Antes del descenso del Cádiz en la jornada pasada, el último recuerdo traumático que tengo de mi equipo es el partido de vuelta del playoff de ascenso a Segunda División de la temporada 14/15, en el que el equipo de Claudio Barragán no pudo remontar el resultado de la ida ante un filial del Athletic Club, con nombres como Remiro, Lekue, Yeray o Mikel Vesga. Casi nada. Un 28 de junio de 2015 para olvidar, pero es imposible. No es fácil salir de ese día.
Miro por el retrovisor de la memoria y apenas tengo recuerdos bonitos con mi equipo. No vengo a dar pena ni nada, lo que pasa es que hace tiempo que no me ilusiono con él. Convivir con equipos de élite en primera hace que te compares todo el rato con los demás, como si vivieses en un instagram constante. Uno compara jugadores, proyectos, entrenadores, y cuando quiere darse cuenta, está más pendiente de los demás que de animar a su equipo. He disfrutado en primera como un niño chico, no me malinterpreten, pero aquellos años en Segunda B, aquel sufrimiento, aquella diversión, no nos lo quita nadie.
Y me da miedo que sea cosa de la nostalgia. Que me ponga su mano sobre el hombro mientras camino por la calle y me cuente historias inventadas sobre aquella época. Pero no. Recuerdo ir con mi hermano al Carranza, igualito que ahora salvo el nombre, pero con doce mil personas menos que en Primera, y aun así cantábamos y animábamos como si en ese estadio cupiesen cincuenta o sesenta mil personas. A algunos les puede parecer imposible, pero éramos muy felices, porque sin darnos cuenta sólo mirábamos el presente. Nuestra única preocupación era el momento. Éramos yonkis del presente. Daba igual lo que pasaba en el campo, mirabas alrededor y veías a los tuyos.
Me recuerda a aquella frase que le dijo Pepe de Lucía a Jabois, en una entrevista para el país acerca de cómo se lo pasaba con su hermano Paco: “Cuando éramos niños Paco y yo, y estábamos siempre juntos, hasta las cucarachas eran bonitas”. Algo parecido me pasaba en aquel estadio casi vacío. Hasta las cucarachas me parecían bonitas.
Lo dicho, no recuerdo las grandes victorias de mi equipo, las olvido con facilidad. Mi hermano y yo tenemos versiones distintas del gol de Güiza. Él dice que lo vimos juntos en casa, yo recuerdo haberlo visto con amigos en un bar. Lo que sí sabemos los dos es que aquellos años fueron gloria, ya sea porque con dieciséis te ilusionas más por las cosas que con veintiocho o simplemente porque la lucha no se negociaba.
Y no me importa ver al equipo en la categoría de plata, porque lo voy a seguir allá donde esté. Pero si me preocupa pensar en que para muchos niños es el primer varapalo que se llevan con el Cádiz, con el fútbol en general. Pero poco a poco se darán cuenta de que tanto en el fútbol como en la vida perdemos, y aunque nos parezca que el mundo se cae a pedazos, como diría Julito, la vida sigue igual.
Hay una frase de Manuel Alcántara, que aparece en el final de la película Tiovivo c. 1950, y que resume a la perfección todo esa rebujina de sentimientos que me producen mis recuerdos con el Cádiz: “Corrían muy malos tiempos, pero vistos a distancia, quizá fueran los más nuestros”.