Mamá, quiero ser viejoven

Martín, natural de Beranga, estudiante de tercero de primaria en el CEIP Jesús del Monte, lleva la chaqueta de deporte abierta.

Ya saben que yo no le pido mucho a la vida. Que con el hecho de existir me conformo. Vayan las cosas bien, mal o regular, quiere decir que estamos vivos, que no es poco. Que reír, llorar, ganar o perder son cláusulas abusivas del contrato vitalicio que firmamos sin saberlo el día que nos desprendieron -físicamente- de nuestras madres. Por eso leer un libro que no sabías si te iba gustar o encontrarte una buena película en la tele ya empezada son regalos inesperados que nos endulzan nuestra amarga existencia.

Porque no elegimos las cosas, realmente van apareciendo poco a poco en nuestras vidas. No elegimos de quien nos enamoramos, tampoco quién se convierte en nuestro ídolo. Que te guste Manuel Carrasco es cosa del azar o del trabajador de Kiss FM que decidió pinchar una canción del artista en cuestión justo cuando ibas solo de camino a comer con tus padres un domingo cualquiera. Y de pronto suena una voz que te gusta y encima al buscarlo en internet ves que es un guaperas. Bingo. De Carrasco para toda la vida.

Me pasó lo mismo haciendo scroll en twitter con Martín, natural de Beranga, estudiante de tercero de primaria en el CEIP Jesús del Monte y subcampeón de todos los partidos de fútbol jugados contra cuarto en el recreo esta temporada 24/25. Todos estos datos los sabemos gracias a El Día Después, que fruto de la suerte (seguro que del trabajo también) se toparon con Martín en los aledaños de El Sardinero y le hicieron una de las mejores entrevistas de la historia. 

Nuestro ídolo Martín desciende de esa estirpe de niños con espíritu de jubilados. Un viejoven en toda regla. Un pibe en peligro de extinción. De esos que con tan solo diez añitos te hablan del tiempo, la suciedad de las calles del pueblo y la decadencia de la fiesta brava. Reconozcamos que físicamente hace méritos, todo sea dicho. Su tez blanca y la forma de arquear las cejas nos hacen prever que tiene madera de jefe de obra. Martín no sabe qué es un project manager y tampoco tiene interés en saberlo. La cara de niño norteño acompaña, y sus frases cortas con ese acento secote le ponen la guinda al pastel. El primer plano nos garantiza que ha ido al fútbol en chándal, y ese no es el problema. El punto de inflexión es la chaqueta de deporte abierta, así es como la luciría cualquier octogenario que se dedica a observar las inclinaciones de los andamios. 

Martín anda cabizbajo. No han ganado todavía un partido en todo lo que llevan de curso, y claro, las derrotas pesan en la clasificación del orgullo y uno ya no sabe cómo levantar a ese vestuario. Es bonito ver cómo en un mundo en el que parece que los niños están más pendientes de los trends, la vida vertical y hacer redacciones con Chat GPT, sigue existiendo un oasis de treinta minutos en el que se les va la vida. Su tragedia griega diaria. La bocanada de aire entre matemáticas y conocimiento del medio. La vida de equilibrista en la que el bocadillo y el zumo se mantienen a la perfección con una mano mientras sacas de portería con la otra. Que da exactamente igual cómo esté yendo el día. Si has hecho la tarea del workbook o si te pillaron copiando. A todos se nos iba la vida en esos treinta minutos. Y cuanto más vemos a niños jugando en la calle más extrañamos los recreos. Porque lo demás no importaba. Ya se iría viendo.

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Mamá, quiero ser viejoven

Martín, natural de Beranga, estudiante de tercero de primaria en el CEIP Jesús del Monte, lleva la chaqueta de deporte abierta.

Ya saben que yo no le pido mucho a la vida. Que con el hecho de existir me conformo. Vayan las cosas bien, mal o regular, quiere decir que estamos vivos, que no es poco. Que reír, llorar, ganar o perder son cláusulas abusivas del contrato vitalicio que firmamos sin saberlo el día que nos desprendieron -físicamente- de nuestras madres. Por eso leer un libro que no sabías si te iba gustar o encontrarte una buena película en la tele ya empezada son regalos inesperados que nos endulzan nuestra amarga existencia.

Porque no elegimos las cosas, realmente van apareciendo poco a poco en nuestras vidas. No elegimos de quien nos enamoramos, tampoco quién se convierte en nuestro ídolo. Que te guste Manuel Carrasco es cosa del azar o del trabajador de Kiss FM que decidió pinchar una canción del artista en cuestión justo cuando ibas solo de camino a comer con tus padres un domingo cualquiera. Y de pronto suena una voz que te gusta y encima al buscarlo en internet ves que es un guaperas. Bingo. De Carrasco para toda la vida.

Me pasó lo mismo haciendo scroll en twitter con Martín, natural de Beranga, estudiante de tercero de primaria en el CEIP Jesús del Monte y subcampeón de todos los partidos de fútbol jugados contra cuarto en el recreo esta temporada 24/25. Todos estos datos los sabemos gracias a El Día Después, que fruto de la suerte (seguro que del trabajo también) se toparon con Martín en los aledaños de El Sardinero y le hicieron una de las mejores entrevistas de la historia. 

Nuestro ídolo Martín desciende de esa estirpe de niños con espíritu de jubilados. Un viejoven en toda regla. Un pibe en peligro de extinción. De esos que con tan solo diez añitos te hablan del tiempo, la suciedad de las calles del pueblo y la decadencia de la fiesta brava. Reconozcamos que físicamente hace méritos, todo sea dicho. Su tez blanca y la forma de arquear las cejas nos hacen prever que tiene madera de jefe de obra. Martín no sabe qué es un project manager y tampoco tiene interés en saberlo. La cara de niño norteño acompaña, y sus frases cortas con ese acento secote le ponen la guinda al pastel. El primer plano nos garantiza que ha ido al fútbol en chándal, y ese no es el problema. El punto de inflexión es la chaqueta de deporte abierta, así es como la luciría cualquier octogenario que se dedica a observar las inclinaciones de los andamios. 

Martín anda cabizbajo. No han ganado todavía un partido en todo lo que llevan de curso, y claro, las derrotas pesan en la clasificación del orgullo y uno ya no sabe cómo levantar a ese vestuario. Es bonito ver cómo en un mundo en el que parece que los niños están más pendientes de los trends, la vida vertical y hacer redacciones con Chat GPT, sigue existiendo un oasis de treinta minutos en el que se les va la vida. Su tragedia griega diaria. La bocanada de aire entre matemáticas y conocimiento del medio. La vida de equilibrista en la que el bocadillo y el zumo se mantienen a la perfección con una mano mientras sacas de portería con la otra. Que da exactamente igual cómo esté yendo el día. Si has hecho la tarea del workbook o si te pillaron copiando. A todos se nos iba la vida en esos treinta minutos. Y cuanto más vemos a niños jugando en la calle más extrañamos los recreos. Porque lo demás no importaba. Ya se iría viendo.

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