Uno de los personajes imprescindibles de la literatura española, La Guindilla Mayor de El Camino de Delibes, no para de cuestionarse si su siempre renovado repertorio de escrúpulos en la conciencia le permite a ella, la más modélica de entre todas las mujeres, ser una correcta católica apostólica romana, no sólo en cuanto a palabra, obra y omisión, que de eso no cabe duda, sino también en lo referido al pensamiento. Y así se pasa la criatura media vida, friendo a preguntas a Don José, el cura, que es un gran santo, sobre la ejemplaridad de su conciencia.
Padre, anoche no pude dormir pensando que si Cristo en el Monte de los Olivos se quedó solo y los apóstoles se durmieron, ¿quién pudo ver que el Redentor sudase sangre? ¿Usted cree que podré comulgar tranquila habiendo pensado esas cosas?, o bien, Padre, si hubiese nacido en Inglaterra, ¿hubiera yo sido protestante?
La pobre mujer llegaba incluso a sufrir en la comprobación empírica de su propio apetito por las más bajas pasiones, que hasta los más castos las tienen. Padre, ¿es pecado desear desmayarse en los brazos de un hombre? porque si eso es pecado yo vivo empecatada perdida y no podré desear otra cosa ni aunque usted me diga que es el mayor de los pecados del mundo. El deseo puede más que yo.
No sospechó el bueno de Delibes hace 75 años que su Guindilla fuese a estar más viva que nunca en nuestros días, no en cuanto a la sublimación de una conducta católica impoluta, sino en la constante búsqueda de la ejemplaridad, en el temor de no ser unos perfectos hijos de nuestro tiempo. Existe un sentimiento de culpabilidad muy millenial que se manifiesta especialmente durante el verano a través de debates filosóficos sobre el yo. ¿Estaré aprovechando lo suficientemente mi juventud?, ¿podré permitirme un verano sin hacer planes?, ¿habré visto las suficientes películas, leído los suficientes libros y seguido las suficientes series?, ¿bastará con la suma de una alimentación equilibrada y mi rutina de ejercicios para conseguir el mejor físico que mi anatomía pueda permitirse?
En la mente de La Guindilla Mayor que todos llevamos dentro la respuesta a tales cuestiones siempre será no. Todo es susceptible de mejorar, de apretar un girito más en la búsqueda de la perfección, y ese anhelo de mejora constante, esa insatisfacción perpetua ante el muro de lo imposible lleva, irremediablemente, a un desencanto más propio de Los Panero (de cualquiera de ellos, madre incluida) que de veinteañeros urbanitas que han encontrado en viajar y en los festivales su estilo de vida.
Pepe Lobo dice que el catolicismo es una religión -y por tanto lo es nuestra cultura- permisiva, de bulas papales, donde el arrepentimiento de los pecados ya es suficiente para el perdón de los mismos. Que no hay contradicción alguna en el ir a misa todos los domingos y, de pascuas a ramos, pasarse por una mancebía como el que no quiere la cosa. Y que tener a la gente contenta, permitirla de vez en cuando un desmadre, no solo no es pecado sino que viene muy bien. La legitimación de la canita al aire. Que la gente tiene que follar, vaya.
Pienso en ello a menudo, más de lo que me gustaría seguramente, y también en Lola Flores, en su filosofía de la rayita y el güisquito. Todo se puede hacer en esta vida, con método. Lo contrario es lo de La Guindilla de Delibes, el puritanismo arrebatado en hacer las cosas que de nosotros se esperan. Cumplir con las expectativas y con la coherencia narrativa del personaje que te has construido. No se puede ir por la vida permanentemente con cargos de conciencia a cual más absurdo, la ejemplaridad de la conducta es insoportable. No pasa nada por desear desmayarse en otros brazos. Y si pasase, pues habrá que aprender a vivir empecatados perdidos.