La economía es la disciplina que estudia la gestión de los recursos escasos. Es precisamente la escasez, dicen, lo que les otorga valor a dichos recursos, valor luego traducido a precio con menor o mayor acierto. De esta manera, lo escaso —una palabra de connotaciones horribles según la RAE— pasa a darle la vuelta a su significado, acercándose al del inglés scarcity o shortage.
En la era de la sobreabundancia, el tsunami informativo y del consumo ilimitado AI powered, sentir escasez se antoja cada vez más difícil y por tanto cada vez más fundamental. Si somos experiencias, si estamos hechos de los momentos vividos y de cómo nos los contamos a nosotros mismos, evitar el empacho parece una tarea crucial. Tengo la intuición de que la mayoría de experiencias se pueden clasificar según su nivel de escasez.
Paradójicamente, las redes sociales, granjas de abundancia, arrojan a veces contenido que representa esta escasez, al calor del apetito que tenemos por actividades lentas y de descubrimiento. Mi favorita actual se llama SoundWaves off Wax.
La dueña de la cuenta empezó en septiembre de este mismo año con una declaración de intenciones muy sencilla: su padre murió, dejando tras de sí una colección de miles de discos. Tras dos semanas poniéndolos en orden alfabético, Soundwaves se propuso ir descubriéndolos de manera aleatoria –escuchándolos y opinando sobre ellos, para así «aprender más de música, sobre mi padre, y conectar con otros melómanos»
A lo largo de estos meses ha sido emocionante seguir sus evoluciones: siempre el mismo formato, discos alucinantes, gusto estético peculiar, ni una vez el mismo outfit. Se ve que Padre era un discómano más bien compulsivo y, aunque a veces Soundwaves saque fabulosos discos conocidos y familiares —Talking Heads, Kraftwerk, Lou Reed o Squeeze—, lo interesante sucede con las rarezas. Hay muchos LPs malos, o al menos marcianos, pero ella se obliga a escucharlos, a contarnos algo sobre cada uno de ellos. Algo impensable en un entorno de abundancia.
Es esta cualidad del hallazgo lo que me hace sentir escasez. Por vasta que sea la colección, es una colección finita. Por regular que sea un disco, el hecho de saber de su unicidad dentro de la colección de Padre le obliga a prestarle toda su atención, a ver qué puede sacar de él. Siempre obtiene algo, y normalmente algo inesperado, algo que no buscaba y que por ello permite construir conexiones creativas. Soundwaves ha hecho una lista de spotify con los álbumes pero, como ya imagináis, se trata del sucedáneo del sucedáneo de su experiencia con el proyecto.
Cada cierto tiempo, se vuelve a comentar algún vídeo de una muchedumbre filmando algo supuestamente emocionante pero normalmente deprimente (conciertos de Coldplay, luces de Navidad). Grabarlo todo es antiescasez: uno piensa que está registrando el momento, haciéndose un favor, cuando en realidad está devaluando el recuerdo entre 10 vídeos similares. El recuerdo, entendido como narración, se pierde para siempre al delegar en dichos documentos audiovisuales la responsabilidad de contar. Sospecho que esto es lo que en el fondo pensamos cuando criticamos a las masas grabantes, más allá de la horripilante estética de rebaño o muchedumbre; nos decimos: «ese necio está olvidando, en tiempo real, lo que está contemplando».
Sospecho también que la cantidad perfecta de fotos de un evento es una (1) unidad de pictograma. Esa foto solitaria permite aferrarse a un marco, despertar la narración, pero no desvela demasiado; uno es el número perfecto de escasez. Más de uno, y se corre el riesgo de encontrar puntos vulnerables en tus recuerdos, es decir, en tu narración: esa persona que sale con cara de malas pulgas, aquel jersey era todavía más feo de lo que recordabas, la habitación o el monumento de la foto son más pequeños, más grandes, imperfectos o bonitos de lo que creías saber o más bien querías saber. Menos de una foto, ausencia de ella, y las memorias frágiles quizá borremos para siempre el momento, o lo deformemos tanto que le pillen a uno con el carrito de los helados. «Eso no es un recuerdo, eso es un cuento», nos dicen a veces los amigos.
Otro de mis ejemplos favoritos de internet escasez responde al nombre de Rainbolt, un fuera de serie al Geoguessr —juego en el que hay que acercarse lo más posible a una localización sólo con ver la imagen en google earth— que innova bastante en su cartográfico contenido. En este vídeo se da una situación paradigmática: el tipo que le pide ayuda a Rainbolt conservaba una sola grabación de la pedida de mano a su mujer cerca del Monte Fuji, pero no recordaba nada más, así que necesitaba un poco más de información para volver al recuerdo. Nuestro soldado se pasó de escasez, pero raudo acudió Rainbolt al rescate para localizar el lugar exacto de Japón en el que la pareja se dio el sí quiero
Los vídeos que la gente graba compulsivamente con sus móviles —además de para creer que se atrapa un recuerdo cuando en realidad se está perdiendo—, tienen la única utilidad de darle la tabarra a otras personas. Grabarlo todo es antiescasez y antinarración. Grabar o fotografiarlo todo es una manera de vagancia narrativa, de pereza de la imaginación (la pereza más común de encontrar, por otro lado). La gente cuenta cada vez peor las cosas porque se apoya en los dichosos vídeos, vídeos mal grabados y con mal sonido que a nadie le importan, y que blanden y te obligan a ver mientras obvian lo verdaderamente interesante de cualquier evento: los detalles que colorean cualquier historia. Lo narrable es siempre sepultado por la avalancha de lo disponible y abundante. Contar es subrayar ciertas sensaciones y ocultar otras, por eso Funes no era capaz de hacerlo.
La sensación definitiva de escasez es, evidentemente, la del tiempo, la del momento presente. Por eso en los casinos no hay luz natural, y por eso la luz de tu móvil es cegadora. Para olvidarte del paso el tiempo. Aunque decir esto sea de perogrullo, aunque desprenda un tufillo new age incluso, conviene no militar ni en la nostalgia del pasado (cada vez más empaquetada como entretenimiento), ni en la ansiedad del futuro (enfermedad crónica que también nos cobran con tarjeta). Lo urgente escasea: empezar ese proyecto, apuntar las ideas que tienes, hablar con la vecina, montar en bicicleta. Ir ahora a pasear con esa persona. Recuperar el presente es recuperar lo escaso.
Estudiar algo a fondo es escaso. Picotear titulares y cabrearse en internet, antiescaso. Escuchar spotify es sobreabundancia, descubrir discotecas físicas es la escasez. Rainbolt Geoguessr es un escaso al que se le ocurren ideas que escasean. Escuchar escasea. Esas cenas o mesas de terrazas en las que la dinámica se basa en esperar a que el otro acabe de hablar sobre uno mismo, abundan. Una rutina mañanera, pese a lo que podría parecer, es pura escasez, porque es la tuya propia. Depende de la fiesta, ésta puede ser escasa o no en función de lo buena que sea la música y de si la gente se escucha entre ella. La dignidad escasea, los trepas abundan. Fumar es escasez, pero vapear me temo que no. Pensar y adquirir un regalo para alguien escasea; los transaccionales regalos grupales abundan. Lo elegante es escaso porque, por definición, está seleccionado en presencia de lo consciente. Lo abundante es no tomar decisiones nunca.
Si el paradigma del consumo irresponsable en el siglo XX era el usar y tirar, ahora, que ni siquiera disponemos del soporte físico, estamos abocados al ver y olvidar. Por eso buscamos experiencias de escasez, por la vocación de narrar, para obtener una fotografía aislada de cada instante y así recuperar su valor. Por encontrar algo sin clasificar, algo que no sea buscado y poder así desatar la tormenta de lo creativo. Ese es el verdadero significado generacional de la vuelta de todo lo analógico, lo físico y lo limitado. Más allá de la superficial caricatura hipster-gentrificadora —interesa despachar esta realidad como otra tendencia de consumo más— tenemos un anhelo muy real de encontrar reductos de escasez; de regalarnos la posibilidad de recordar.
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