Uno de los fenómenos más salvajes que me impide desengancharme de Instagram es gozar de la posibilidad de conocer, casi mejor que a un amigo, a los actuales novios, cuando no cónyuges, de aquellas chicas con las que alguna vez experimenté algo cercano al enamoramiento. Cada vez que me encuentro con alguna parejita feliz en mi pantalla no puedo evitar cotillear al muchacho, observar sus aficiones, si tiene tipín y pelazo, de qué equipo será. Investigo si tiene fotos con su madre, que es algo que humaniza siempre, y si puedo escalo medio árbol genealógico. En mi delirio trato de llegar a la anterior pareja, que vendría ser la exnovia del novio de mi exnovia, y entre ella y yo se crea un vínculo extrañísimo pero aun así morboso a pesar de mi inexistencia en su cabeza. Pero no me importa, yo sólo pienso tú y yo estuvimos con dos personas que ahora esperan un hijo y están mirando pisos por Valdebebas, no sé si eso significa algo pero conozcámonos por si acaso y pongamos verde a ese par de gilipollas con pésimo gusto.
Mi afición no responde a un vicio sadomasoquista fruto de ese placer desconocido y perverso en exagerar el duelo, en dar a entender que nunca nadie sufrió tanto por un desamor. No. Yo aquí soy de la teoría -aunque a veces me cueste más la práctica- de Milena Busquets, quien afirma que somos muy tontos con las rupturas y el sufrimiento implícito. Yo me asomo a las vidas de estos señores con una curiosidad casi biológica, como de antropólogo retirado. ¿Pero qué coño tendré que ver yo con este tío? ¿qué tendré yo que ver con los novios de mi ex novias? ¿podríamos ser amigos? ¿a estas alturas? ¿incluso en nuestro orgullito de heterobásicos?. Lo único que nos une es que ambos estuvimos pillados hasta el tuétano de la misma pava.
Y da igual no comprender cómo es posible que a esa chica, con la que estaba convencido que nacimos diseñados el uno para el otro, que en nuestro código de lenguaje secreto y canciones con dedicatoria todo cobraba un sentido especial, que nunca nadie se reiría tanto y tan bien como nosotros dos; cómo es posible que todo eso lo pueda desarrollar con otro fulano con el que no guardo ningún parecido. En fin, el amor siempre estrena risa, que diría Garci. Y yo todo esto lo entiendo por mucho empeño que ponga en no entenderlo, ¿pero cómo no iba a ser así? si seguimos siendo tú y yo pero somos personas distintas ya. ¿O acaso mantienes contacto con esas amigas inseparables de la universidad?
Me gusta pensar en la idea de hacer una especie de reality, de contactar con todos los novios y maridos de mis ex y meternos en un avión, a lo Relatos Salvajes. Irnos yo que sé, lo que elijan ellos, a una casita rural en la montaña palentina, mismamente, a experimentar con drogas de diseño. O a un festival de techno, o a una despedida de soltero a perder la dignidad. Lo que ellos quieran. Estoy seguro de que nos llevaríamos todos genial. Y cuando en unos años uno de ellos me informe de su divorco con una mujer de la que yo ya no recuerde ni voz ni nombre ni olor, el tipo lo hará consciente de haber perdido una esposa y quizá una custodia, pero de seguir teniendo un amigo para el pádel.
Nacimos solos y morimos solos, únicamente a través del amor podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos, pero es eso, mera ficción. Menos mal que siempre nos quedará la amistad.