Exprimiendo la memoria

Por
Álvaro Boro
25/10/2024

No sé si esta fijación por un exprimidor Zumex puede catalogarse como algún tipo de filia.

Cada vez que acudo a hacer la compra me quedo un largo rato contemplando esas máquinas exprimidoras de zumo de naranja que han conquistado todos los súper, si usted quiere un zumo fresco y natural: exprima su cartera. Y soy consciente de la mala fama que ha adquirido este líquido, que lejos de írsele las vitaminas como decían nuestras madres o abuelas, es una sobredosis de azúcar y aporta poco más.

Desde bien pequeño, estos exprimidores industriales, que antes todos eran ZUMEX, han llamado mi atención. Ese mecanismo al descubierto, donde entran las naranjas enteras, se parten y acaban convertidas en zumo siempre me ha sugestionado. Maravilloso. Uno de mis primeros recuerdos es estar junto a mi madre en la barra de una cafetería, que no consigo precisar cuál es, ella bebía café y yo zumo. Pasé todo el rato con la mirada fija en aquella máquina, mi madre se reía y no entendía nada. Luego dijo de irnos, y yo seguía ahí petrificado, la mirada fija en aquel mecanismo que tanto me fascinaba. He de decir que por aquel entonces yo tendría unos 6 años. Ahora en los bares prefiero beber cerveza y mirar el periódico o a las mujeres.

No sé si esta fijación por un exprimidor puede catalogarse como algún tipo de filia, pero poco me importa, porque cada uno goza con y como quiera mientras la ley lo permita. Reconozco que las últimas veces que tomé zumo de naranja fue en una Mimosa, y la penúltima y muchas anteriores. Nunca fui mucho del líquido, pero sí de ese mecanismo cuadrado, como con ojos y dientes, que estaba detrás de muchas barras y se tragaba las naranjas y a cambio ofrecía un vaso repleto de su jugo.

Aún encuentro algunas de estas ZUMEX por el panorama hostelero patrio, y vuelvo a esas tardes interminables de la mano de mis padres, a ese olor a café y tabaco, al sabor de esos zumos fríos y llenos de pulpa, a esos buenos momentos que uno no supo qué eran así hasta que pasaron. La infancia, que no sé si es la patria, pero que para mí sí fue la felicidad. Proust tuvo su magdalena, yo mi máquina exprimidora ZUMEX. Y por si esto llega a alguien de la marca, siempre quise tener una en casa.

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Gastronomía

Exprimiendo la memoria

No sé si esta fijación por un exprimidor Zumex puede catalogarse como algún tipo de filia.

Por
Álvaro Boro
25/10/2024

Cada vez que acudo a hacer la compra me quedo un largo rato contemplando esas máquinas exprimidoras de zumo de naranja que han conquistado todos los súper, si usted quiere un zumo fresco y natural: exprima su cartera. Y soy consciente de la mala fama que ha adquirido este líquido, que lejos de írsele las vitaminas como decían nuestras madres o abuelas, es una sobredosis de azúcar y aporta poco más.

Desde bien pequeño, estos exprimidores industriales, que antes todos eran ZUMEX, han llamado mi atención. Ese mecanismo al descubierto, donde entran las naranjas enteras, se parten y acaban convertidas en zumo siempre me ha sugestionado. Maravilloso. Uno de mis primeros recuerdos es estar junto a mi madre en la barra de una cafetería, que no consigo precisar cuál es, ella bebía café y yo zumo. Pasé todo el rato con la mirada fija en aquella máquina, mi madre se reía y no entendía nada. Luego dijo de irnos, y yo seguía ahí petrificado, la mirada fija en aquel mecanismo que tanto me fascinaba. He de decir que por aquel entonces yo tendría unos 6 años. Ahora en los bares prefiero beber cerveza y mirar el periódico o a las mujeres.

No sé si esta fijación por un exprimidor puede catalogarse como algún tipo de filia, pero poco me importa, porque cada uno goza con y como quiera mientras la ley lo permita. Reconozco que las últimas veces que tomé zumo de naranja fue en una Mimosa, y la penúltima y muchas anteriores. Nunca fui mucho del líquido, pero sí de ese mecanismo cuadrado, como con ojos y dientes, que estaba detrás de muchas barras y se tragaba las naranjas y a cambio ofrecía un vaso repleto de su jugo.

Aún encuentro algunas de estas ZUMEX por el panorama hostelero patrio, y vuelvo a esas tardes interminables de la mano de mis padres, a ese olor a café y tabaco, al sabor de esos zumos fríos y llenos de pulpa, a esos buenos momentos que uno no supo qué eran así hasta que pasaron. La infancia, que no sé si es la patria, pero que para mí sí fue la felicidad. Proust tuvo su magdalena, yo mi máquina exprimidora ZUMEX. Y por si esto llega a alguien de la marca, siempre quise tener una en casa.

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