Vaya por delante que detesto las terrazas y que, salvo en casos puntuales, me parecen una invasión del espacio público y un monumento a la indolencia y al mal gusto en general.
Ayer u hoy, no lo sé, 12 de diciembre del 2023, la nueva Ministra de Sanidad aprovechó para lanzar el clásico globo sonda: su Ministerio plantea prohibir fumar en las terrazas del país. (Y más adelante en las playas, el monte o cualquier otro accidente geográfico que conozcan los asesores). Previamente, como todos los políticos, la Ministra había hablado de “fortalecer” derechos, “garantizar” servicios o incluso llegó a prometer un Comisionado de Salud Mental, porque “Las vidas felices no pueden ser un privilegio del bolsillo” [sic]. De entre todos los cuentos chinos de la política, no sé si alguien se había atrevido jamás a garantizar “felicidad”, dispensada a golpe de terapia y pastilla e impuestos.
El caso es que se asoma la patita con prohibir fumar en los callejeros apéndices de bares y restaurantes y claro, se lía un follonazo dialéctico sobre el tabaco: a la derecha o en lo liberal, a la desquiciante y oportunista Ayuso le ponen un tweet ambiguo y falaz; a la izquierda, no desaprovechan la ocasión para hacer pedagogía con lo que la gente ha de hacer con su vida (revolucionario mensaje: el tabaco es malo). Muy cansado todo.
Yo por mi parte simplemente tenía muchas ganas de hacer el chiste y decir que esto es la enésima cortina de humo del gobierno. Pero es que, en rigor, se trata de una medida política óptima: de bajo coste (aprobar esta ley no costaría nada, dudo que bajaran los ingresos por impuestos y en realidad les da igual el déficit) y de muy alto retorno (la nueva ministra en el foco público durante semanas, Sumar representa el progreso, Sumar está en contra del cáncer). Sin hacer nada sustantivo, ni fatigante; sin abrir un solo excel, dividen a las gentes opinantes en pro pulmones chamuscados y pro pulmones limpios. Brillante.
El problema de las normas en negativo es que en ocasiones parece que se hacen porque salen gratis, y porque el resto de la soberanía política está secuestrada o en otros sitios (sitios belgas) acerca de los que no nos enteramos de nada. ¿Qué piensa el partido al que votas sobre estrategia industrial y agraria? ¿Y sobre la revalorización de las pensiones? ¿Y sobre educación? ¿Cuál es el “Cowboy de Medianoche” favorito de tu partido?
En fin, cuando esto pase y todos progresemos juntos, probablemente miremos hacia atrás, asombrados, ¿cómo hemos podido vivir así hasta ahora, insertos en esta atroz columna de humo y alquitrán? Bien, la respuesta es el civismo. Y es que el sobadísimo concepto de libertad tiene que ver con evaluar cada situación, llena de grises, como un adulto y no como una norma finita del gobierno dicte. Escohotado citaba a Montesquieu: “Libertad es poder hacer lo que debemos”.
En Berlín, el metro elevado que circunvala la ciudad (ringbahn) tiene unas pegatinas en las que se ruega que no se arrojen botellas vacías por la ventana, pues sería peligroso para los cráneos de los viandantes. Un amigo alemán bromeaba con el sentido prusiano de la obediencia, diciendo que ahora no existe riesgo alguno pero que, de no haber pegatina, más valdría usar casco en las inmediaciones del ringbahn.
A mi me parece que quien legisla en negativo piensa en el fondo igual: “si no está prohibido a mí que me registren, estoy en mi derecho de hacer lo que me venga en gana”. Mientras, el ciudadano que procura tomar sus propias decisiones y no pide tutelas del estado, lleva dentro de sí mismo una ley infinita, con infinitos supuestos y casos especiales: se llama sentido común. Y se practica estando atento a los demás vecinos, no al BOE.
Para no parecer muy abstracto, diré casos reales de terracismo que he visto a menudo:
- Señor octogenario, a su bola, extremo de la terraza, tomando el solete (probablemente huido de la familia un rato), leyendo por encima La Voz de Galicia, nadie en 4 metros a la redonda, fumando tranquilamente, da los sonoros buenos días.
- Grupo de amigos, pivotan en derredor, solo hay una mesa libre, carrito de bebé al lado; los que fuman se levantan para hacerlo en una esquina lejos del niño. La familia, consciente del detalle, les dice que ya se van, que no se preocupen. Ellos replican que no tienen prisa, que solo faltaba.
El mundo real, lejos de twitter, no necesita de una verdad parcelada y delimitada y reglada. En dichas aristas brotan los burócratas pero se ahogan los ciudadanos, que por lo general odian ser unos chivatos, el más bajo estrato de la fauna del patio. Los vecinos más bien vivimos como el señor de antes: pequeños placeres, camaradería con el de al lado, qué bien no me esperaba este pincho de tortilla, libertad de poder hacer lo que uno debe; sin estridencias.