La desaparición de los adultos

En la segunda beca de mi carrera profesional me encomendaron, al principio, la tarea de repasar un excel de facturas sin pagar, para ver si sacaba algo en claro de tremendo caos moroso. Aún recuerdo mi confusión: aquellas facturas tenían fecha de vencimiento y, sin embargo, nuestros clientes no nos habían pagado, ¿cómo podía ser?¿Acaso el mundo adulto no funcionaba como yo pensaba?

Durante la pandemia, un helicóptero de la guardia civil aterrizó en la playa para detener a un paseante valenciano. El otro día, una chica amante de la deforestación amazónica tiró unas cajas de cartón fuera del contenedor indicado, cometiendo el error de no borrar sus señas de la etiqueta del envío. Fue multada con 2.151€.

Un político anodino, cuya única idea es la independencia de un país inventado de otro país inventado —pero más grande—, que lo oprime. Ese político huye del país matrioska en un maletero, exiliado, y luego vuelve para dar un mitin y fugarse de nuevo, marchando por un colindante carrer, como si de nuestros simpáticos olímpicos se tratase. Nos dicen que se ha desplegado1 un operativo policial, pero que no han podido pescar al escurridizo estadista. 

La apatía que producen estas noticias no es sólo veraniega, sino fuerza de la costumbre. Si admitimos que los ciudadanos somos, en directo y en el uno contra uno, seres esencialmente racionales y con derecho a voto, ¿por qué suceden y se emiten eventos estúpidos y absurdos con cada vez mayor frecuencia?

La ilusión de la no arbitrariedad de lo adulto —burocracia, gobiernos, amores— es lo que mantiene a la gente cabal, tranquila, incluso pensando en el futuro. Pero se acumulan facturas sin pagar, el excel es un caos y, por si fuera poco, en el Grand Prix del verano ya no sacan vaquillas.

1Se le ha puesto un nombre, lo cual equivale a existir, como todo el mundo sabe (veánse las tormentas en la información meteorológica del telediario)

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