La lista de las mejores listas

Por
Javier Goez
19/12/2024

Revolviendo entre recuerdos familiares, encontré la "Relación de los libros que leí desde la época colegial hasta octubre de 1934". El Goodreads de mi tío bisabuelo.

Das la vuelta a la página del calendario, empiezas a tachar fechas de diciembre y te entran unas ganas enfermizas de confeccionar listas; y si no te entran, puedes estar tranquilo porque el resto se encarga de ponerte listas delante de las narices. Listas de los artistas más escuchados, de las películas más taquilleras, de las revelaciones culinarias, de los mejores deportistas, de los libros más vendidos, de las series más vistas, de las mejores marcas emergentes, de los autores revelación, de las prendas más vendidas, de los mejores golazos, de las empresas más exitosas y de las más sostenibles, de los mayores gazapos en la radio, de las noticias más raras, de los viajes hechos y por hacer, de los propósitos del año. Buena lista de listas ha quedado.

¿A quién no le va a gustar una lista? Qué gustito ver todo bien ordenado, una cosa encima de la otra con un guión pequeñito que las vaya introduciendo. Y qué placer eso de ponerse tareas en una lista —aunque sean inventadas, que no hay nadie mirando— e ir tachándolas cuando se completan. Qué relajación, qué paz mental. Feng Shui en papel, el Nirvana en las notas del iPhone.

Esta semana —me parece demasiada coincidencia que haya ocurrido en diciembre—, revolviendo entre recuerdos familiares, he dado con un tesoro: una lista de 731 items. Es un librillo de hojas envejecidas con la portada escrita con una caligrafía elegante: Relación de los libros que leí desde la época colegial hasta octubre de 1934. En resumen, un Goodreads de puño letra, el Goodreads de mi tío bisabuelo, si es que ese parentesco existe.

Son 22 folios escritos con una letra pequeña y apretada, como si no quisiera mostrar al mundo todo lo que había leído, como si estuviera revelando demasiado de su persona, como si quisiera ocultar al resto ese ímpetu por convertirse en un escritor de los que aparecían en las portadas de sus libros y de los que se encontraba en las tertulias de la Granja el Henar1.

Me lo imagino en enero de 1931, con 25 años recién cumplidos, tumbado en su cuarto en alguna pensión cerca de la Plaza Mayor, o sentado en un rincón de una biblioteca o en un banco del Retiro —en el Paseo de las Estatuas, por ejemplo— leyendo a Rubén Darío, a Gabriel Miró, a Schopenhauer, a Azorín, a Rafael Alberti; y apenas tengo que hacer esfuerzo para imaginarlo porque los veo delante de mí, todos esos nombres escritos en una hoja amarillenta junto a sus obras: Poesías Épicas, Nuestro Padre San Daniel, Los Dolores del Mundo, Confesiones de un pequeño filósofo, Marinero en Tierra.

Me pregunto qué le llevaría a confeccionar esta lista. Tal vez ocurrió un mes de diciembre al verse infectado por la fiebre de hacer listas. Quizás le impresionaba comprobar que todo ese tiempo que había pasado leyendo se pudiera comprimir en tan poco espacio. Es posible que soñara con que alguien lo leyera y quedara perplejo. Lo más probable es que lo hiciera por el placer que nos produce hacer listas. Pienso en Buen Pop, Mal Pop, la biografía de Jarvis Cocker que es en realidad una lista de los objetos que tiene en su desván, en el libro que escribe Limónov en la cárcel haciendo memoria de todas las piscinas y bañeras en las que se ha bañado, en Mapa de soledades, el último libro de Juan Gómez-Barcena en el que lista los lugares que asociamos a la soledad.

Me niego a resumir lo que dicen estos folios, a contar todo lo que leyó de Baroja y Azorín, a tratar de hacer cábalas para entender qué significan los títulos subrayados o el porqué de tachar algunos de ellos. No la hizo pública y no lo haré yo por él.

Uno de los cafés extintos de la Calle Alcalá, junto a otros como Negresco (ambos en la imagen).

¿Por qué nos empeñamos ahora en exponernos? ¿Lo hubieran hecho igual tiempo atrás? ¿Hubieran compartido esta lista en redes? ¿De dónde viene el éxito de Goodreads, de Spotify Wrapped o de Strava? No quiero que en un futuro me juzguen porque vean entre mis lecturas a Labatut, a Tucci, a Díaz, a Gómez-Bárcena; o que comprueben que no era capaz de bajar de cinco minutos por kilómetro; o que encuentren Pedro Navaja entre mis canciones más escuchadas.

Todo sería más sencillo si no dejáramos rastro, si no tuviéramos sobrinos bisnietos tocapelotas que se empeñan en remover en nuestras listas.

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
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Revolviendo entre recuerdos familiares, encontré la "Relación de los libros que leí desde la época colegial hasta octubre de 1934". El Goodreads de mi tío bisabuelo.

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Javier Goez
19/12/2024

Das la vuelta a la página del calendario, empiezas a tachar fechas de diciembre y te entran unas ganas enfermizas de confeccionar listas; y si no te entran, puedes estar tranquilo porque el resto se encarga de ponerte listas delante de las narices. Listas de los artistas más escuchados, de las películas más taquilleras, de las revelaciones culinarias, de los mejores deportistas, de los libros más vendidos, de las series más vistas, de las mejores marcas emergentes, de los autores revelación, de las prendas más vendidas, de los mejores golazos, de las empresas más exitosas y de las más sostenibles, de los mayores gazapos en la radio, de las noticias más raras, de los viajes hechos y por hacer, de los propósitos del año. Buena lista de listas ha quedado.

¿A quién no le va a gustar una lista? Qué gustito ver todo bien ordenado, una cosa encima de la otra con un guión pequeñito que las vaya introduciendo. Y qué placer eso de ponerse tareas en una lista —aunque sean inventadas, que no hay nadie mirando— e ir tachándolas cuando se completan. Qué relajación, qué paz mental. Feng Shui en papel, el Nirvana en las notas del iPhone.

Esta semana —me parece demasiada coincidencia que haya ocurrido en diciembre—, revolviendo entre recuerdos familiares, he dado con un tesoro: una lista de 731 items. Es un librillo de hojas envejecidas con la portada escrita con una caligrafía elegante: Relación de los libros que leí desde la época colegial hasta octubre de 1934. En resumen, un Goodreads de puño letra, el Goodreads de mi tío bisabuelo, si es que ese parentesco existe.

Son 22 folios escritos con una letra pequeña y apretada, como si no quisiera mostrar al mundo todo lo que había leído, como si estuviera revelando demasiado de su persona, como si quisiera ocultar al resto ese ímpetu por convertirse en un escritor de los que aparecían en las portadas de sus libros y de los que se encontraba en las tertulias de la Granja el Henar1.

Me lo imagino en enero de 1931, con 25 años recién cumplidos, tumbado en su cuarto en alguna pensión cerca de la Plaza Mayor, o sentado en un rincón de una biblioteca o en un banco del Retiro —en el Paseo de las Estatuas, por ejemplo— leyendo a Rubén Darío, a Gabriel Miró, a Schopenhauer, a Azorín, a Rafael Alberti; y apenas tengo que hacer esfuerzo para imaginarlo porque los veo delante de mí, todos esos nombres escritos en una hoja amarillenta junto a sus obras: Poesías Épicas, Nuestro Padre San Daniel, Los Dolores del Mundo, Confesiones de un pequeño filósofo, Marinero en Tierra.

Me pregunto qué le llevaría a confeccionar esta lista. Tal vez ocurrió un mes de diciembre al verse infectado por la fiebre de hacer listas. Quizás le impresionaba comprobar que todo ese tiempo que había pasado leyendo se pudiera comprimir en tan poco espacio. Es posible que soñara con que alguien lo leyera y quedara perplejo. Lo más probable es que lo hiciera por el placer que nos produce hacer listas. Pienso en Buen Pop, Mal Pop, la biografía de Jarvis Cocker que es en realidad una lista de los objetos que tiene en su desván, en el libro que escribe Limónov en la cárcel haciendo memoria de todas las piscinas y bañeras en las que se ha bañado, en Mapa de soledades, el último libro de Juan Gómez-Barcena en el que lista los lugares que asociamos a la soledad.

Me niego a resumir lo que dicen estos folios, a contar todo lo que leyó de Baroja y Azorín, a tratar de hacer cábalas para entender qué significan los títulos subrayados o el porqué de tachar algunos de ellos. No la hizo pública y no lo haré yo por él.

Uno de los cafés extintos de la Calle Alcalá, junto a otros como Negresco (ambos en la imagen).

¿Por qué nos empeñamos ahora en exponernos? ¿Lo hubieran hecho igual tiempo atrás? ¿Hubieran compartido esta lista en redes? ¿De dónde viene el éxito de Goodreads, de Spotify Wrapped o de Strava? No quiero que en un futuro me juzguen porque vean entre mis lecturas a Labatut, a Tucci, a Díaz, a Gómez-Bárcena; o que comprueben que no era capaz de bajar de cinco minutos por kilómetro; o que encuentren Pedro Navaja entre mis canciones más escuchadas.

Todo sería más sencillo si no dejáramos rastro, si no tuviéramos sobrinos bisnietos tocapelotas que se empeñan en remover en nuestras listas.

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

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