Sí, he visto la Isla de las Tentaciones.
En la Isla ocurren cosas muy divertidas y muy extrañas. Una muy divertida ha sido la absoluta, monumental e inapelable victoria moral de Montoya. Montoya era un eterno aspirante a famoso que por fin lo ha conseguido. Es como si se hubiese sacado, tras años de decepciones, la oposición a tertuliano-varietés1, con matrícula de honor y con todos los honores telecínquicamente posibles.
Los realities no dejan de ser concursos de popularidad, es decir, un enjaulamiento de leones con muchos músculos y leonas con vertiginosas curvas para que podamos opinar sobre sus conflictos. Que en La Isla el argumento principal sean los cuernos públicos, frente a la violencia originada del aburrimiento en la que se basaba Gran Hermano, es meramente circunstancial. Esto, de lo que va, como bien sabía Gustavo Bueno, es de dilemas morales en prime time. De ética salvaje en directo.
Por eso es tan adictivo, y por eso todos los fans de La Isla arqueamos las cejas cuando nos dicen que está guionizado o que es telebasura. Sepan ustedes, doctísimos ilustrados, que las películas de Tarkovski también están guionizadas, y que los films de Eric Rohmer tratan exactamente de lo mismo que ocurre en Villa Montaña y Villa Playa.
Nos hallamos ante una batalla moral descarnada, donde las armas son los micrófonos-collar y, las armaduras, tatuajes-tribales y cubatas de ron-naranja. En esta tesitura, y como cualquier otra discusión ética, el que gana es el que es capaz de a) definir unas premisas que los demás aceptan (lo que de manera un poco cursi se llama ahora en política establecer el marco) y b) conseguir erigirse en estandarte de esos aceptados preceptos del buen vivir (lo cual parece fácil si has establecido a), pero que requiere de una tenacidad y una capacidad de concentración del todo fabulosas).
Lo que he venido hoy a decir es que Montoya, el magnífico, Montoya el ya famoso en el mundo entero, ha construido una andamiaje moral impecable para ponerle los cuernos a su novia y aun así salir airoso. Una estructura que todos han aceptado y que él, el pensador de Utrera, ha sabido transitar sin precipitarse al vacío de ser considerado alguien no genuino. Llamaremos a este sistema Los 5 Atenuantes Montoya. Adquieren la forma de una justificación cronológica y secuencial de la impepinable cornamenta2 final. Veámoslos:
1 - Podemos hablar de cualquier cosa
El primer atenuante del inevitable coito infrasabanil se basa en la manifestación de que la atracción inicial se debe producir por el mantenimiento de conversaciones sobre variados temas y asuntos. Es decir, en que Montoya establece que has de manejar una cultura general e intereses más o menos intersecantes con los de tu Tentación.
Sobre si esto es pura palabrería o no, existen dos escuelas de pensamiento. Una, la optimista, que sostiene que la edición del programa nos priva las diatribas sobre geografía, moda, automóviles, música o fontanería que sin duda mantienen los amantes, pero que no interesarían a la audiencia; y la otra, la real-visceralista que, por el contrario, sostiene que todo esto es una pura figura metalingüística, a saber, tentador y tentada no llegan a hablar de nada más allá de decirse que efectivamente, estarían dispuestos a comentar cualquier particular, si fuera eventualmente necesario hacerlo.
En cualquier caso, y de manera implícita, Montoya desliza una idea muy potente que todos le compran sin rechistar: sexo y hablar > sólo sexo. Aceptar esta idea les traerá problemas, como veremos más adelante, al resto de fogosos concursantes.
2 - Tenemos una conexión (más allá de lo físico)
Del atenuante (1) sin duda se deduce el atenuante (2): después de la inspección ocular, el intercambio verbal suele tratarse del más indicado para llegar a conocer a alguien.
Nótese como, en las hogueras del principio de la edición (momentos del programa donde los concursantes van presenciando los cuernos de sus parejas), todos los participantes empezaron a hacer suyos los dos primeros Atenuantes Montoya, es decir, postrándose ante su sistema moral3. De tal manera, Montoya reprocha su pareja, Anita, que (2) sólo tiene conexión física con Manué, su amante, y que (1) nunca les ve hablar de nada. Fijaos, en cambio, en cómo Montoya se deja ver con su amada haciendo gala de (2) conexión mental (rutina de skincare conjunta) y sin duda (1) hablando de poros abiertos, patas de gallo y otras vicisitudes faciales, que podremos convenir en que pertenecen al conjunto hablar de cualquier cosa. Jaque mate, Anita, noqueada con una sola frase: «Otros follan, nosotros hacemos skincare»
3 - Me he dejado llevar (he hecho lo que he sentido)
La tercera premisa se infiere, elegante, de las dos primeras. La fluidez de los sentimientos, dados (1) y (2), se convierte entonces en reacción no sólo comprensible, sino en incluso la reacción deseable. Es decir, ante una afrenta sufrida por sus parejas, visionada vía tablet en la hoguera, se alumbra un punto de ruptura de toda confianza previa. En ese instante, sostiene Montoya citando al poeta, el lema que todo fluya y que nada influya pasa de ser de recomendación amistosa a obligación moral. El coito televisado como necesidad ética. El imperativo categórico de Utrera.
4 - No he actuado por venganza
En este momento, asumimos que todos han cornamentado con todos. Ahora bien, llegados al punto (4), es el momento de recapitular las normas que Montoya, repitiendo sin cesar sus preceptos al más puro estilo Goebbels, ha hecho penetrar en lo más íntimo de la psique de cada participante.
Si has admitido la virtud moral de (1), (2), y (3), Montoya está en condiciones de juzgarte. Se apreció claramente en la Hoguera Mixta: a Montoya le bastó un leve interrogatorio para doblegar la endeble narrativa de Bayán. Ella no era capaz de hablar de cualquier cosa con su amante, no tenía una conexión más allá de lo físico y no se dejó llevar con Torres, su amante. Todo lo había hecho por despecho hacia su novio, el pajaresco Eros aka Dr. Ming. Y el despecho, la venganza, es el escalafón más bajo del andamiaje moral Montoyístico. Todo lo hiciste por rencor, Bayán, porque tu novio era un perfecto capullo. Te arrimaste a un tío con el mapamundi tatuado en la espalda por despecho. Igual que Anita, tu amiga, confidente y socia mettemerdé, habéis comprado el marco moral de Montoya, su léxico preciso, solo para caer en su trampa. Podríais haber dicho «me apetece echar un polvo intrascendente, qué pasa», pero no; os empeñasteis en tratar de representar las virtudes (1), (2) y (3), sin conseguirlo. Habéis quedado, en resumen, fatal.
En cambio, nuestro patrón Montoya, tras su escena planetaria de despecho, vagó unas interminables 24 horas desconsolado, perdido; visiblemente roto. Sólo a partir del 2º desayuno reconectó con Gabriella, su amada. Hablaron de todo, tuvieron una conexión no física y, finalmente, se dejaron llevar, una vez descartado que su motivación se debiera a los humeantes cuernos. (1), (2), (3) , (4) y coito incontestable. Faenón, Montoya.
5 - Quiero seguir conociéndola fuera
Por último, existe un definitivo salto mortal dialéctico, una promesa de futuro con la que solo los más inflexibles guerreros utreranos son capaces de comprometerse. En ocasiones, estos referentes morales rompen la decimoséptima pared y afirman: tengo ganas de seguir conociéndola fuera, después del programa.
Hay en esta afirmación un poco de soberbia Mourinhista —la de quien acampa en los límites del juego—, pero también de ardoroso romanticismo —propio de aquel que ha abandonado la careta televisiva para adoptarla como propia—. De tratarse del primer caso, Montoya tiene un futuro ilimitado en los platós. De ser el segundo, y citando a Jim Carrey en el documental Jim&Andy:
He aprendido que puedes fallar haciendo lo que no te gusta, así que quizá deberías hacer, de todas formas, lo que sí que disfrutas.
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Decía al principio que para ganar en cualquier discusión dialéctica había que a) definir unas premisas y b) ser capaz de cumplirlas uno mismo. El carisma, la agilidad, el comentario preciso que siempre tiene Montoya le han catapultado a cumplir sus propias normas morales. Pero espero haber demostrado más arriba, queridas lectoras, que nada de esto ha sido casual, que cada categoría moral estaba perfectamente definida y que, con Montoya, estamos ante un estratega ético generacional. No sabemos cual es tu techo.
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1 ¿Puede que esta vuelta de la atención a lo frívolo sea parte del pendulazo cultural que nos está devolviendo a los años 2000 en tantos ámbitos? ¿Puede que sea Montoya el Lisan Al-Gaib de Telecinco? Nadie lo sabe.
2 El único que no ha practicado el coito ha sido Eros El Burlado, claro perdedor junto con Anita y Bayán de esta edición. Un personaje funesto, shakespeariano-mal, el reverso tenebroso de Montoya.
3 Para que veais un contraejemplo: el caído en desgracia Álvaro ha intentado deslizar algunas ideas morales («No tengo valores»), pero ha carecido del tiempo y seguramente del carisma para utilizar esas directrices morales a su favor. Aquí yace un guerrero moral desconsolado (aunque de aquí al final del programa puede que intente dar pena con esa estrategia de airear su ausencia de valores y así conseguir darle la vuelta a la tortilla, sus directrices morales no aspiran a la totalidad de la villa, sólo a salvar su propio culo infiel).
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