No sex 10: El ‘ghosting’

Si vas a ser un fantasma sé de esos que no se ven más y evita mensajes innecesarios asociados a borracheras navideñas emotivas.

Hablemos de fantasmas: el que aparece para el cumpleaños a última hora del día, el clásico mensaje de Navidad o Año Nuevo, la respuesta a un story tres meses después, el que en una cita te promete llevarte a cenar la semana siguiente y no te vuelve a hablar más. Ghostings hay muchos pero hoy quiero darle al trono a uno en especial con el que cerrar el año.

El ghosting que desaparece para no volver nunca más. El que te hace pensar si fue real, un espejismo, estás demente o si esa persona está grave de salud de un día para otro.

Tras un pico de intensidad (suele ser bien de dopamina disparada), la persona desaparece dejando un rastro más o menos profundo según la autoestima con la que te pille en ese momento. A veces ni se te arquea la ceja, otras te pasas 10 días preguntándote qué hiciste mal, si te pasaste hablando o si mostraste demasiado interés. No sabes por qué pero desaparece y tus amigos, por el chat, dicen: «es posible que esté saliendo con otra persona», «igual le ha pasado algo» dice la optimista tratando de mantener la sonrisa, «¿ha subido stories?» pregunta la que siempre hace de investigadora experta y acaba averiguando que fue a aquella fiesta y que está vivísimo. Pero en realidad nunca lo acabas resolviendo y, sinceramente, te debería dar igual. Si desaparecieron así poco le debías importar.

Esta evaporación de la faz de la tierra es muy cobarde pero está alineada a la perfección con lo que nos ha convertido esta vida de pantallas en la que vivimos. Das la vuelta al teléfono, borras la conversación, silencias en redes (o ni eso) y esa persona deja de existir. Es sencillo de ejecutar y casi indoloro hacerlo, pero va dejando un rastro de desconfianza acumulado que se manifiesta en las siguientes ocasiones. Es muy difícil creer a alguien cuando te has sentido engañado diez veces antes. Es legítimo que alguien no te guste, que no quieras verle más o que después de chatear un rato te lo hayas pensado y no quieras ni siquiera una cita... pero desaparecer de la faz de la tierra y fingir la inexistencia es fingir que no se siente nada y no sé qué es peor, que mientas a otro o que, en el fondo, te estés mintiendo a ti mismo.

Nunca se trata tanto del ‘qué’ ocurre —porque nadie es mala persona por querer dejar de ver a alguien o por no ver recorrido en lo que está sucediendo— pero el ‘cómo’ sí te define y habla de quién eres. Si nos hacemos los adultos para negociar sueldos, pagar alquileres o irnos de viaje al otro lado del mundo... deberíamos ser capaces de hacernos los adultos para afrontar algo tan normal, tan común, como que alguien no nos ha gustado y tener que decírselo. La madurez de los vínculos va más allá de lo que duren en el tiempo, va de personas tratando bien a personas. Las citas son humanas aunque a veces acaben pareciéndose a la producción en serie de algún superventas de Amazon. ¿En qué nos vamos a convertir? ¿En seres autómatas sin piel? Yo me niego.

Estamos muy acostumbrados a no ser tratados y a no tratar muy bien, a dar por hecho, a desechar y olvidar, a tapar debajo de la alfombra tanto lo que sentimos como lo que no sentimos y eso va creando corazas que son cada vez más complicadas de quitar. ‘Si total va a desaparecer, para qué ilusionarme’. Y las corazas son el enemigo, nos impiden ser de verdad porque el ghosting ataca directamente a una de las cosas que, me aventuro a decir, son de las más preciadas que podemos tener como seres humanos: la capacidad de ilusionarnos. Si acaban con mis posibilidades de pensar en lo que podría ir bien o con las ganas de planear el siguiente encuentro, me están rompiendo a mí. ¿Qué me queda? ¿Esperar constantemente el golpe? El ghosting despersonaliza, hace que parezcamos números en fábricas y no personas conectando en un universo de espíritus distintos e únicos. 

Por eso me atrevo a decir algo: es urgente, por decreto, pasar de ser fantasmas a ser personas de carne y hueso que se equivocan. Los fantasmas sufren un poquito menos, seguro, pero no tienen sangre en las venas y, eso queridos, es la primera señal de muerte. Intentemos arrimar el hombro para no morir todos, que, en el fondo, estamos en el mismo barco aunque pensemos que no.

*

Nota de la autora: si vas a ser un fantasma sé de esos que no se ven más y evita mensajes innecesarios asociados a borracheras navideñas emotivas. NO seas un fantasma real, nadie quiere verlos. Si no preguntaste en todo el año a alguien, ¿qué te hace pensar que en Nochebuena, en plena reunión familiar, va a estar bien que saludes? Saluda mejor un martes de febrero. No uses el turrón de excusa. Mensajea con precaución en estas fiestas. Te lo agradecerá tu arrepentimiento y la persona que recibirá el mensaje. Y te lo agradeceré yo como columnista del amor moderno, que empiezo a necesitar historias bonitas.

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Si vas a ser un fantasma sé de esos que no se ven más y evita mensajes innecesarios asociados a borracheras navideñas emotivas.

Hablemos de fantasmas: el que aparece para el cumpleaños a última hora del día, el clásico mensaje de Navidad o Año Nuevo, la respuesta a un story tres meses después, el que en una cita te promete llevarte a cenar la semana siguiente y no te vuelve a hablar más. Ghostings hay muchos pero hoy quiero darle al trono a uno en especial con el que cerrar el año.

El ghosting que desaparece para no volver nunca más. El que te hace pensar si fue real, un espejismo, estás demente o si esa persona está grave de salud de un día para otro.

Tras un pico de intensidad (suele ser bien de dopamina disparada), la persona desaparece dejando un rastro más o menos profundo según la autoestima con la que te pille en ese momento. A veces ni se te arquea la ceja, otras te pasas 10 días preguntándote qué hiciste mal, si te pasaste hablando o si mostraste demasiado interés. No sabes por qué pero desaparece y tus amigos, por el chat, dicen: «es posible que esté saliendo con otra persona», «igual le ha pasado algo» dice la optimista tratando de mantener la sonrisa, «¿ha subido stories?» pregunta la que siempre hace de investigadora experta y acaba averiguando que fue a aquella fiesta y que está vivísimo. Pero en realidad nunca lo acabas resolviendo y, sinceramente, te debería dar igual. Si desaparecieron así poco le debías importar.

Esta evaporación de la faz de la tierra es muy cobarde pero está alineada a la perfección con lo que nos ha convertido esta vida de pantallas en la que vivimos. Das la vuelta al teléfono, borras la conversación, silencias en redes (o ni eso) y esa persona deja de existir. Es sencillo de ejecutar y casi indoloro hacerlo, pero va dejando un rastro de desconfianza acumulado que se manifiesta en las siguientes ocasiones. Es muy difícil creer a alguien cuando te has sentido engañado diez veces antes. Es legítimo que alguien no te guste, que no quieras verle más o que después de chatear un rato te lo hayas pensado y no quieras ni siquiera una cita... pero desaparecer de la faz de la tierra y fingir la inexistencia es fingir que no se siente nada y no sé qué es peor, que mientas a otro o que, en el fondo, te estés mintiendo a ti mismo.

Nunca se trata tanto del ‘qué’ ocurre —porque nadie es mala persona por querer dejar de ver a alguien o por no ver recorrido en lo que está sucediendo— pero el ‘cómo’ sí te define y habla de quién eres. Si nos hacemos los adultos para negociar sueldos, pagar alquileres o irnos de viaje al otro lado del mundo... deberíamos ser capaces de hacernos los adultos para afrontar algo tan normal, tan común, como que alguien no nos ha gustado y tener que decírselo. La madurez de los vínculos va más allá de lo que duren en el tiempo, va de personas tratando bien a personas. Las citas son humanas aunque a veces acaben pareciéndose a la producción en serie de algún superventas de Amazon. ¿En qué nos vamos a convertir? ¿En seres autómatas sin piel? Yo me niego.

Estamos muy acostumbrados a no ser tratados y a no tratar muy bien, a dar por hecho, a desechar y olvidar, a tapar debajo de la alfombra tanto lo que sentimos como lo que no sentimos y eso va creando corazas que son cada vez más complicadas de quitar. ‘Si total va a desaparecer, para qué ilusionarme’. Y las corazas son el enemigo, nos impiden ser de verdad porque el ghosting ataca directamente a una de las cosas que, me aventuro a decir, son de las más preciadas que podemos tener como seres humanos: la capacidad de ilusionarnos. Si acaban con mis posibilidades de pensar en lo que podría ir bien o con las ganas de planear el siguiente encuentro, me están rompiendo a mí. ¿Qué me queda? ¿Esperar constantemente el golpe? El ghosting despersonaliza, hace que parezcamos números en fábricas y no personas conectando en un universo de espíritus distintos e únicos. 

Por eso me atrevo a decir algo: es urgente, por decreto, pasar de ser fantasmas a ser personas de carne y hueso que se equivocan. Los fantasmas sufren un poquito menos, seguro, pero no tienen sangre en las venas y, eso queridos, es la primera señal de muerte. Intentemos arrimar el hombro para no morir todos, que, en el fondo, estamos en el mismo barco aunque pensemos que no.

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Nota de la autora: si vas a ser un fantasma sé de esos que no se ven más y evita mensajes innecesarios asociados a borracheras navideñas emotivas. NO seas un fantasma real, nadie quiere verlos. Si no preguntaste en todo el año a alguien, ¿qué te hace pensar que en Nochebuena, en plena reunión familiar, va a estar bien que saludes? Saluda mejor un martes de febrero. No uses el turrón de excusa. Mensajea con precaución en estas fiestas. Te lo agradecerá tu arrepentimiento y la persona que recibirá el mensaje. Y te lo agradeceré yo como columnista del amor moderno, que empiezo a necesitar historias bonitas.

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