Mar antiguo

Cada uno le da la bienvenida al verano a su manera. Mientras algunos lo reciben pidiendo el café con hielo, otros leen en la terraza, a la bartola, haciendo pequeñas pausas para ver si ya están cogiendo color. También están los que no se separan de la piscina municipal y los que, disfrutones ellos, se frotan las manos al ver a lo lejos al latero vendiendo cerveza en la playa. Sin duda mi escena favorita es la del niño en pelotas junto a su madre cambiándose el bañador mojado por uno seco cuando se está  yendo de la playa. Los niños son sinónimo de pureza, para lo bueno y para lo malo, pero pureza de la de verdad. Son criaturas incorruptas, se comportan como son, y dicen y hacen lo que sienten les guste a los demás más o menos.

Todos hemos sido ese niño cambiándose ahí en medio, haciendo lo que toca sin pensar en los demás. Pero también hemos evolucionado convirtiéndonos así en el adolescente que se liaba muy bien en la toalla para cambiarse delante de sus amigos con el miedo a enseñar a los demás todo su cuerpo, lleno de inseguridades. Y lo curioso de todo esto es que en la tercera evolución, la actual, cada vez soy más consciente de todo lo que he cambiado y de lo rápido que ha pasado el tiempo, pero sobre todo me doy cuenta de que todos esos cambios en mi persona han sido junto al mismo mar. He vivido toda mi vida en el mismo sitio, siempre acompañado sin darme cuenta del mismo mar, ese que se comporta como el clásico amigo que no hace mucho ruido, ni es el que más liga, pero que siempre está para todo y para todos, y que cuando falta , te das cuenta de lo importante que es realmente para ti.

He venido a Cádiz a pasar unos días y he vuelto a abrazarme a mi familia, he jugado con los perros de mi hermano, he saludado a los vecinos que me encontraba y, de fondo, siempre como espectador de lujo, seguía estando ese amigo que nunca falla. Volver al lugar del que eres no es sólo ver de nuevo a tus padres y a tus amigos. Te reencuentras con el mar, que al fin y al cabo es un poco lo que somos. Agua.

Es curioso como han pasado por este sitio infinidad de civilizaciones, el asedio de los franceses, chirigotas muy buenas, comparsas muy malas, pero lo único que ha permanecido intacto al paso del tiempo ha sido el mar. Siendo su bahía parte indispensable de la ciudad, este mar antiguo que diría el Último de la Fila te acoge sin peros, con la marea más alta o más baja dependiendo de la luna, pero con el cariño de alguien que te ha visto crecer.

Y mentiría si digo que no lo echo de menos, pero de momento sobrevivo sin él, que no es poco. Y tampoco sé si lo puedo expresar mejor que Manolo García y Quimi Portet en la canción que le pone título a este texto: Te he echado tanto de menos / Patria pequeña y fugaz

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