Marcelo Criminal: el disco y el directo

- Marcelo: Hay más gente de la que pensaba, y eso… significa algo… no se el qué, pero creo que es algo que alguna vez entenderé.

El disco

El compositor e intérprete murciano Marcelo Criminal publicó el pasado 28 de septiembre “La última casa de apuestas” (Sonido Muchacho S.L.U), el cuarto de sus álbumes y el que contiene más canciones hasta la fecha, con 22 tonadas en total. El pasado 19 de noviembre, en apropiado domingo por la noche, lo presentó en directo en el Sol de Madrid, una sala con forma de trapecio o más bien de flecha que apunta al futuro. Allí fuimos testigos de algo así como el viaje de un héroe de la canción costumbrista en español. 

Cabe decir que desde que editara su primer disco de 2017 (“Acepta su cruz”), Marcelo es capaz de producir canciones cada vez más cuidadas, pero sin perder de vista que la producción esté al servicio de las canciones, es decir de las ideas. También canta cada vez mejor o desde luego tiene más registros pero, otra vez, no para lucirse sino para que las canciones luzcan.

He dicho “canciones” ya 5 o 6 veces, pero esa es la palabra clave si queremos hablar de Marcelo. Simplificando y haciendo falta de saque, se puede decir que hay dos tipos de bandas pop: aquellas de las que te acuerdas por un sonido y una estética y otras que tienen heterogéneas colecciones de canciones buenas, entre las que es inevitable tener tus favoritas; tus ojitos derechos. Dentro de la primera categoría, a veces proliferan grupos de lo más inane, pero lo bueno es que últimamente los ves venir (los nombres que se ponen suelen tener dos palabras y seguir la estructura verbo+sustantivo o adjetivo+sustantivo. Y bueno, los veréis en fotos con muchos píxeles y mucha actitud). 

Dentro del segundo tipo, se trata entonces de vestir ideas con música, y no al revés. Marcelo lo lleva al límite porque a) tiene pinta de que odia dar la chapa, y por eso sus canciones son siempre muy cortas y b) se fija mucho y luego escribe bien esas fijaciones. Y por eso es tan fácil compartir lo que cuenta y hacer de algunas canciones tus favoritas. La prueba es que se dejó algunas de mis predilectas fuera del setlist en directo (“Whatsapp//Huerta”, “Renovarse o Morir”), y que dijo que le cuesta hacer la selección (un fan, hacia el final del concierto, irrumpió en saltitos y ruegos como de niño emocionado, pidiendo una, al grito de “por favor tócala, tócala, tócala, tócala”).

En fin, y salvando las distancias (Marcelo parece mucho más simpático), todo el asunto me recordó a los Magnetic Fields hace unos meses: el público aguantando la respiración, a ver si caían esos dos minutos que te emocionaron una y varias veces.

En “La última casa de apuestas” las hay de todos los colores. Voy a hablar de algunas. “Miedo a salir de noche” es una divertida nota sobre la ansiedad social y su parentesco con sentirse un lugar común con patas y un impostor. Es gracioso porque Marcelo está claramente del otro lado de lo de Dunning-Kruger.

 “Renovarse o morir” creo que es mi favorita del disco porque tiene una de las imágenes más bonitas de todas: “Como los carteles de prohibido fumar / que me encuentro a veces por la universidad / siento que últimamente he dejado de servir / creo que me muero, sácame de aquí”. La imbatible ternura de sentir compasión hacia mobiliario obsoleto camina de la mano de una instrumental ascendente conducida por unos fills de batería que redondean la jugada.

“Café de máquina” debería ser un himno sobre esa nostalgia prematura que se siente al estar acabando una etapa, en este caso la universidad. Hay unos coros preciosos: “No te dejes la carrera por favor / aún no/ tenemos tantas cosas de qué hablar / en las pausas para desayunar, un café”. Lo costumbrista como clavo ardiendo.

“El día que murió Pedro Sánchez” es un experimento en el que Nacho Vegas y Marcelo inventan un magnicidio para cambiar el rumbo in medias res e investigar lo importante: el tipo que lo hizo y por qué pudo hacerlo. 

“Qué hacemos luego” dibuja un contraste único porque, por encima de congas juguetonas y de un ritmillo casi caribeño, MC se hace un hueco para imaginarse ir al funeral de un amigo - de empalme para soportar el trance, claro.

“CAFD” usa al profesor de educación física como estandarte nostálgico. El cirujano de los sentimientos MC nos recuerda que nunca más vamos a volver a tener un profe de gimnasia, en toda nuestra vida (salvo que nos aparquen en un geriátrico de los caros). Luego suena un banjo bucólico para, supongo, amortiguar el golpe.

La última: “Pudo ser campeón mundial de sudokus” me parece que tiene un préstamo de “I’m a Cuckoo”, que es una melodía genial, y la canción quizá contenga algunas claves del misterioso viaje de Marcelo como intérprete.

El directo

Estamos, pues, en el Sol un domingo pre invernal a las 8 de la tarde. Unos 14 grados de temperatura, pero soplando viento guadarramil o guadarramesco. La combinación entre la demografía del fan medio de Marcelo y de, estimamos, más de un 50% de asistentes con resacas de distinta consideración, crea un ambiente propicio para un concierto intimista.

Actúa primero Laura Katze, dueña de solo dos canciones en Spotify -como ella recuerda varias veces-, pero sobre todo poseedora de mucha personalidad y de melodías bonitas y de letras que interpretó iluminada de azul sobre cortina roja, à la Roadhouse Twin Peaks. Arropada por otra muy buena pianista en los sintes, canta: “Me duele un poco pero no lo suficiente como para poder fingir que estoy en una peli”. También canta: “Me contaste toda la trama del señor de los anillos para que me durmiera”. Y entonces suena un sampler de viento y madera crujiendo y chimenea crepitando y se despiden porque ya habían tocado su set de cuatro o cinco canciones. 

Foto de Daniel Martínez Miguéns. La M de neón es un detallazo de la sala.

Marcelo se presenta con capucha de cota de malla, camiseta “país murciano” y proyecciones de videojuegos y de sudokus y de los dichosos vídeos de recetas. Parecería complicado defender los altibajos emocionales de sus canciones, pero consigue oscilar sin despeinarse (menos cuando se zafa del medieval gorro), entre himnos puño en alto como ”Borracho y loco” y oscuras intimidades - “Mi propio infierno”-, cantadas a capella y a flor de piel. Son indudables las tablas que tiene - hace gala de ellas durante más de una hora de pelea-, y las intervenciones entre canciones son parte del show y son una gozada:

- Marcelo: Hay más gente de la que pensaba, y eso… significa algo… no sé el qué, pero creo que es algo que alguna vez entenderé.

- El público: (vitorea)

- Marcelo: ¡Esa gente ahí a tope con la introspección!

Al rato suena “El corte inglés”, que dice:

“Siempre odiaré al creador de los pasillos / de este gran almacén, / que soy yo mismo “

Luego pone a todo volumen la instrumental y makinera “Lo últimos días”; ensaya cara de póker mirando al foco frontal y rojo y se marcha por donde había venido.

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Música

Marcelo Criminal: el disco y el directo

- Marcelo: Hay más gente de la que pensaba, y eso… significa algo… no se el qué, pero creo que es algo que alguna vez entenderé.

El disco

El compositor e intérprete murciano Marcelo Criminal publicó el pasado 28 de septiembre “La última casa de apuestas” (Sonido Muchacho S.L.U), el cuarto de sus álbumes y el que contiene más canciones hasta la fecha, con 22 tonadas en total. El pasado 19 de noviembre, en apropiado domingo por la noche, lo presentó en directo en el Sol de Madrid, una sala con forma de trapecio o más bien de flecha que apunta al futuro. Allí fuimos testigos de algo así como el viaje de un héroe de la canción costumbrista en español. 

Cabe decir que desde que editara su primer disco de 2017 (“Acepta su cruz”), Marcelo es capaz de producir canciones cada vez más cuidadas, pero sin perder de vista que la producción esté al servicio de las canciones, es decir de las ideas. También canta cada vez mejor o desde luego tiene más registros pero, otra vez, no para lucirse sino para que las canciones luzcan.

He dicho “canciones” ya 5 o 6 veces, pero esa es la palabra clave si queremos hablar de Marcelo. Simplificando y haciendo falta de saque, se puede decir que hay dos tipos de bandas pop: aquellas de las que te acuerdas por un sonido y una estética y otras que tienen heterogéneas colecciones de canciones buenas, entre las que es inevitable tener tus favoritas; tus ojitos derechos. Dentro de la primera categoría, a veces proliferan grupos de lo más inane, pero lo bueno es que últimamente los ves venir (los nombres que se ponen suelen tener dos palabras y seguir la estructura verbo+sustantivo o adjetivo+sustantivo. Y bueno, los veréis en fotos con muchos píxeles y mucha actitud). 

Dentro del segundo tipo, se trata entonces de vestir ideas con música, y no al revés. Marcelo lo lleva al límite porque a) tiene pinta de que odia dar la chapa, y por eso sus canciones son siempre muy cortas y b) se fija mucho y luego escribe bien esas fijaciones. Y por eso es tan fácil compartir lo que cuenta y hacer de algunas canciones tus favoritas. La prueba es que se dejó algunas de mis predilectas fuera del setlist en directo (“Whatsapp//Huerta”, “Renovarse o Morir”), y que dijo que le cuesta hacer la selección (un fan, hacia el final del concierto, irrumpió en saltitos y ruegos como de niño emocionado, pidiendo una, al grito de “por favor tócala, tócala, tócala, tócala”).

En fin, y salvando las distancias (Marcelo parece mucho más simpático), todo el asunto me recordó a los Magnetic Fields hace unos meses: el público aguantando la respiración, a ver si caían esos dos minutos que te emocionaron una y varias veces.

En “La última casa de apuestas” las hay de todos los colores. Voy a hablar de algunas. “Miedo a salir de noche” es una divertida nota sobre la ansiedad social y su parentesco con sentirse un lugar común con patas y un impostor. Es gracioso porque Marcelo está claramente del otro lado de lo de Dunning-Kruger.

 “Renovarse o morir” creo que es mi favorita del disco porque tiene una de las imágenes más bonitas de todas: “Como los carteles de prohibido fumar / que me encuentro a veces por la universidad / siento que últimamente he dejado de servir / creo que me muero, sácame de aquí”. La imbatible ternura de sentir compasión hacia mobiliario obsoleto camina de la mano de una instrumental ascendente conducida por unos fills de batería que redondean la jugada.

“Café de máquina” debería ser un himno sobre esa nostalgia prematura que se siente al estar acabando una etapa, en este caso la universidad. Hay unos coros preciosos: “No te dejes la carrera por favor / aún no/ tenemos tantas cosas de qué hablar / en las pausas para desayunar, un café”. Lo costumbrista como clavo ardiendo.

“El día que murió Pedro Sánchez” es un experimento en el que Nacho Vegas y Marcelo inventan un magnicidio para cambiar el rumbo in medias res e investigar lo importante: el tipo que lo hizo y por qué pudo hacerlo. 

“Qué hacemos luego” dibuja un contraste único porque, por encima de congas juguetonas y de un ritmillo casi caribeño, MC se hace un hueco para imaginarse ir al funeral de un amigo - de empalme para soportar el trance, claro.

“CAFD” usa al profesor de educación física como estandarte nostálgico. El cirujano de los sentimientos MC nos recuerda que nunca más vamos a volver a tener un profe de gimnasia, en toda nuestra vida (salvo que nos aparquen en un geriátrico de los caros). Luego suena un banjo bucólico para, supongo, amortiguar el golpe.

La última: “Pudo ser campeón mundial de sudokus” me parece que tiene un préstamo de “I’m a Cuckoo”, que es una melodía genial, y la canción quizá contenga algunas claves del misterioso viaje de Marcelo como intérprete.

El directo

Estamos, pues, en el Sol un domingo pre invernal a las 8 de la tarde. Unos 14 grados de temperatura, pero soplando viento guadarramil o guadarramesco. La combinación entre la demografía del fan medio de Marcelo y de, estimamos, más de un 50% de asistentes con resacas de distinta consideración, crea un ambiente propicio para un concierto intimista.

Actúa primero Laura Katze, dueña de solo dos canciones en Spotify -como ella recuerda varias veces-, pero sobre todo poseedora de mucha personalidad y de melodías bonitas y de letras que interpretó iluminada de azul sobre cortina roja, à la Roadhouse Twin Peaks. Arropada por otra muy buena pianista en los sintes, canta: “Me duele un poco pero no lo suficiente como para poder fingir que estoy en una peli”. También canta: “Me contaste toda la trama del señor de los anillos para que me durmiera”. Y entonces suena un sampler de viento y madera crujiendo y chimenea crepitando y se despiden porque ya habían tocado su set de cuatro o cinco canciones. 

Foto de Daniel Martínez Miguéns. La M de neón es un detallazo de la sala.

Marcelo se presenta con capucha de cota de malla, camiseta “país murciano” y proyecciones de videojuegos y de sudokus y de los dichosos vídeos de recetas. Parecería complicado defender los altibajos emocionales de sus canciones, pero consigue oscilar sin despeinarse (menos cuando se zafa del medieval gorro), entre himnos puño en alto como ”Borracho y loco” y oscuras intimidades - “Mi propio infierno”-, cantadas a capella y a flor de piel. Son indudables las tablas que tiene - hace gala de ellas durante más de una hora de pelea-, y las intervenciones entre canciones son parte del show y son una gozada:

- Marcelo: Hay más gente de la que pensaba, y eso… significa algo… no sé el qué, pero creo que es algo que alguna vez entenderé.

- El público: (vitorea)

- Marcelo: ¡Esa gente ahí a tope con la introspección!

Al rato suena “El corte inglés”, que dice:

“Siempre odiaré al creador de los pasillos / de este gran almacén, / que soy yo mismo “

Luego pone a todo volumen la instrumental y makinera “Lo últimos días”; ensaya cara de póker mirando al foco frontal y rojo y se marcha por donde había venido.

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