La primera vez que leí la frase fue en Cuatro Millones de Golpes (Plaza & Janés, 2017), impagable biografía de Eric Jiménez, el mitológico batería de Lagartija Nick -con los que llegó a grabar Omega, de Enrique Morente- y Los Planetas. Ayer, viendo en el cine Segundo Premio (Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, 2024) se me volvió a remover algo cuando el personaje de Eric reflexiona sobre los problemas de adicción a las drogas de Florent, guitarrista y uno de los fundadores del grupo.
"Le miras a los ojos y ves que las luces están encendidas, pero no hay nadie en casa". En realidad es una frase perfecta para explicar cualquier tipo de adicción. En ella caben todos los vicios del mundo, los de los yonkis y los de los que nos creemos no tan drogadictos. Me hace gracia cómo para la inmensa mayoría los adictos son siempre los otros, nunca uno mismo, cuando anda que no hay gente colgadísima de actividades aparentemente más sanas pero igual de emocionalmente tóxicos.
Parece que sólo es drogadicto aquel cuyo vicio requiere de un método de consumo visualmente agresivo. Taladrarse el brazo día sí día también con jeringuillas tiradas en el parque o perder el tabique nasal de tanto usarlo. El cliché por bandera. En cambio, tu amiga que está enganchadita perdida a un pavo que no le hace ni caso o tú, mismamente, que no puedes vivir sin hacer planes sois distintos, vosotros sí que tenéis una relación mucho más sana con vuestras adicciones y recaídas. Todos yonkis, todos enganchados.
Pero no, el protagonista de Segundo Premio no es la droga, ni la emergente y bohemia estrella del rock de hace 25 años de la que bebe media escena musical actual, ni tampoco el mejor batería de España que a los 30 se pasó el juego de la música de un país (ya había grabado Una semana en el motor de un autobús y Omega). Ni siquiera es una historia sobre Los Planetas. Segundo Premio va de saber irse a tiempo de los sitios, justo antes de que todo se derrumbe.
La protagonista de la película es May, la bajista de los dos primeros discos. Toda la película gira en torno a ella y a su decisión de abandonar el barco antes de que fuese transatlántico. Una imagen condensa su carácter: en los conciertos toca de espaldas al público. Timidez, pensamos todos al principio, pero la realidad es bien distinta. Ella ve lo que nadie quiere ver.
En Segundo Premio se nos presenta una realidad como un sueño de May, lo que pasó de verdad entremezclado con lo que a ella le hubiese gustado que pasase. De hecho es la única protagonista que tiene nombre, el resto se limitan a ser el cantante, el batería, el guitarrista.
May fue una de las tres personas que fundó Los Planetas hace 30 años. Los otros dos, Jota y Florent (el de las luces encendidas y la casa vacía) son los típicos mejores amigos que no se soportan, que follan por no matarse, y que encontraron en May el vértice necesario para equilibrar sus vidas artísticas, sentimentales y profesionales. No dejan de drogarse en toda la película pero de quien tienen un cuelgue irremplazable es de May.
No quedarse, irse de los sitios en el momento preciso para que a los cinco minutos te empiecen a echar de menos me ha parecido siempre una manera elegantísima de ir por la vida. Quedarse, aguantar, todo es igual de lícito que irse de noche y de puntillas, sin hacer ruido. Decisiones vitales ambas igual de válidas y sobre todo de respetables, pero no romanticemos el permanecer. Resistir no es siempre una virtud.
“No vuelvo porque no quiero que nos matemos” le responde May a Jota en una de las doscientas veces que él le pide de rodillas que vuelva por favor a la banda. Se lo dice así, tienes que volver, la banda te necesita, porque no tiene el valor de contarle que donde de verdad la necesita desesperadamente es en su vida.
May no vuelve, todo lo contrario que Florent, que compró todas las papeletas del mundo para irse y no volver jamás y, por esas cosas que tiene Dios a veces, no lo hizo. La peli también va un poco de eso, del que quiere huir y mandar todo y a todos a la mierda pero no acaba nunca de atreverse o de morirse. Insinúa muy bien esa melancolía de lo que está siempre a puntito de estallar y no acaba de hacerlo nunca, que es siempre más inquietante y doloroso que la explosión en sí.
En el Florent de Segundo Premio están todos aquellos que viven en un permanente ciclo entre odiarse y perdonarse, en esa noria de la que sólo es posible bajar al darse cuenta de que aunque uno no se soporte a sí mismo siempre seguirá enganchado a sus costumbres, a su vicios, a sus imbéciles de siempre. Y que son los claroscuros y las contradicciones propias los que le hacen a uno seguir adelante como si nada. Hay gente que al volver cada noche a casa necesita que haya siempre alguien esperándole, aunque esa misma mañana no se hayan matado de milagro.
Frente a eso se rebela May, atreviéndose a decir adiós y no volver. Igual de digno, igual de admirable. Levantarse de la cama, comprar algo de comida y empezar con otra vida.