seguridad del estado—, en aparecer por la Horta Sud es de una gravedad tal que ha puesto en cuestión, como decía, la necesidad de la existencia del Estado (por lo menos un Estado en esta forma).
Por un lado, ha quedado de manifiesto que una oleada sin parangón de solidaridad y voluntarios es una oleada sin parangón de solidaridad y voluntarios prácticamente inútil, al menos en lo que a eliminar lodo en grandes superficies se refiere. Me envían este tweet como ejemplo de cooperación (que lo es), pero todo lo que yo veo es un derroche de esfuerzo inútil (repito, al menos en esta tarea en particular, no así en limpieza de espacios pequeños ni por supuesto en derroche de ayuda y apoyo moral, más de esto abajo):
Aquí lo que debería comparecer es lo que antes llamamos funciones sólo eficientes con la escala, a saber: camiones de bomberos, excavadoras, motobombas, motomamis, orugas gigantescas, tanques, arcas de Noé y absolutamente todo de lo que disponga el gobierno para limpiar una extensión que puede equivaler, tranquilamente, a 4.500 campos de fútbol de lodo2. Lo resumía magníficamente Israel Merino en este tweet:
No hay más que ver el poderío de la maquinaria pesada frente a los brazos y cepillos:
La segunda consecuencia del mutis gubernamental es lo que insinúa Israel: se promueve una apología de la caridad o de lo innecesario de pagar impuestos (véase el surrealista meme que afirma que es más útil gastar en Inditex que tributar), cuyo origen es descuidar las funciones mínimas del Estado, aquellas que, precisamente, justifican su existencia. Esto no es en absoluto incompatible, por cierto— siempre y cuando uno no sea un ser literal y envidioso—, con homenajear y vitorear y loar a los voluntarios que se han desplazado de manera altruista a Valencia, llevando consigo no sólo ayuda útil en situaciones peliagudas a las que el operativo oficial no puede priorizar todavía y críticas donaciones contrarreloj, sino un apoyo moral seguramente decisivo e inolvidable para los afectados.
Ahora bien, en paralelo y en un movimiento oportunista y siniestro, hay quien está sacando a pasear su agenda política, confundiendo las indudables ineficiencias de un sistema (78) y la incompetencia de unos políticos inoperantes, mezquinos y cobardes, con una enmienda a la totalidad de lo que está más o menos bien frente a soluciones mágicas que ya nos vienen sonando a grandes clásicos de la nostalgia, más o menos reaccionarias. No en vano, el Rey le deslizó a uno de los cabreados vecinos de Paiporta lo siguiente:«no te fíes de todo lo que escuchas, ahora hay muchos interesados en el caos».
En su Utopia of rules, escribía David Graeber:
«El resultado es una catástrofe política. Lo que se presenta como la solución de izquierda moderada a cualquier problema social —y las soluciones de izquierda radical están, casi en todo el mundo, descartadas por completo— se ha convertido inevitablemente en la fusión de los peores rasgos de la burocracia y los peores rasgos del capitalismo, Es como si alguien se hubiera propuesto crear la posición política menos apetecible (...)
La derecha, al menos, tiene una crítica de la burocracia. No es muy buena, pero al menos es una crítica. La izquierda no tiene ninguna. En consecuencia, cuando los que se identifican con la izquierda tienen algo negativo que decir sobre la burocracia, están forzados a utilizar alguna versión diluida de la crítica de la derecha»3.
Es precisamente por esto por lo que la Derecha Furibunda Nacional (DFN4) está aprovechando la ausencia inicial del Estado para, amparado con el imaginario de un ejército de voluntarios, arremeter contra el sistema. La izquierda, o incapaz o temerosa de hacer una crítica desde posturas de izquierda libertaria, atrapada en esta incoherencia, está desempeñando un papel un tanto bochornoso, con el que parecen incluso dar a entender que ir a Valencia a mover barro es “de fachas”. Quizá por ello, y de manera sorprendente, casi ninguna de las estrellas del establishment progre, tan movilizables siempre, ha sido vista sobre el fango, mientras que Aldaia o Catarroja parece una convención de streamers e influencers más o menos alt-right.
Quizá se trate, por ahora, de exigir rigor, reducir burocracia, buscar líderes decentes, competentes, que comuniquen bien y se rodeen de gente experta y bien pagada. Apostar por ellos y tener luego la honestidad para echarles sin miramientos si no funcionan, aunque hubieran sido los tuyos o los que creías mejores. Cuando esto no funciona el estado engorda, proliferan los mazones de eternas sobremesas, aparecen por ambos flancos los obtusos fanáticos de las soluciones mágicas. Decía un buen amigo el otro día que si este era nuestro desastre de Cuba, nuestro 98. Si lo es, sin duda que aparecerán los obtusos.
Creo que no soy el único (puede que si me has leído hasta aquí, te pase a ti también) que tiende a explorar ideas-frontera en voz alta, a polemizar, a no dudar en hacer de abogado del diablo; ser vehemente con mis oscilantes posturas políticas. Ahora bien, cuando ocurren estos eventos, cuando le veo las orejas al lobo y vuela el cisne negro, me retiro a un sitio bastante concreto. Este sitio es un sillón orejero en el salón de la acogedora democracia liberal, la democracia de los líderes capaces de responder en catástrofes con carácter humanista, sin fórmulas mágicas sino más bien sentido común y asamblea deliberante. Cuando vuelvan las aguas a su cauce ya pensaremos en algo menos aburrido.
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1 Sobre si es el más esficiente el mercado o la planificación central para sacar a la gente de la pobreza material y espiritual (o, directamente, qué significa el progreso) no me voy a pronunciar por qué no lo sé con certeza, y si lo supiera me llamarían de La Sexta Noche.
2 Me he dibujado a manubrio este área afectada, de unos 162km2. Triples desde medio campo: suponiendo que en el mapa hay un 50% de terreno urbano y que el factor de suelo no urbanizado, según chat gpt, puede andar en torno al 40% para la comunitat valenciana, entonces saldrían unos 4.500 campos de fútbol que limpiar.
3 Utopia of rules, Ed. Melville House. La torpe traducción es mía.
4 Anoche mismo, al cruzar en moto el cruce de la calle Marqués de Urquijo con Ferraz, un veterano miembro de la DFN se escindió del grueso de la manifestación para interceptar incautos en el paso de cebra. Mientras me gritaba a bocajarro “PERRO SÁNCHEZ HIJO DE PUTA”, chorro ibérico de voz afortunadamente amortiguado por mi casco integral, enseñaba un cartel en el que había escrito en mayúsculas mucho texto, bastante más que un tuit. Cuando estaba a punto de explicarle que soy hipermétrope, y que hiciera por tanto el favor de alejarse un poco para poder leer su reivindicación como era debido, el semáforo se puso en verde y no me quedó más remedio que alejarme de allí, todavía y por desgracia inserto la matrix de la PSOE. Debería usar gafas más a menudo.