Ya asoman los brazos, los pelillos, los hombros, las rodillas.
Se despereza la ciudad como una gata al sol, perezosa, jadeante. Hay que pedir turno en las terrazas. Guirilandia. Experiencia completa, tapa, Hannah’s, Jack’s y sudor. En los sitios cerrados es imposible mantenerse con manga larga. En los exteriores ni te cuento.
Una parte sustancial del pueblo llano ya se ha desnudado a conciencia. Palabras de honor, tirante fino, vestidos que se comportan como si no existieran, pantalón pirata. Como si llevasen mucho esperando este momento. Como si llevaran, por ejemplo, ocho meses. Ocho terribles meses de frío, doble capa, calefactores, culos pegados en los radiadores. Un día sale el sol y todo el mundo tiene a mano ropa llena de florituras. Yo tengo que escarbar en el canapé, hacer espeleología textil, y dónde dejé aquella camiseta tan bonita que tenía escrito en el pecho Portugal. Lo dejo para mañana, venga. Hoy no hace tantísimo calor. Aguantaré con manga larga. Una última resistencia.
Se ponen a trabajar cuchillas, bandas de depilar, pinzas. La esteticién de la esquina se forra. Hay colas de muslos, brasileñas, sólo ingles y vergüenza. Las del láser están tranquilas.
Relucen tatuajes que desconocías. Otro año más que no te borraste lo caradura que eras a los 18 años. Y menos mal que tu madre no te dejó tatuarte Stay Strong.
Y así vuelvo a dejar pasar lo de buscar ropa de verano.
Quizás no estoy preparada para enseñar los brazos. Quizás mañana sí.
Pienso en mis amigas. Pienso en ellas con fuerza aunque no me cuesta ponerme en sus cuerpos. Sé que ellas tampoco han sacado la ropa de verano. Lo sé, lo intuyo. La lucha de todos los años: aguantar hasta que el calor sea humillante, hasta que el sudor se haga visible en las axilas. Otra vez a ensayar las poses que definen bien mi brazo, las que no hacer. Otro año que no me he curado las manchas blancas de la espalda.
JODER
Sólo es cuando veo a una niña hacer el pino puente en la plaza cuando lo veo claro. Se le despega la camiseta del pecho, dejando ver su torso por completo. El sol la alumbra. Repite el pino tantas veces como desee, hasta el desmayo. La ternura punk de una niña en shorts. Esa he sido yo, la reconozco al instante. Me imagino a todas mis amigas con seis años, haciendo topless en las playas, sin pudores, sin expectativas. Caminando en bolas por el simple hecho de caminar. Sin observar, sin juzgar. La niña pequeña que desea sacar la camiseta de tirantes rosa del cajón. La que sólo ve los brazos como instrumentos. La que sólo quiere brazos para hacer volteretas laterales. La que sólo ve otros brazos como lo que son: brazos.
Es cierto aquello que de pequeñas lo sabemos todo. Luego se olvida o se ignora. Y cuesta años de terapia volver a recuperar aquello.
Yo, por lo pronto, compré un par de camisetas en Vinted, tiradas de precio. De esas que se anudan al cuello, sin mangas, descaradas. Voy a lucirlas pronto. Y espero que así lo hagan también mis amigas.
Apología al brazo caído, flácido. Al finito. Al blanco, al moreno. Al brazo peludo, depilado. Apología al brazo por ser brazo. Abrazar al brazo, vaya por dios, por lo que hace y no por lo que es.
Estoy cansada de veros sufrir, amigas.
A mí me gustan vuestros brazos y os espero descamisada para hacer volteretas laterales. Tripa al aire y el mundo al revés. Hay muchas otras cosas en las que pensar. Otras tantas. Me da hasta pena.
Tampoco sé qué más decir. Es una mierda. Una mierda completa. Pero bueno, por lo menos, nos pasa a unas cuantas, ¿no?