Queríais verles felices, que su sonrisa iluminase un día más vuestra tarde y que su ilusión no se apagase. Queríais estirar vuestros brazos para coger los caramelos que tiraban Sus Majestades y ver cómo brillaban sus ojos. Queríais vencer al mal tiempo, cambiar el calendario y que tuvieran una tarde de Reyes aunque no hubiera regalos al día siguiente, porque la noche, la historia, es inamovible. Y os entiendo porque es a lo mínimo que deben aspirar unos padres. Vosotros, que dais todo por ellos, estabais haciendo vuestro trabajo. Pero, a veces, el trabajo tiene cosas que no nos gustan y no por eso las dejamos de lado. Es más, me atrevería a decir que son en las que ponemos más ganas porque si vence el desinterés, se pierden los detalles y cuando uno no se fija en ellos llega el fracaso y nos arrepentimos de no haberlo hecho con más cariño, con más cuidado, que es el único secreto para que las cosas funcionen.
Educar a un hijo tiene que ir mucho más allá de la felicidad, porque en la vida hay momentos difíciles, dolorosos, oscuros, donde lo único que nos salva es saber que mañana volverá a haber luz en el mundo y en el campo seguirán creciendo las flores. Es importante que entiendan que cuando uno dice no a ciertas cosas está diciendo sí a otras. Y probablemente esas otras sean mucho más importantes.
Si la lluvia impedía la cabalgata la tarde del día cinco, no debía de moverse de sitio. De la misma manera que no se mueve la Semana Santa y hay miles de personas esperando a meterse debajo de un paso con sus hermanos cofrades. De la misma manera que no se mueven los cumpleaños en el calendario si te pillan con fiebre. La hora de las uvas si ha habido algún problema en la cocina o el horario de un partido porque el mejor jugador no esté disponible. No podemos condicionar nuestra vida a caprichos que no dependen de nosotros, porque entonces cuando uno crece, y no están papá y mamá para salvarlo, tiembla y se enfada con el mundo. Piensa que todo está en su contra, llegan los odios y el mundo infantil e impostado donde creciste se desvanece al mismo tiempo que te vuelves insoportable y dejas de entender que los días donde las cosas no salen son los más importantes. Porque es en las noches más frías donde a nuestro corazón le salen arrugas, donde a nuestra cabeza nunca se le olvidan las imágenes y donde aprendemos a seguir caminando, aunque no sepamos muy bien hacia dónde.
Los niños son lo mejor que tiene este mundo y cada vez que les veo por la calle dedico unos segundos a observarles. Son la inocencia, la ilusión y la alegría en su estado más puro porque el tiempo todavía no ha pasado por su alma para cobrarles ningún peaje. Son el futuro de todo lo que nos rodea y justamente por eso, y para que sean mejores, hay que educarles a través de la verdad y el amor, porque es lo mínimo que se merecen. Aunque haya veces que esas dos cosas duelan como un cuchillo atravesándote los intercostales.