No al cachopo

La inmensa mayoría de cachopos engrosan la grotesca calificación de “fritanga”, representando el eslabón perdido en el reino astur entre el sanjacobo de comedor de colegio y la croqueta pastosa rezumante de aceite.

Asturias es uno de los lugares en los que mejor y más variado se come de España. No es por presumir, porque nunca le he visto mucha razón a sentirse orgulloso por el lugar en el que uno ha nacido, es sentirse orgulloso del azar, de algo que no depende de uno mismo y si del tiempo y las circunstancias. Por eso los nacionalismos me parecen una afección y al patriotismo sólo le encuentro gracia cuando juega la Selección y no implica pagar más impuestos. Pero reconozco que sí levanto la cabeza y se me hincha el pecho en el caso de la gastronomía y la cocina asturiana, y lo hago yo sin tener nada que ver con el negociado, simplemente disfrutar.

Hay mucha gente haciéndolo bien, avanzando desde la tradición, trabajando para hacernos disfrutar a cada bocado y en cada trago, desde un chigre con un mantel de tela hasta la sublimación máxima del yantar que son los Estrella Michelín. Asturias ofrece verdaderos tesoros culinarios: carnes, pescados, marisco, caza, la huerta, setas, fruta… Por todo esto no acabo de entender por qué el cachopo se ha popularizado tanto y ha adquirido esa fama en la mesa asturiana y del resto de España. Pudiendo comer verdaderos manjares, que sea el cachopo uno de los platos más requeridos carece del más mínimo sentido y paladar. Es cierto que los hay que se salvan, elaborados con mimo y proporciones áureas, pero son excepción. La inmensa mayoría de cachopos engrosan la grotesca calificación de “fritanga”, representando el eslabón perdido en el reino astur entre el sanjacobo de comedor de colegio y la croqueta pastosa rezumante de aceite. Con unos tamaños excesivos, como si de un nórdico de IKEA se tratase, inundan los platos del Principado y hacen fortuna en Madrid. Turistas en Llanes explotando, como si de yihadistas suicidas se tratasen, tras trajinarse a treinta grados un menú pseudoasturiano: fabada, cachopo y arroz con leche.

Ahora que todo el mundo se queja por todo y hacemos de la gilipollez vecinal una causa mundial, estamos tardando mucho en crear una plataforma anticachopo y abrir una causa en Change.org. Si no logramos nada, al menos saldremos en algún programa de la TPA (TV autonómica de Asturias) y, con un poco de suerte, puede que nos llame la AR o la Sonso.

Conozcan, prueben y gocen de la cocina asturiana, pero háganlo bien: un pote, fabes, pixin, una buena carne, bonito, unos percebes, andaricas, unos fréjoles, arbejos. Las posibilidades son infinitas, en calidad y cantidad, y siempre mejores que manducar un filete de carne mala, con un jamón y queso dudosos, y abrazado todo por un rebozado que ya quisiera ser como el de La Cocinera. Coman Asturias, pero háganlo bien y con gusto

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Gastronomía

No al cachopo

La inmensa mayoría de cachopos engrosan la grotesca calificación de “fritanga”, representando el eslabón perdido en el reino astur entre el sanjacobo de comedor de colegio y la croqueta pastosa rezumante de aceite.

Asturias es uno de los lugares en los que mejor y más variado se come de España. No es por presumir, porque nunca le he visto mucha razón a sentirse orgulloso por el lugar en el que uno ha nacido, es sentirse orgulloso del azar, de algo que no depende de uno mismo y si del tiempo y las circunstancias. Por eso los nacionalismos me parecen una afección y al patriotismo sólo le encuentro gracia cuando juega la Selección y no implica pagar más impuestos. Pero reconozco que sí levanto la cabeza y se me hincha el pecho en el caso de la gastronomía y la cocina asturiana, y lo hago yo sin tener nada que ver con el negociado, simplemente disfrutar.

Hay mucha gente haciéndolo bien, avanzando desde la tradición, trabajando para hacernos disfrutar a cada bocado y en cada trago, desde un chigre con un mantel de tela hasta la sublimación máxima del yantar que son los Estrella Michelín. Asturias ofrece verdaderos tesoros culinarios: carnes, pescados, marisco, caza, la huerta, setas, fruta… Por todo esto no acabo de entender por qué el cachopo se ha popularizado tanto y ha adquirido esa fama en la mesa asturiana y del resto de España. Pudiendo comer verdaderos manjares, que sea el cachopo uno de los platos más requeridos carece del más mínimo sentido y paladar. Es cierto que los hay que se salvan, elaborados con mimo y proporciones áureas, pero son excepción. La inmensa mayoría de cachopos engrosan la grotesca calificación de “fritanga”, representando el eslabón perdido en el reino astur entre el sanjacobo de comedor de colegio y la croqueta pastosa rezumante de aceite. Con unos tamaños excesivos, como si de un nórdico de IKEA se tratase, inundan los platos del Principado y hacen fortuna en Madrid. Turistas en Llanes explotando, como si de yihadistas suicidas se tratasen, tras trajinarse a treinta grados un menú pseudoasturiano: fabada, cachopo y arroz con leche.

Ahora que todo el mundo se queja por todo y hacemos de la gilipollez vecinal una causa mundial, estamos tardando mucho en crear una plataforma anticachopo y abrir una causa en Change.org. Si no logramos nada, al menos saldremos en algún programa de la TPA (TV autonómica de Asturias) y, con un poco de suerte, puede que nos llame la AR o la Sonso.

Conozcan, prueben y gocen de la cocina asturiana, pero háganlo bien: un pote, fabes, pixin, una buena carne, bonito, unos percebes, andaricas, unos fréjoles, arbejos. Las posibilidades son infinitas, en calidad y cantidad, y siempre mejores que manducar un filete de carne mala, con un jamón y queso dudosos, y abrazado todo por un rebozado que ya quisiera ser como el de La Cocinera. Coman Asturias, pero háganlo bien y con gusto

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