Llueve en la ciudad

Joder, llueve, y eso nos es lo normal aquí

Ayer parecía un día normal cuando me desperté. Desayuné café y algo de pan con aceite y un fiambre de pavo el cual seguramente sería rechazado de pleno por algún tipo que se dedica a grabar videos mejorando carritos de la compra ajenos a personas que están tranquilamente en el súper. Sí, existe gente que te asalta en pleno Mercadona y te dice que tu compra es una mierda, pero a la vez eres una persona con suerte porque te va a ayudar a comprar de una forma más saludable. Lo confieso, me da pánico encontrarme con alguien así en el supermercado, porque sería incapaz de decirle lo que verdaderamente pienso y me acabaría llevando unos copos de maíz sin azúcar y una tableta de chocolate 99% de esas que son más amargas que saludar a tu suegro por primera vez. ¿Puede usted dejarme en paz, míster déficit calórico? Sólo quiero comprar una pizza de pepperoni para comérmela y así poder lamentarme diez minutos después.

El caso es que tras el desayuno revisé el móvil y noté alterados a los componentes del grupo de whatsapp del partido de los martes. “Está la cosa chunga para hoy. Dan lluvia todo el día”. Joder, llueve, y eso nos es lo normal aquí. Cada vez que llueve la ciudad se paraliza. No jugamos al fútbol, no quedamos con amigos, la gente no sale de casa a no ser que tenga que hacer recados. Como si de una catástrofe natural se tratase. 

Me dispongo a vestirme para salir a la calle, decido ponerme los zapatos más viejos que tengo por si llueve, agarro un paraguas y mi chaquetón. Antes de salir a la calle me pregunto qué sentirían los Navy SEALs que mataron a Bin Laden antes de ir a por él, hoy soy uno más. Decido ir en autobús, tardo unos veinte minutos en llegar andando al lugar, pero mojarse no es una opción. Pienso en qué autobús debo coger, la línea uno tarda menos pero me deja más lejos, la tres es algo más lenta pero me deja más cerca. Menos camino, más seco. 

Vete a Bilbao o a Coruña y diles que no salgan, que está lloviendo. Cada uno se adapta a lo que tiene en la vida, es así, pero los días lluviosos en esta ciudad son tristes. Suena música melancólica en mis auriculares. Algo de Iván Ferreiro. Pienso en si estoy haciendo las cosas bien, me replanteo la vida unas siete veces. Joder, cómo es posible, si aquí la gente viene a replantearse la vida, a darle al botón de pausa. Dicen que vivir aquí es como si se parase el tiempo, y nosotros necesitamos un día de lluvia para redimir nuestros pecados. 

Lo peor de todo es que al poco de casa paró de llover y no llovió más en todo el santo día. Jugué al fútbol, no mojé los zapatos ni llegué a abrir el dichoso paraguas. Y aun así la lluvia tempranera dejó un halo de rareza. Una especie de resaca que al gaditano lo deja con una sensación agridulce. Como cuando ibas a la revisión de un examen en la facultad y el profesor te aprueba al instante. Con el susto en el cuerpo todavía. Esto último son suposiciones mías, mis exámenes nunca estaban para muchos trotes.

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Joder, llueve, y eso nos es lo normal aquí

Ayer parecía un día normal cuando me desperté. Desayuné café y algo de pan con aceite y un fiambre de pavo el cual seguramente sería rechazado de pleno por algún tipo que se dedica a grabar videos mejorando carritos de la compra ajenos a personas que están tranquilamente en el súper. Sí, existe gente que te asalta en pleno Mercadona y te dice que tu compra es una mierda, pero a la vez eres una persona con suerte porque te va a ayudar a comprar de una forma más saludable. Lo confieso, me da pánico encontrarme con alguien así en el supermercado, porque sería incapaz de decirle lo que verdaderamente pienso y me acabaría llevando unos copos de maíz sin azúcar y una tableta de chocolate 99% de esas que son más amargas que saludar a tu suegro por primera vez. ¿Puede usted dejarme en paz, míster déficit calórico? Sólo quiero comprar una pizza de pepperoni para comérmela y así poder lamentarme diez minutos después.

El caso es que tras el desayuno revisé el móvil y noté alterados a los componentes del grupo de whatsapp del partido de los martes. “Está la cosa chunga para hoy. Dan lluvia todo el día”. Joder, llueve, y eso nos es lo normal aquí. Cada vez que llueve la ciudad se paraliza. No jugamos al fútbol, no quedamos con amigos, la gente no sale de casa a no ser que tenga que hacer recados. Como si de una catástrofe natural se tratase. 

Me dispongo a vestirme para salir a la calle, decido ponerme los zapatos más viejos que tengo por si llueve, agarro un paraguas y mi chaquetón. Antes de salir a la calle me pregunto qué sentirían los Navy SEALs que mataron a Bin Laden antes de ir a por él, hoy soy uno más. Decido ir en autobús, tardo unos veinte minutos en llegar andando al lugar, pero mojarse no es una opción. Pienso en qué autobús debo coger, la línea uno tarda menos pero me deja más lejos, la tres es algo más lenta pero me deja más cerca. Menos camino, más seco. 

Vete a Bilbao o a Coruña y diles que no salgan, que está lloviendo. Cada uno se adapta a lo que tiene en la vida, es así, pero los días lluviosos en esta ciudad son tristes. Suena música melancólica en mis auriculares. Algo de Iván Ferreiro. Pienso en si estoy haciendo las cosas bien, me replanteo la vida unas siete veces. Joder, cómo es posible, si aquí la gente viene a replantearse la vida, a darle al botón de pausa. Dicen que vivir aquí es como si se parase el tiempo, y nosotros necesitamos un día de lluvia para redimir nuestros pecados. 

Lo peor de todo es que al poco de casa paró de llover y no llovió más en todo el santo día. Jugué al fútbol, no mojé los zapatos ni llegué a abrir el dichoso paraguas. Y aun así la lluvia tempranera dejó un halo de rareza. Una especie de resaca que al gaditano lo deja con una sensación agridulce. Como cuando ibas a la revisión de un examen en la facultad y el profesor te aprueba al instante. Con el susto en el cuerpo todavía. Esto último son suposiciones mías, mis exámenes nunca estaban para muchos trotes.

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