Estaba una pizca de deprimido y lo justo de feliz. Se acababan las vacaciones pero aún me quedaban un puñado de horas antes de enfrentar de nuevo las responsabilidades del mundo adulto. Me sentía en el punto exacto para escuchar algo así: “Feliz Año Nuevo, pero no tan feliz”. Me abruma el tópico, pero Benito lo ha vuelto a hacer. Puede parecer contradictorio, si se piensa, que en un género tan delimitado, popular y mercantilizado como es el reggaetón, exista una vanguardia. Su potencia está, en definitiva, en su familiaridad, en su carácter predecible. Pero nada es tan sencillo y lo único permanente, incluso en lo confiable, es el cambio. Y Bad Bunny ha vuelto a demostrar que es la apuesta más segura de quién trae lo nuevo en lo suyo.
El título del disco, DeBÍ TiRAR MáS FOToS, puede sonar insolente en el mundo de la obsesión por la fijación digital, donde parece que no se puede disfrutar de una experiencia sin asegurar su captura y reproducción. Últimamente he estado defendido en varias conversaciones el olvido digital voluntario. Hace tiempo que decidí que las ausencias me resultan más piadosas que la ansiedad por recordarlo todo. No uso apenas la cámara, no guardo chats ni fotos y cuando cambio de móvil intento perder el máximo de cosas en el traslado. Pero puede que todo esto no sea más que una justificación personal por rendirme ante mi mala memoria y mi desastrosa relación con los dispositivos digitales.
Este año nuevo Bad Bunny ha venido a darme una cura de humildad. El lema de su disco, su apelación al recuerdo, en realidad se enfoca en la descomposición de la realidad cultural de su Puerto Rico natal. Así se expresa directamente en el cortometraje que acompaña a su lanzamiento. En él, nuestro protagonista, un señor mayor interpretado por Jacobo Morales, lo dice así:
“Fui a muchos países, a casi todas partes del mundo, pero ninguna como Puerto Rico, o como lo que era antes. Aquí había algo, no sé qué, una magia increíble. Y todavía la hay, todavía la hay. Quisiera haber tirado más fotos para enseñarte [...] Yo no era de estar tirando fotos por ahí, ni estar subiendo stories ni nada de eso. Yo decía que era mejor vivir el momento pero cuando llegas a esta edad recordar no es tan fácil. Debí tirar más fotos.”
El señor mayor habla con un pequeño sapo concho, una especie autóctona de la isla, con voz claramente más joven y que representa la esperanza en su futuro. Después siguen varias escenas que ilustran la transformación de la isla debido a la gentrificación y la influencia yanqui. Un proceso de abstracción que resulta familiar para cada lugar del mundo que ve cómo su sustrato de particularidad se convierte en un valor de una industria global, la turística. El efecto de este proceso, paradójicamente, borra esa particularidad y expulsa o somete a la población local. En la canción LO QUE LE PASÓ A HAWAii, Bad Bunny lo dice abiertamente: “Quieren quitarme el río y también la playa. Quieren el barrio mío y que abuelita se vaya”.
Lo extraordinario del disco es que es en sí una exploración de este viaje, el arco de esta transformación. Comenzando con una nota eufórica, en NUEVAYoL, para desplazarse después hacia Puerto Rico en la búsqueda de la autenticidad: “Vo'a llevarte pa' PR, mami, pa' que vea' cómo es que se perrea”. Luego, BAILE INoLVIDABLE marca el tono sentimental del disco: “La vida es una fiesta que un día termina”, su condición crepuscular. Se siguen canciones que celebran el amor sencillo, la viveza del momento, el perfume nuevo, el día en la playa, el ligoteo por Instagram. Luego todo se trunca, literalmente, en El CLúB, donde a las 2:00 am, borracho y drogado, Benito se ve arrollado por el recuerdo de su ex. Se siguen las canciones más melancólicas del disco, su momento depresivo, que concluye con la desgarradora TURiSTA, donde se evidencia ese paralelismo entre el amor con, bueno, todo lo demás.
Existe la ingenua creencia de que la inmensa mayoría de las canciones hablan de amor. Así podría parecer en la superficie también, y sobre todo, con Bad Bunny. Claro que, todo es amor menos el amor, que es todo. El amor y el desamor es solo el lenguaje universal para hablar de los afectos generales de subidón, clímax, tristeza, bajonazo, plenitud y final melancolía que arrastran cualquier momento sentimental, por casi cualquier cosa, en la trayectoria de nuestras vidas. Ya sea por un noviazgo, por un recuerdo o por un hogar que se transforma en algo que ya no reconocemos: “En mi vida, fuiste turista. Tú solo viste lo mejor de mí y no lo que yo sufría”.
Después el disco alcanza su cénit, con PIToRRO DE COCO, en la conjunción de sus afectos hedonistas con sus momentos depresivos, toca bailar triste: “Llorando y bebiendo pitorro de coco. Que me trajo abuelo pa' que vacilara. No pa' que, por un cuero, a las 12 llorara”.
Se ha hablado tanto de la nostalgia para describir la cultura contemporánea que la palabra ha perdido su significado. La fijación por los remakes y los remixes y la retromanía de la moda y del arte es suficientemente evidente como para que señalarla no sea ya nada original. Pero todavía estamos lejos, primero, de comprender qué significa exactamente esto y, segundo, de entender qué viene después.
Mi impresión es que nos hemos adentrado en un escenario paradójico. En el pasado, la música era capaz de inspirar emociones de liberación y de transgresión que ya no se encuentran en el arte. Pienso que la brecha generacional, hoy en día, es menos moral que epistémica. Los jóvenes ya no escandalizan a sus mayores, los confunden. La velocidad del metabolismo digital ha generado formas de expresión y consumo que nos resultan incomprensibles, pero no necesariamente ofensivas. Todo foco de autoridad estética se ha disuelto, hoy ser punk es anacrónico. Ir de malote da cringe, ya no hay un buen gusto al que ofender.
Por ello, por un lado, la música que resulta más inconfundiblemente vanguardista, curiosamente, viene de los tonos, las melodías y las estéticas habitualmente melancólicas, apagadas, apacibles. Pienso en Billie Eilish y en toda la nueva generación de chiques tristes, a nivel internacional y nacional, que están revolucionando el mundo de la producción de la música popular entrecruzando influencias de la electrónica y la mal llamada “música urbana” para crear un sonido claramente nuevo.
Por otro lado, artistas como Bad Bunny, afincados en algo que ya es tradicional, que ya es canon (el reggaetón, la música latina) no pueden sino, al hacer música de fiesta, hacer música nostálgica. Algo así le pasó, en mi opinión, al Brat de Charlie XcX que, pese a sus virtudes, no pasaba de parecer un intento de reproducir punto por punto la euforia hedonista de principios de la década de 2010, cuando la EDM estaba en pleno apogeo. Charlie y Bad Bunny son los dos late millennials, recién llegados a la treintena, que de pronto han de lidiar con el bajonazo químico que sigue a la fiesta. Mientras que Charlie no madura, Bad Bunny se hace cargo de esa pérdida. Una herida sin cerrar, un mundo que muere sin que otro llegue a nacer. Hace lo mismo de siempre, pero asume que ya nada podrá ser igual. “La vida es una fiesta que un día termina”. DeBÍ TiRAR MáS FOToS es música de after, un giro más tranquilo y pastoso, aplatanado por el efecto superpuesto de las drogas y del cansancio, de la música que bailábamos en el clímax de la fiesta, en el punto álgido de una ingenuidad perdida, la juventud que no volverá. “La disco está llena y a la vez vacía. Porque no está la nena mía”.
Quizás era por eso por lo que me negué, en cierto punto, a recordar por la fuerza, a guardar en mi móvil fotos y mensajes. No porque estuviera abierto al futuro, sino porque la memoria me enfrentaba a la pérdida. Porque olvidar también es evitar asumir lo que has perdido. Bad Bunny demostraba haber entendido eso. Que la nostalgia no es necesariamente una añoranza infantil. Sino que lamentarse por no haber tirado más fotos es también reconocer que el pasado no volverá, que negar nuestro dolor por ello es negar lo que somos en el presente.
No sé mucho sobre música. Siempre he tenido una fijación por el arte más narrativo, más figurativo. No ha sido hasta ahora cuando he empezado a entender que la capacidad de la música para expresar aquello que se escapa a los símbolos y a las historias es donde radica su potencial para hundir, como lo hace, su influencia en la vida y la identidad de tantas personas tan diferentes.
Por lo poco que puedo intuir, veo en este disco una aguda expresión de estos sentimientos contradictorios, de esta imagen de un mundo complejo en descomposición. Cada vez que parece que entra en el perreo duro, como en EoO, te obsequia con una progresión eufórica de sintes. No sabes si estás escuchando una canción feliz o triste, una para bailar o para llorar, una salsa o un tema de trance. Hoy en día nada es tan sencillo. La medida en la que himnos de fiesta, géneros latinos resucitados, se entrecruzan con la electrónica más dura y experimental, remite a esa idea de una frágil tradición disolviéndose en un futuro incierto. A una juventud que ya ha crecido pero cuyo futuro no acaba de llegar. A una isla vulnerable sometida al poder destructivo de la industria turística.
La pregunta, para un artista tan comprometido con preservar el recuerdo, es hasta qué medida Benito no es consciente de cómo él mismo, en tanto que punta de lanza internacional del reggaetón, desempeña el papel de vehículo de esa fuerza de abstracción industrial. Cómo él es, también, más que nadie, la fuerza que disuelve la tradición en un futuro que puede ser la misma mierda de siempre, la mercancía homogénea, o quizás una nota esperanzadora, algo radicalmente nuevo. O quizás algo tan sencillo como una llamada al amor, a la solidaridad de la comunidad: “Ojalá que los mío' nunca se muden. Y si hoy me emborracho, pues que me ayuden.” Una recuperación que pase de la nostalgia vana al homenaje sincero, de un hedonismo desencaminado (que para nosotros, los late millennials, es ya un poco cringe) a un duelo sincero por el envejecimiento y por la pérdida de una fiesta que ya no volverá. Y cuantas más vueltas le doy, más pienso que este disco, en esa forma compleja y ambigua de la que solo es capaz la música, es lo más parecido a una respuesta.