Ganarle a la vida

A lo bueno se acostumbra uno rápido y por eso me gusta irme pronto de casa

He vuelto a casa después de dos semanas llenas de comidas, besos, abrazos, confesiones y suspiros. Y, misteriosamente, lo he hecho en un tren que ha salido y llegado en hora. No me dio tiempo a echar la primitiva porque cuando llegué estaba todo cerrado, pero puede que hubiera sido millonario y ahora estuviera escribiendo este texto desde una cabaña con vistas a los Picos de Europa. Después de haberme comprado un piso en Madrid para vivir de las rentas, claro. Que aquí uno puede ser de pueblo, pero no gilipollas. A lo bueno se acostumbra uno rápido y por eso me gusta irme pronto de casa. Sino estaría todo el día con mi madre y comiendo los croissants de hojaldre y almendra de La Masera. Que es la mejor panadería de Oviedo y donde me compro estos caprichos. Medio para comer y medio para cenar. Sin leche, que a las cosas buenas no le hacen falta aliño.

Camino por un Madrid que vuelve a sonar igual de alegre que siempre. Los niños ya han vuelto al colegio, los perros a los parques y los adultos a los gimnasios, las clases de cerámica, las salas de cine y los coches. José Atascal vuelve a ser otra vez el lugar perfecto para poner a prueba la paciencia y los propósitos de año nuevo. De quien los tenga, porque los míos apenas han cambiado desde hace años. Aunque aquí cada uno le busca encanto a lo que quiere. Hay quienes se lo siguen buscando a su pareja y eso se nota cuando uno habla cinco minutos con ellos, porque le mira como quien ve el capítulo de la última serie de Netflix o un TikTok. Como algo temporal, como un pasa tiempo. Los ojos nunca mienten y cada vez veo menos amor eterno. Menos riesgo. Más traición.

No terminaba de encontrarle gracia a esta vuelta y me estaba molestando enfadarme. Si hay algo que no soporto en esta vida es a los gruñones. Cuando me doy cuenta de que estoy a punto de convertirme en uno de ellos sin motivo escucho alguna canción de Calamaro y todo vuelve a tener sentido. Lo que hace este tío con la música es muy parecido a lo que hace Sorrentino con el cine: magia. Esta vez no me salvó Andrés, sino que lo hizo una nevera vacía. La de mi casa concretamente. La noche anterior, la del tren, lo hizo un pedido a domicilio de Armando. Un clásico en mi aplicación de Glovo: escalope y arroz con leche. De los mejores arroces que he probado.

Fue abrir la nevera, que esa luz de hospital iluminará mi cara y volver a encontrarle sentido a todo. Tenía que bajar a la tienda de Igor a por los tomates, a la panadería de Francisco a por media barra, visitar la confitería de Rosa para darme algún capricho y al quiosco de Félix para comprar el periódico y comentar el fútbol. Rápidamente entendí una de las cosas más importantes y que más feliz me hacen en Madrid, que no es otra que la gente que me rodea a diario.

Habló a Sevilla en el pregón de 2019 Alberto García Reyes diciéndole que, uno de los mejores aficionados taurinos que él ha conocido, Pepe Moreno, gitano de Triana con sangre de Los Vega, cada vez que va a una corrida le gana dinero solamente con el paseo de su casa a la plaza gracias a la gente que se va encontrando. Y puede que todo se resuma en eso. En ganarle dinero a la vida, aunque a veces no sepamos hacia dónde vamos.

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He vuelto a casa después de dos semanas llenas de comidas, besos, abrazos, confesiones y suspiros. Y, misteriosamente, lo he hecho en un tren que ha salido y llegado en hora. No me dio tiempo a echar la primitiva porque cuando llegué estaba todo cerrado, pero puede que hubiera sido millonario y ahora estuviera escribiendo este texto desde una cabaña con vistas a los Picos de Europa. Después de haberme comprado un piso en Madrid para vivir de las rentas, claro. Que aquí uno puede ser de pueblo, pero no gilipollas. A lo bueno se acostumbra uno rápido y por eso me gusta irme pronto de casa. Sino estaría todo el día con mi madre y comiendo los croissants de hojaldre y almendra de La Masera. Que es la mejor panadería de Oviedo y donde me compro estos caprichos. Medio para comer y medio para cenar. Sin leche, que a las cosas buenas no le hacen falta aliño.

Camino por un Madrid que vuelve a sonar igual de alegre que siempre. Los niños ya han vuelto al colegio, los perros a los parques y los adultos a los gimnasios, las clases de cerámica, las salas de cine y los coches. José Atascal vuelve a ser otra vez el lugar perfecto para poner a prueba la paciencia y los propósitos de año nuevo. De quien los tenga, porque los míos apenas han cambiado desde hace años. Aunque aquí cada uno le busca encanto a lo que quiere. Hay quienes se lo siguen buscando a su pareja y eso se nota cuando uno habla cinco minutos con ellos, porque le mira como quien ve el capítulo de la última serie de Netflix o un TikTok. Como algo temporal, como un pasa tiempo. Los ojos nunca mienten y cada vez veo menos amor eterno. Menos riesgo. Más traición.

No terminaba de encontrarle gracia a esta vuelta y me estaba molestando enfadarme. Si hay algo que no soporto en esta vida es a los gruñones. Cuando me doy cuenta de que estoy a punto de convertirme en uno de ellos sin motivo escucho alguna canción de Calamaro y todo vuelve a tener sentido. Lo que hace este tío con la música es muy parecido a lo que hace Sorrentino con el cine: magia. Esta vez no me salvó Andrés, sino que lo hizo una nevera vacía. La de mi casa concretamente. La noche anterior, la del tren, lo hizo un pedido a domicilio de Armando. Un clásico en mi aplicación de Glovo: escalope y arroz con leche. De los mejores arroces que he probado.

Fue abrir la nevera, que esa luz de hospital iluminará mi cara y volver a encontrarle sentido a todo. Tenía que bajar a la tienda de Igor a por los tomates, a la panadería de Francisco a por media barra, visitar la confitería de Rosa para darme algún capricho y al quiosco de Félix para comprar el periódico y comentar el fútbol. Rápidamente entendí una de las cosas más importantes y que más feliz me hacen en Madrid, que no es otra que la gente que me rodea a diario.

Habló a Sevilla en el pregón de 2019 Alberto García Reyes diciéndole que, uno de los mejores aficionados taurinos que él ha conocido, Pepe Moreno, gitano de Triana con sangre de Los Vega, cada vez que va a una corrida le gana dinero solamente con el paseo de su casa a la plaza gracias a la gente que se va encontrando. Y puede que todo se resuma en eso. En ganarle dinero a la vida, aunque a veces no sepamos hacia dónde vamos.

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