Lo quiero todo

Por
Pierre LL
6/5/2024

Tengo días en que estoy convencido, como dice Javier Gomá, de que lo bueno me pertenece, y aspiro a la totalidad.

El escritor chileno Benjamin Labatut, preguntado por las pulsiones de los científicos que retrata en sus libros, dice: “A los seres humanos nunca les ha bastado con conocer a Dios. Queremos comernos a Dios, y yo lo hice durante buena parte de mi vida todos los domingos”. Ahí es nada. Imagina querer escribir algo después de que un tipo así haya publicado un libro. 

No soy una persona extremista. Se me ha llamado equidistante y tibio un buen número de veces y ninguna me ha sentado mal. Quizá lo más radical de mi vida sea mi antimadridismo, y hasta en eso flaqueo (tengo amigos del Madrid). Ocurre, sin embargo, que en ocasiones, igual que Alfredo Duro se sentía español, yo siento un profundo y radical anhelo por la totalidad. Otros días, ni fu ni fa, pero a veces —y esta es la primera contradicción de las muchas que vienen— lo quiero todo. 

En días así me enfrento a Stirner y le digo: “Si tú basas tu causa en la nada, yo lo hago en el todo”. Suele hacer sol y coincide, también, que en mis cascos suenan pasos de semana santa —que es un género musical que uso mucho para ir al gimnasio— o algún éxito de los 2000, aquellos últimos guardianes de la España feliz. 

Me cuenta un amigo que se encuentra en un dilema, porque la chica con la que quedaba, en una eterna indefinición de esas que solo convienen a uno (y, a veces, ni eso), ya no quiere seguir viéndole. Pero va a intentar que sean amigos. Y a mí, que me pilla en uno de esos días que fu, sí y fa, también, le digo: “Tú quieres estar con ella, no ser su amigo. No hay derrota en no ser amigos”. El todo o la nada. 

Otra amiga, muy enfadada, me dice que no ha conseguido el trabajo que quería, y aunque la han contratado en un sitio que no está mal, siente rabia. Y se caga en todo lo cagable en varias notas de voz de las que quizá se arrepienta algún día. Y, como me pilla en uno de esos días de pulsión totalitaria, pienso (no le digo): “Qué necesaria es la rabia. Hay que vivir rabioso, revolverse contra el mundo cuando no nos da lo que es nuestro”. La rabia contra la nada (y contra casi todo). 

Tengo días en que estoy convencido, como dice Javier Gomá, de que todo lo bueno me pertenece, y aspiro a la totalidad. Nada que no hubiese dicho Pereza en 2005, por otra parte. Reivindico en esos momentos mi derecho a comerme la vida; no encuentro nada reconfortante en la vidita, y muerdo rabioso los dedos que intentan limitar mi mordisco del bocadillo en el recreo. 

Otros días, qué remedio, pues ni fu ni fa. 

Qué más da que la nada fuera nada 

si más nada será, después de todo, 

después de tanto todo para nada. 

Vida - José Hierro

---
* La imagen de la portada del artículo es un bodegón de Adriaen van Utrecht, 1644, Rijksmuseum

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Lo quiero todo

Tengo días en que estoy convencido, como dice Javier Gomá, de que lo bueno me pertenece, y aspiro a la totalidad.

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Pierre LL
6/5/2024

El escritor chileno Benjamin Labatut, preguntado por las pulsiones de los científicos que retrata en sus libros, dice: “A los seres humanos nunca les ha bastado con conocer a Dios. Queremos comernos a Dios, y yo lo hice durante buena parte de mi vida todos los domingos”. Ahí es nada. Imagina querer escribir algo después de que un tipo así haya publicado un libro. 

No soy una persona extremista. Se me ha llamado equidistante y tibio un buen número de veces y ninguna me ha sentado mal. Quizá lo más radical de mi vida sea mi antimadridismo, y hasta en eso flaqueo (tengo amigos del Madrid). Ocurre, sin embargo, que en ocasiones, igual que Alfredo Duro se sentía español, yo siento un profundo y radical anhelo por la totalidad. Otros días, ni fu ni fa, pero a veces —y esta es la primera contradicción de las muchas que vienen— lo quiero todo. 

En días así me enfrento a Stirner y le digo: “Si tú basas tu causa en la nada, yo lo hago en el todo”. Suele hacer sol y coincide, también, que en mis cascos suenan pasos de semana santa —que es un género musical que uso mucho para ir al gimnasio— o algún éxito de los 2000, aquellos últimos guardianes de la España feliz. 

Me cuenta un amigo que se encuentra en un dilema, porque la chica con la que quedaba, en una eterna indefinición de esas que solo convienen a uno (y, a veces, ni eso), ya no quiere seguir viéndole. Pero va a intentar que sean amigos. Y a mí, que me pilla en uno de esos días que fu, sí y fa, también, le digo: “Tú quieres estar con ella, no ser su amigo. No hay derrota en no ser amigos”. El todo o la nada. 

Otra amiga, muy enfadada, me dice que no ha conseguido el trabajo que quería, y aunque la han contratado en un sitio que no está mal, siente rabia. Y se caga en todo lo cagable en varias notas de voz de las que quizá se arrepienta algún día. Y, como me pilla en uno de esos días de pulsión totalitaria, pienso (no le digo): “Qué necesaria es la rabia. Hay que vivir rabioso, revolverse contra el mundo cuando no nos da lo que es nuestro”. La rabia contra la nada (y contra casi todo). 

Tengo días en que estoy convencido, como dice Javier Gomá, de que todo lo bueno me pertenece, y aspiro a la totalidad. Nada que no hubiese dicho Pereza en 2005, por otra parte. Reivindico en esos momentos mi derecho a comerme la vida; no encuentro nada reconfortante en la vidita, y muerdo rabioso los dedos que intentan limitar mi mordisco del bocadillo en el recreo. 

Otros días, qué remedio, pues ni fu ni fa. 

Qué más da que la nada fuera nada 

si más nada será, después de todo, 

después de tanto todo para nada. 

Vida - José Hierro

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* La imagen de la portada del artículo es un bodegón de Adriaen van Utrecht, 1644, Rijksmuseum

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