El 21 de octubre de 2022, Mario sorprendió a su jefe y compañeros de trabajo con un madrugador Whatsapp informando de que esa mañana no acudiría a la oficina. Alegó mocos, fiebre y un malestar general que él mismo dudaba en achacar a los cambios de temperaturas o a la repentina oleada de contagios de gripe en la ciudad. No acostumbraba a ausentarse de sus obligaciones, por lo que nadie sospechó de su estado de salud y dieron por bueno el diagnóstico. Pero Mario no tenía catarro ni gripe alguna. La razón de su inesperada ausencia se debía a que esa mañana, citado a las 12:00 horas en un plató de un polígono industrial a las afueras de Getafe, debía participar en la grabación de un concurso televisivo que aún no se había estrenado y que durante ese mes filmaba tres programas al día de la todavía virgen primera temporada.
El cabify le recogió puntual en su domicilio a las 11:15, tal y como estaba pactado con la productora, y antes de la hora prevista ya estaba entrando en el estudio de grabación. Le recibió una chica de producción con un walkie talkie y una carpeta con sus datos, le ofreció un café que Marió aceptó gustosamente y le explicó por encima en qué consistiría la jornada de grabación y los pormenores del concurso. Con la reciente información relativamente asumida, la chica le dejó en una especie de salita a la que se refería de una manera un tanto ambiciosa como “camerino”, entregándole un documento de unos 15 folios impresos y unidos entre sí por una grapa en la esquina superior derecha.
Cada una de las 15 hojas que Marío habría de firmar por ambas caras respondían a los términos generales y condiciones del programa. Una a una se sucedían las páginas con ciertos huecos destinados a ser rellenados por cada concursante con sus respectivos datos personales, amén de aspectos legales sobre la productora y el funcionamiento del programa punto por punto, información que Mario ya conocía de sobra pues se lo acababan de explicar 10 minutos antes. También aceptó la engorrosa política de cesión de los derechos de imagen, que desde el momento de la grabación pasarían a pertenecer a la conocida productora audiovisual y distribuidora de contenidos responsable del programa, sin duda una de las más potentes de España, en cuyo catálogo se encuentran documentales, programas, series y películas por todos conocidos. A fin de evitar cualquier tipo de litigio, esta crónica se reserva la decisión de citar el nombre del programa y de la productora en cuestión, puesto que su objeto en sí mismo no es otro que el de dar voz al testimonio de Mario de la manera más fehaciente a su relato, inevitablemente subjetivo y condicionado, de los hechos.
Superado el trámite obligatorio de acreditar lo expuesto en el legajo -sin firma no habría grabación- el concursante pasó a la sala de maquillaje y peluquería, donde permanecería unos 20 minutos. Mientras tanto, en el camerino, una compañera de vestuario examinó detenidamente los tres looks que le habían pedido traer y que Marío había dejado cuidadosamente en las perchas del cuarto. La estilista eligió el conjunto más propicio a su juicio, que paradójicamente resultó ser el tercero por el que hubiese optado el concursante.
Maquillado, peinado y vestido para la ocasión, accedió por fin al plató, donde coincidió por primera vez con otros tres concursantes que habrían de ser sus oponentes. Tras acertar, no sin suerte, más preguntas sobre cultura general que el resto de aspirantes, accedió a la ronda final, ya en solitario, donde disfrutaría de la oportunidad de competir por la cifra de 100.000 euros.
Con todavía mayor fortuna, como él mismo confiesa, acertó las dos últimas preguntas, a las que se enfrentó sin comodines, “por intuición, sin tener nada clara la respuesta”. Ya fuese por intuición, por suerte o porque en el fondo puede que algo sí sabía, Mario acabó ganando los ansiados 100.000 euros. Según le habían indicado, en los casi cincuenta programas anteriores ningún concursante lo había conseguido.
Al salir del plató, más anestesiado que eufórico, y ya de vuelta al laberinto de pasillos y salas que daban forma al estudio de grabación, dos compañeras de producción le acompañaron de vuelta a la salita del principio. Pasadas las enhorabuenas, los te lo mereces y la sensación generalizada de haber presenciado un hito, le entregaron un nuevo documento con el título “ANEXO II AL CONTRATO DE CONCURSANTE”, que daba fe de lo acontecido frente a las cámaras y solicitaba los datos bancarios del participante para proceder con el ingreso económico.
Fue ahí, en la soledad del camerino, delante de un folio, donde el protagonista de esta historia fue consciente, por primera vez, de la trascendencia de su hazaña. Mario Jiménez, natural de Alicante, residente desde hacía 12 años en Madrid, acababa de conseguir 100.000 euros ante los ojos de toda España. Repasó, minuciosamente, cada frase, cada epígrafe, cada número de su cuenta corriente escrito a bolígrafo por él mismo, no fuese a haber cometido un error con las prisas. Habiéndose cerciorado hasta en tres ocasiones de que todo lo allí expuesto era preciso, firmó la cantidad que iba a cobrar. Con el 19% de retenciones, el premio final se le quedaría en 81.000 euros.
En uno de sus múltiples repasos al documento, algo llamó su atención, justo en el párrafo posterior al que indicaba la cantidad percibida, Había un detalle, incluido también en los términos y condiciones firmados antes de la grabación, en el que no había reparado.
Según lo acordado, el concursante cobraría el montante íntegro 60 días después de la emisión. Y es en esa segunda parte de la oración donde se encuentra lo reseñable. 60 días después de la emisión del episodio. Es decir, si el programa no se llegaba a emitir, si no había emisión, no habría 60 días posteriores, por lo que tampoco habría cobro.
No le dio mayor importancia y entregó el nuevo documento ya firmado a una de las dos empleadas, que haría a su vez una copia para entregársela al participante.
— ¿Qué pasa si, por lo que sea, el programa no se llega a emitir?
— Tranquilo, emitirse se va a emitir. Hemos firmado hasta verano y lo tuyo va para febrero.
Y ahí quedó enterrada la razonable preocupación de Mario.
La grabación se produjo el viernes 21 de octubre de 2022. Hace exactamente dos años. La emisión de dicho programa estaba prevista para la primera semana de febrero de 2023. En esos cinco meses, Mario volvió a su vida en un convencido hermetismo sobre lo ocurrido. No comentó ni a amigos ni a familiares ni a compañeros nada relacionado con su experiencia televisiva. Prefirió olvidarse de todo lo relacionado con la grabación. Tampoco tenía mucho sentido presumir de haberse llevado el bote en un concurso que ni siquiera se encontraba entonces en programación.
El primer episodio del programa se emitió el lunes 12 de diciembre de 2022 a las 18:55 horas. La recogida por parte de la audiencia del estreno fue aceptable, incluso se podría decir que positiva, pero los datos obtenidos ni mucho menos alteraron al resto de cadenas.
A pesar de no querer darle mayor importancia a los datos de audiencia, pues sabía que nada solucionaba pensando en ello, Mario cumplía religiosamente cada tarde conectando con la emisión, casi siempre desde la televisión y desde su propio móvil. Los días que se quedaba hasta tarde en la oficina, sintonizaba el canal en cuestión a través del ordenador de la empresa y lo dejaba de fondo, con el volumen desactivado. No es que prestase mucha atención, si acaso le interesaba la ronda final. Si conectaba con la web de la cadena en directo desde al menos dos dispositivos no era por interés, sino para tratar de sumar, sin demasiada convicción, espectadores al espacio televisivo. Aunque como él mismo reconoce, sabía de sobra que las audiencias se miden por el EGM y que él poco podía aportar. Cada mañana, al llegar a la oficina, y antes de prepararse el primer café del día, inauguraba su jornada laboral accediendo al portal digital vertele para comprobar las audiencias del día anterior. También buscaba en redes sociales lo que se comentaba del programa y testear así el seguimiento del mismo.
Si bien las primeras dos semanas de emisión el concurso obtuvo unos números razonablemente aceptables, a partir de la tercera se instaló en una discreta indiferencia que para la cuarta ya era total intrascendencia. El mes de enero fue, a efectos de audiencia, tétrico. Era un hecho que el nuevo espacio no había llegado a conectar con el público en ningún momento.
El jueves 23 de enero se emitiría el último episodio del concurso, suspendido por la cadena ante los decepcionantes resultados obtenidos. No puede decirse que la noticia de la cancelación pillara de sorpresa a Mario, que en su pesimismo barruntaba el desenlace desde hacía tiempo.
Frustrado porque sabía que no podía hacer nada al respecto, se puso en contacto con la productora hasta en cuatro ocasiones. En todas ellas le explicaron que lo sentían en el alma pero qué nada podían hacer. Lo habló con dos amigos abogados y pidió cita con un tercero de mucho prestigio rogando una solución. Barajó el escenario de demandar a la productora y a la cadena, opción que entre unos y otros le convencieron para declinarla. Todo empeño era estéril. Había firmado un contrato, dos veces además, que expresaba claramente los términos y condiciones del cobro, y en ambos quedaba muy claro que este sólo se produciría una vez emitido el programa. Y como nunca hubo emisión, no podía haber cobro.
Mario Jiménez, de 38 años, natural de Alicante, sostiene que ganó 100.000 euros en un concurso de televisión que nadie vio. Dado que el programa se realizaba sin público, los únicos testigos de su logro fueron un equipo de no más de seis cámaras y un conocido presentador televisivo, que lleva más de década y media conduciendo todo tipo de espacios y que por respeto no diremos su nombre. Mario ha tratado de ponerse en contacto con él en varias ocasiones sin éxito.
Confiesa que todo aquello le sumió en un proceso depresivo del que poco a poco se va recuperando. Incluso ya se permite recurrir al humor para ilustrar su caso. “Me siento un poco como en El coronel no tiene quien le escriba, esperando una emisión y un dinero que no llegará nunca”, confesaba a sustrato para elaborar esta crónica.
Mario insiste en haber ganado legítimamente 100.000 euros, y reconoce que, casi tanto como la ausencia del montante, le duelen las dudas respecto a su testimonio. Algunos le han llegado a decir que es todo un paripé, un cuento con mucha más literatura que verdad. Nunca lo sabremos del todo. Cualquiera que le vea relatar su historia con tal grado de precisión, con tanto dolor con el que afirma lo ocurrido, cualquiera que se enfrente a la desgarrada narración de sus recuerdos puede intuir que la historia es verídica. Nadie elaboraría una mentira tan sofisticada, nadie sostendría un relato así con tantísima convicción y ardor. Sin embargo hay un problema. No hay testigos de su hazaña. Los suyos fueron los 100.000 que nadie vio.