Kaiser Tuercebotas

Futbolísticamente hablando siempre he arrastrado aura de mediocre. ‍Comprarse unas botas guapísimas Adidas es una redención.

Me he comprado unas botas Adidas Kaiser guapísimas que se me salen de presupuesto. Las últimas botas guapísimas que se me salían de presupuesto me las regalaron mi abuela y mis padrinos. Para ellos nunca jamás podría ser un tuercebotas.

Las razones por las que no he dispuesto hasta ahora de unas Adidas Kaiser son dos: no ser rico y ser un tuercebotas. Si eres pobre y eres un tuercebotas, no te ganas dinero en botas. Vas al mostrador y te compras las terceras más baratas, las que no son tan feas. Pagas con tarjeta de débito, que también es carnet joven, y Raquel, la cajera del Decathlon, detecta tu aura de mediocre. 

Futbolísticamente hablando siempre he arrastrado aura de mediocre. Mis atributos son de jugador oscuro, táctico, canchero, bregador, defensivo. Nadie nunca pide el primero ni el segundo al jugador oscuro, táctico, canchero, bregador y defensivo. Y menos si calza unas kipsta. Y menos aún si las tuerce.

Comprarme unas botas guapísimas Adidas Kaiser que se me salen de presupuesto con treinta años es una redención, el cigarro de después de un polvo que nunca he echado, un choca esos cinco retrospectivo con ese niño bajito, torpe y descoordinado que estaba enamorado del balompié y al que siempre le alejaron el balón del pié. 

Comprarse unas botas guapísimas Adidas Kaiser con treinta años que se me salen de presupuesto es un dispendio con asterisco. El asterisco es que son de outlet. Las outlets de las marcas caras son el xd después del te quiero, el ibuprofeno antiinflamatorio de los que llamamos darse una alegría a comer de menú y pedirse otro ron cola. 

Comprarse unas botas guapísimas Adidas Kaiser con treinta años es desubicado. ¿Dónde vas con tanta bota a mandar la bola al tercer vestuario del polideportivo municipal? ¿Qué narices pintan esos tremendos botoncios humillándose en ese microcosmos de cesped sintético, árbitros malpagados, dorsales de esparadrapo, jugadores divorciados,  jugadores asmáticos, jugadores resacosos, jugadores enflatados, jugadores arrepentidos a los cinco minutos del pitido inicial por qué no vaya a ser que la rótula y porque no veas lo lejos que he tenido que aparcar? 

Comprarse unas botas guapisimas Adidas Kaiser con treinta años es casi injustificable. Pero Raquel, la cajera del outlet, me ha dicho que son preciosas y que le deje una reseña buena. Y yo claro que sí, diez de diez, emoji eufórico. De niño con botazas nuevas. Cada mal pase, cada despeje en falso y cada chut a las nubes irá por ella. Y por mi abuela y mis padrinos. Y por los tuercebotas. Tenemos derecho a amar sin ser correspondidos.

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Futbolísticamente hablando siempre he arrastrado aura de mediocre. ‍Comprarse unas botas guapísimas Adidas es una redención.

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Futbolísticamente hablando siempre he arrastrado aura de mediocre. Mis atributos son de jugador oscuro, táctico, canchero, bregador, defensivo. Nadie nunca pide el primero ni el segundo al jugador oscuro, táctico, canchero, bregador y defensivo. Y menos si calza unas kipsta. Y menos aún si las tuerce.

Comprarme unas botas guapísimas Adidas Kaiser que se me salen de presupuesto con treinta años es una redención, el cigarro de después de un polvo que nunca he echado, un choca esos cinco retrospectivo con ese niño bajito, torpe y descoordinado que estaba enamorado del balompié y al que siempre le alejaron el balón del pié. 

Comprarse unas botas guapísimas Adidas Kaiser con treinta años que se me salen de presupuesto es un dispendio con asterisco. El asterisco es que son de outlet. Las outlets de las marcas caras son el xd después del te quiero, el ibuprofeno antiinflamatorio de los que llamamos darse una alegría a comer de menú y pedirse otro ron cola. 

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Comprarse unas botas guapisimas Adidas Kaiser con treinta años es casi injustificable. Pero Raquel, la cajera del outlet, me ha dicho que son preciosas y que le deje una reseña buena. Y yo claro que sí, diez de diez, emoji eufórico. De niño con botazas nuevas. Cada mal pase, cada despeje en falso y cada chut a las nubes irá por ella. Y por mi abuela y mis padrinos. Y por los tuercebotas. Tenemos derecho a amar sin ser correspondidos.

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