Kroos susurrando

Kroos se ha ido como jugaba, de puntillas, casi flotando, como susurrando lo que me vais a echar de menos cuando no esté, pero nunca dando voces. Dejando en el aire una incomodísima sensación de que nunca fuimos tan dignos ni tan listos como para disfrutarlo del todo. Nunca estuvimos a su altura como la realidad nunca lo está de las expectativas, y pese a ello él fue tan extraordinario, tan redondo en todo, que elevó de categoría a los más asombrosos mitos fundacionales de este deporte. No es que los sostuviese a la altura de sus legendarias historias, es que los sublimó. El Bayern de Múnich, El Real Madrid. La Selección Alemana y La Copa de Europa. El fútbol resumido, vaya. Y es ahora, cuando por fin podíamos hablar de él sin temor a la hipérbole, cuando le estábamos empezando a tratar como lo que es, uno de los mejores jugadores de la historia ni más ni menos, es cuando se nos va. Justo ahora que tantas luces dejó encendidas en el nuevo Bernabéu. Yo no sé cómo vamos a apagarlas. 

Con Kroos no se va un jugador, se nos va una época entera. La más feliz y salvaje de nuestras vidas, concretamente. Kroos era una anomalía de otro tiempo. Un futbolista que presumía de serlo, de los pocos a los que los aficionados reconocemos como uno de los nuestros. Kroos era todo lo que está bien en el balompié. El único que se atrevió a decirle a adidas que se respetase un poco, que por algo seguía siendo adidas y por algo él jugaba en el Madrid y en Alemania. Eso era. Un bellísimo y casual anacronismo, de lo poco que no sobraba en este fútbol actual, que sigue siendo fútbol pero ya no es mi fútbol.

Nada define la carrera del alemán como su manera de decir adiós. Tuvo elegancia hasta para saber renunciar a Arabia o a la MLS. Kroos es Clark Gable despidiéndose de Vivien Leigh al final de Lo que el viento se llevó. La peli acaba cuando él se va, total ya no hay nada que contar, y a nosotros nos pueden poner los títulos de crédito porque ya me dirás. Irse de la fiesta cuando más guapo estás, cuando mejor recuerdo vayan a tener de ti. Sólo me sale Zidane si pienso en algo similar, cuyo último partido profesional fue una final de un Mundial. Pues ese es el nivel de Kroos. En esa conversación está.

Mucho antes de eso estaba en la de jugador favorito de los hooligans ilustrados, era el futbolista que elegíamos los que nos las damos de futboleros listillos para demostrar lo mucho que entendemos de la pelotita. Nos duró poco el cuento, Kroos dejó de ser indie muy pronto, dejó de molar por mainstream de tan buenísimo que era. Porque ya todos, panenkitas y cuñados de barra bar, nos dábamos cuenta sólo con ver lo inspirado que estaba el rubio ese del centro del campo si había opciones o no de ganar el partido. Kroos tuvo el extraño privilegio de hermanar a camachos y valdanos en su diagnóstico sobre quién era el bueno de verdad.

Uno muestra lo que es en sus amigos y en su jugador favorito. Si Raúl González Blanco fue, por cuestiones de biografía, mi futbolista preferido de la infancia, Kroos lo ha sido de mi juventud, por los motivos que dan sentido a ésta, un deseo desbocado por la belleza, el respeto por la razón y la admiración por el sencillo buen hacer de las cosas.

Además de jugador favorito, Kroos es dueño de mis dos escenas preferidas en un estadio de fútbol, que vendría a ser como si tu cantante al que más admiras es el autor de la novela que te cambió la vida y además es tu novio.

La primera de ellas la he vivido muchas veces, en el estadio o desde la tele, y responde a ese momento mágico en el que al 8 blanco le cae un balón a la diestra, a una distancia de entre 20 y 30 metros de la portería, en ese ángulo de 45 grados que aproximadamente existe entre el estar un pelín escorado hacia la banda izquierda y totalmente centrado. Y el Bernabéu, que siempre ha sido muy racial, le gritaba al unísono “CHUTA”, más como una orden que como un deseo. En ese chut fueron felices hasta los antis. Y qué agusto nos quedábamos en el estadio cuando chutaba, cuando con un gesto nos obedecía, como satisfaciendo la parafilia de 80.000 personas. Qué paz de espíritu. Que entrase el balón era lo de menos. Verle la pose, la armonía en el movimiento, la perfecta coordinación entre pie de apoyo, arqueo de brazos, inclinación de cadera y golpeo con la derecha ya nos compensaba el partido.

La segunda, una más concreta. El paseíllo triunfal que se pega en la final de Cardiff, de morado, saludando a compañeros después de semejante exhibición, con los brazos en alto jaleando a una afición loca con él y con su Madrid otra vez Campeón de Europa. Son sólo 10 segundos, suficientes para entrar de lleno en la iconografía blanca, con los saltos de Juanito contra el Mönchengladbach y la reciente silla de Alaba.

Para los pequeños que no le habéis visto. Cuando os hablen de Toni Kroos pensad que siempre fue mejor de lo que digan. Da igual quién lo diga y qué diga. Cuando a los que sí hemos tenido ese privilegio nos pregunten quién fue Toni Kroos, diremos que su grandeza se resume en que fue el único jugador que renunció a ir al Mundial de Catar. Y cuando alguien nos replique que no es uno de los ¿tres? ¿cinco? mejores y más completos centrocampistas de todos los tiempos, o el segundo mejor futbolista alemán de la historia sólo por detrás de Beckenbauer y esto tampoco está tan claro, nosotros le responderemos “¿pero dónde has estado, qué has estado haciendo estos 10 años, criatura?”.

Porque nosotros lo tendremos claro. Porque han sido los mejores 10 años de nuestras vidas.

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