1. La vida es simple. La complicamos hasta que entendemos lo simple que es. La pensamos hasta el infinito, le buscamos explicaciones a las cosas más absurdas en los rincones más oscuros de la mente y del universo. La vida es levantarse de la cama y mear. Es acercarse a la cocina con legañas en los ojos, levantar la tapa de la cafetera y descubrir que ya no queda café. Otros se lo bebieron antes que tú. La vida es hacer café, girar la parte superior de la cafetera hasta desenroscarla, echar agua en la parte inferior hasta el tornillo y llenar de café ese pequeño embudo donde sucede la magia —la evaporación y después, más arriba, la condensación. Luego se coge (que en mexicano significa casi exclusivamente follar) la parte superior de la cafetera, se limpia con un poco de agua, se seca con un paño viejo y se vuelve a girar sobre la parte inferior hasta que se consigue un conjunto indivisible. Hay que poner la cafetera sobre el fuego, pero que no esté a la máxima potencia. Si no el café se estresa, sale corriendo y se quema con el calor de la las prisas. La paciencia es el ingrediente secreto de las cosas más sencillas. Pero qué impacientes somos.
2. Yo quiero ser como Pepe Mujica. O incluso mucho menos que él. Me conformaría con llegar a los 90 años y ser un 10% de Pepe Mujica. Pronto se va a morir, y no le importa. A mi abuela, que está en el pueblo, sí le importa morir. Tiene miedo. Está cansada, y no sé qué puedo hacer para aliviarla. La escucho atentamente y poco más, porque cuando me llama, me cuenta sus cosas, me recrimina lo poco que la llamo. Pero cuando le hablo, cuando le pregunto cosas, no me escucha. Está un poco sorda y es incapaz de gestionar correctamente la batería del aparato del oído. Así que yo la contesto, le hablo, le cuento alguna cosa y ella dice “ah, sí, pues nada, aquí estoy bien”, como intentando hacerme ver que me ha entendido. Y sin demora me cuenta sus cosas, que últimamente se reducen a esto: que la rodilla le duele tanto que casi no es capaz de caminar. En el hospital público le pinchan un calmante en la articulación cada tres meses que le alivia, pero es demasiado tiempo. Después de un mes, el dolor vuelve y la deja prácticamente inválida. Yo no sé qué puedo hacer. La escucho y poco más.
3. La vida es muy sencilla, pero qué complicada se vuelve cuando está en nuestras manos. Lo complicado es llegar a entender eso —que la vida en realidad es sencilla—. Yo todavía no lo he hecho del todo. La vida es pam, es badam, la vida es kachao y es fiuuu. Así de simple, y qué frustrante que sea así de simple. Me dan ganas de replicar: “Y si es tan sencilla la vida, ¿para qué sufro yo tanto?”. Para nada, me digo, para nada. Es parte de la tontería con la que tenemos que lidiar. Es parte del sinsentido. Es parte de la diversión que nos espera al otro lado del espejo. Nacemos sabiendo vivir, pero luego se nos olvida. Hay que volver a aprender a vivir a edades en las que el ser humano ya debe saberlo todo. Si no te enseñan a vivir tus padres cuando eres pequeño, te toca aprender cuando eres mayor. Este último caso es triste. Y el más común. Piu, pam, chicapao. Eso es la vida, una secuencia de onomatopeyas que se extiende hasta el infinito, que se perpetúa. ¿Es complicada? Al principio es muy complicada. Y luego también.
4. La vida (la consciencia de que estamos vivos) es una fiesta, es una tontería sin importancia, es el mayor milagro, es una desgracia, es todo al mismo tiempo, y como nosotros queremos tener todo bien cerrado y medido y comprendido, nos molesta. Pepe Mujica está torcido, en su casa, en una silla de madera desde la que mira atentamente a Jordi Évole, que le deja hablar. “Estamos construyendo una generación de gente que se autoexplota”, dice, y se queda callado, mirando. El silencio es atronador. “¡Me autoexploto porque no me queda otra, Pepe!”, le digo yo al televisor. Pepe me contesta: “Los jóvenes de hoy se pierden la poesía de la vida”. Yo me quedo mirando la televisión, pensando: “Hago lo que puedo, Pepe”. Él me remata: “Porque lo más hermoso de la vida es el tiempo perdido”. Maldito. “Yo no puedo perder el tiempo, maldita sea. No tengo tiempo”, le digo, pero Pepe me ignora.
5. Ella también es sabia. Évole le pide a la mujer de Pepe que se siente a su lado y ella, obediente, agarra una silla de plástico y la arrastra hasta la habitación de la entrevista. Se sienta un poco lejos, como si la humildad enorme que carga sobre los hombros la impidiese sentarse cerca de los protagonistas. Luego empieza a hablar de la vida en los mismos términos y con la misma poesía que su marido. “El amor es un refugio”, dice, y más cosas. Quizás ha sido la cárcel, el aislamiento y la tortura lo que les ha hecho tan sabios. También la lectura. “Yo había leído mucho antes de entrar en la cárcel”, dice Pepe. Yo estoy en una cárcel metafórica y leo mucho para no volverme loco, para convertirme en un sabio como él.