Hace unos días me acordé de mi amigo Juan. No le veo desde la última vez que pasé por la ciudad, la cual fue una de esas escapadas de un día que hacen que el paso por la tierra de uno parezca inexistente. Nunca hemos hablado por teléfono, tampoco por whatsapp ni por redes, él no es muy de las nuevas tecnologías. Como mucho nos hacemos algún selfie o posa para mí y subo la foto a instagram.
Digamos que Juan, además de analógico, es alguien tranquilo que disfruta viviendo en el campo. No tiene muchos vicios, y de los que presumía son los mismos de los que se está quitando. Antes moría por jugar a la pelota y saltar de sofá en sofá, ahora guarda esa energía para los días de caza, su pasión y para lo que parece haber nacido. Lo que más me gusta de ver a Juan es que él también tiene colegas. Tina, Martín y compañía viven con él, y es una alegría verles cada vez que me paso a saludar, pero hay que reconocer que él fue el primero.
Juan no es muy de hablar, pero yo me pongo a comentar con él tiempos pasados de cuando vivía en Madrid y la época en la que compartimos piso en Cádiz, cuando nos conocimos. “Con lo bien que estabas tú en casa” le decimos todos al verle. Porque el tío dejó huella en todos y cada uno de los miembros de la familia durante su estancia en casa. Y Juan, que no habla pero si se expresa, nos mira siempre con cara de felicidad. Como si dentro de su total timidez nos quisiera decir algo con los ojos. Juan es la alegría y la fiesta cuando termina la fiesta. Por eso la gente sonríe al verlo pasear por la calle, porque rezuma felicidad cuando el levante le pega en la cara, y con los ojos achinados y las orejas mecidas por el viento, camina más alegre todavía. Que yo sepa, Juan nunca ha tenido novia. Tampoco se casó, pero he visto más lealtad en sus actos que en veinte matrimonios con sus respectivos cursillos prematrimoniales.
Por culpa de mi amigo Juan, cada vez que veo algún perro sonriente por la calle le devuelvo la carantoña. Faltaría más. Porque hay muchos Juanes por ahí sueltos. Amigos fieles que nos dan la bienvenida como locos y se quedan expectantes, pegados a la puerta, esperando a que volvamos. Porque ellos no es que siempre estén , que también, es que nunca se han planteado irse de nuestro lado. Juan no es un perro, es un estado de ánimo. El amigo que te quiere en los días malos y el que brinca y corre a tu lado en los festejos. Vive bajo la premisa de su instinto y no conoce el qué dirán. “Qué bien vives, Juanito” le dice todo el mundo. Qué vida más perra.